lunes, 19 de marzo de 2018

AVISTAMIENTOS DE AVUTARDAS (XXX)



Primera flor del almendro. La avutarda macho la coloca sobre la cabeza de la avutarda hembra y brilla como un sol que renace de las cenizas de las lumbres del invierno y empieza a derretir la nieve dormida en lo alto de las redondeadas lomas del páramo. Los arroyos hacen sonar mil flautas. El color vuelve a la naturaleza coincidiendo con el equinoccio de primavera. A lo lejos las aldehuelas diseminadas por la planicie como blanquecinos guijarros parecen multiplicarse como brotes de rosal silvestre. El viento frío se refugia en su nido en lo alto de un ruinoso campanario. Mamá avutarda saca a sus retoños a pasear pero éstos ya no encuentran hielo ni nieve para deslizarse. La escarcha también se ha batido en retirada. Los polluelos, no obstante, se quedan boquiabiertos de estupor: a los matorrales y arbustos de la llanura le han salido patas.

Por el áspero páramo cientos de avutardas hacen maniobras militares en sus uniformes de camuflaje. A este atuendo le han añadido ramas de brezo y espliego para acercarse al enemigo sin ser detectadas. Bajo este ramaje, sus cabecitas provistas de esos ojos como prismáticos y un abundante arsenal compuesto por revólveres, granadas, rifles de francotirador, fusiles de asalto, ametralladoras, bazucas, morteros, diversas piezas de artillería, carros de combate y tanques. Abriéndose camino en el barrizal dejado por el deshielo, las avutardas son instruidas en tácticas de guerra de guerrillas para ser usadas en el momento decisivo en el que asesten un golpe certero a la vanidad humana.

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