jueves, 21 de enero de 2010

ROMANTICISMO Y CUENTA NUEVA (fragmentos) por Emeterio Gutiérrez Albelo


[Emeterio Gutiérrez Albelo (Icod de los Vinos, Tenerife, 20 de agosto de 1905 - Santa Cruz de Tenerife, 6 de agosto de 1969) poeta español perteneciente a la Generación del 27. Su padre, Emeterio Gutiérrez López, fue director del periódico La Comarca, en el que Gutiérrez Albelo publicó sus primeros poemas. Estudia bachillerato y magisterio en La Laguna y ejerce la profesión docente durante toda su vida en diferentes lugares de la isla. Su primera obra, titulada La Fuente de Juvencio (1925) es de inspiración parnasiana y modernista y nunca llegó a publicarse. En Vilaflor, al sur de la isla, donde ejerció como maestro en la escuela de niños, escribió su primer libro publicado, Campanario de la Primavera (1930). Sus dos libros siguientes son Romanticismo y cuenta nueva, (1933), y Enigma del invitado, (1936), editados por la revista tinerfeña de vanguardia Gaceta de Arte. Constituyen los dos máximos exponentes del surrealismo poético tinerfeño. El comienzo de la Guerra Civil en 1936 acabó con Gaceta de Arte y con la actividad del grupo surrealista tinerfeño. El 15 de agosto de ese mismo año se casó con Donatila Airenza Fumero, con la que tiene tres hijas: Ana Rosa, Mercedes y Carmen Paz. Transcurren ocho años hasta la aparición de un nuevo libro, Cristo de Tacoronte (1944). Cambia de estética y aflora una temática religiosa inmmersa en el existencialismo. Encierra, además, un rico romancero tinerfeño: ni uno solo de sus cuarenta poemas deja de inspirarse en su isla natal y, más circunstancialmente, en el pueblo y vega de Tacoronte. Utiliza el simbolismo de la parábola del Hijo Pródigo para reflejar la condición del ser humano en la tierra. Publica después otras dos obras más de tema exclusivamente religioso: Los Milagros (1951) y Apuntes para una vida de Cristo (1969). Otros dos libros completan la relación de lo que publicó en vida: Los blancos pies en tierra (1951), colección de sonetos con el que obtuvo el premio regional de poesía "Tomás Morales" de la Asociación de la Prensa de Las Palmas y Geocanción de España (1964), un poemario descriptivo al estilo de Unamuno. A los títulos anteriores hay que sumar cinco obras póstumas: Antología poética (1969), Poesía última (1970), El rincón de la amistad (1971), Tenerife y el mar (1973) y Las alas del tiempo (1974). El influjo de la pintura y la música en la obra de Gutiérrez Albelo fue notable. Fue redactor de la ya citada Gaceta de Arte (1932-1936) y de Mensaje, (1945-1946), y fundador y director hasta su muerte de la revista Gánigo (1953-1969).

Extraído de Wikipedia]



arqueología sentimental
a pedro garcía cabrera

Un viejo libro de hojas secas
que, de repente, se abrió el solo
acordeón de tristeza:
y de él saltaron estos versos,
estos versos de entonces ... ¿los recuerdas?
mi discípula de fisiólogía
me dice -¡cuán delgada estoy!-,
con una voz de pájaro.
y añade:
-casi podría
contarme
todos los huesos de este garabato.

oh deja esa tarea para mí.
déjame repasarlos,
uno a uno,
con mis labios.


como dos caracoles, lentamente, por el dulce edificio.
desde la base hasta el tejado.
(un viejo libro de hojas secas,
que, de repente, se abrió él solo,
acordeón de tristeza)



la cita
a óscar dominguez

en el jardín abandonado,
que llora un emigrar
de risas y de pájaros,
te doy la última cita verdadera,
solemne y destocado.
y acuden, de repente, tus zapatos
(tus zapatos de ante del 35, negros),
en un vals postrimer, desorientado.
tus medias grises, llenas de aire
y besos deshojados:
la una,
sobre esa fría losa, se está deshilachando;
la otra viene dando saltos,
recordando
la pierna electrizada de los grandes momentos,
biela de gracia y de locura
sobre la patinette del raid mágico.
acuden tus collares,
deshaciéndose en lágrimas sonoras
sobre el tazón de mármol.
tus anillos cegantes, tus pulseras nerviosas,
en un girar de ahogo rápido.
acude tu uniforme negro y blanco de colegiala,
sobre un lecho de césped, estirado.
el secretaire de tu abriguillo cálido.
tus guantes en el aire desmayados.
(tan sólo, tú, no acudes, escondida
en el foso del lívido escenario).



lo inevitable
a domingo lópez torres

te quería salvar
a través de ruinosas galerías
y de empolvados muebles.
pero una ronda inmunda de voces apremiantes
te cercaba.
y entonces...
sorda y ciega -ya-
tiritando entre las llamas del espanto,
te lanzaste por los sombríos corredores.
inútilmente, me abracé a tus piernas.
en un delirio turbio, viscoso, acelerado,
te escurrías de garras
y de dientes.
huiste. Sin remedio.
sin presentir siquiera
la monstruosa constelación de arañas peludas,
que, sin cesar de florecer,
te acechaba en los últimos pasillos.

(al regresar, vi solo
-¡imago! ¡imago! ¡imago!-
una confusa pleamar de hormigas
Arrastrando el cadáver de una novia.)


enigma del invitado
a agustín espinosa

el invitado sin llegar.
ay, y la mesa puesta.
y el hambre.
con sus lívidas teclas.
y el techo de la cueva,
que se va hundiendo a toda prisa,
sobre nuestras cabezas.
y que, al fin, nos aplasta contra el suelo
de humeantes colillas, salivazos,
y manchones de cera.
el invitado, ay, el invitado.
el invitado que no llega.
y unos senos cortados que florecen
al fondo, sobre una bandeja.
(llegó, por fin, el invitado.
con sus zapatos de charol
y su blanca pechera.)



la venus apuntalada
a carlos pestana

ni tus ojos enormes, de paraíso y de aquelarre,
que, de repente se encogieron
detrás del garabato de los impertinentes.
ni tus tacones inseguros de oca enferma.
ni tu pulmón izquierdo, blando pichón acribillado
por las descargas más crueles.
ni tu extirpado riñón que subió al cielo
y está sentado a la diestra de la luna.
nada. nada. tan solo,
el cartel gritador de las mil libras,
el cartel afrentoso del triunfo.
y el ladrar de los canes macilentos
en pos de epitalámicos faldones...
eso sólo.
eso sólo, dios mío,
me hizo huir -de espaldas-
en angustioso velocípedo.


gritos
a eduardo westerdahl

gritos.
gritos por todos lados.
la rosa de los vientos
deshojando
-en chirridos-
sus pétalos metálicos.
gritos.
gritos por todos lados.
catapulta de gritos
derribando
la cuidad de violines enguatados.
gritos.
gritos por todos lados.
y yo en huida de terror.
cayendo. levantándome.
y, entre una lluvia de puñales agrios,
tendido, al fin.
inerte.
acribillado.

(de súbito,
una mujer envuelta en llamas amarillas,
se asomó, dando gritos,
a unos balcones altos.)


foto velada

un ángel sin usar de cinelandia,
sobre la punta de la nariz,
te coloca unas gafas.
te tuerce los tacones y te arruga las medias.
te afila un moño alto y un sombrerín de paja.
te cuelga de los hombros una bata
azul
de colegiala.
pero de pronto, saltas.
y a la bebé daniels de dos minutos,
en un rincón la dejas olvidada.
entonces,
una piscina ávida
te absorbe como un maillot azul y grana.
repiquetean tus zapatos
un charlestón absurdo sobre nuestros costados.
tu boca de champaña
se nos suelta a cantar coplas saladas:
-los buzos se han cortado
sus bigotes,
y mi gorrito americano

tuvo ayer tarde un parto de bombones
.-

tu garganta
se quiebra en una risotada
por la que se santigua
una ciudad de lúgubres campanas.
y tus ojos de vaca,
de laguna
cálida,
reflejan un paisaje de cigarrillos
y teclas deshojadas


apuntes para un retrato a agustín espinosa

I
delgado.
delgado, de verdad. afiladísimo.
siempre, siempre, clavado.

II.
la rueda en loco giro.
pero siempre en su eje.
pero siempre en su sitio.

III.
en la siniestra mano,
un pajarillo
disecado.
en la diestra mil juguetes.
enrollados.
en el meollo, erguido.
un banderín mágico.
y en el corazón ... no digo.
se prohíbe nombrarlo.


film vampiresco

a domingo pérez minik

tus ojos de joan crawford
yo los hice más grandes, más grandes, todavía.
con qué bisturíes te dilataré los párpados.
y tus ojos se abrían y se abrían;
desmesurados,
en un "crescendo" blanco.
de tal forma,
que llegaron a ser dos grandes huevos
de abandono y espanto.

(y tú, ausente, intocada.
sin presentir siquiera
el horroroso crimen cometido
a dos metros escasos.)


zumo de charlot
a luis ortiz rosales

charlot, paseando
-vacilante-
sobre una rúa empedrada de chisteras,
y de guerreros cascos
con los zapatos llenos de agujeros, llenos de dólares, llenos de clavos.
trepando
hasta el grifo helado
de una botella de agua de selz,
que vomita luceros triturados,
desabridos,
recién quemados.
pero él cae, embriagado.
de mail cosas.
-cock-tail cósmico, trágico-
sobre cristales de champaña,
en un lecho burlado
charlot, pescando,
con su cabeza de bastón elástico,
a la orilla de un río de hojalata,
una sirena... de auto,
asesino de soñadores y de gatos.
¡charlot, charlot, charlot! charlot, clavado
-faro triste-
en el eje de un mundo de sombra y de fracaso.



Óleo de Óscar Domínguez

lunes, 18 de enero de 2010

EPÍLOGO EN LA ISLA DE LAS MALDICIONES por Agustín Espinosa


[Este maravilloso fragmento en prosa poética cierra uno de los libros más singulares -e injustamente ignorados- de la lírica moderna:
Crimen de Agustín Espinosa. Véase la biografía de Espinosa aquí]

Esta isla lejana en la que ahora vivo, es la isla de las maldiciones.

Bulle a mi alrededor un mar adverso, de un azul blanquecino, que se oscurece en un horizonte marchito, vacío de velas latinas y de chimeneas trasatlánticas. Hay bajo mis pasos una masa de tierra parda bajo puñales curvos de cactus, higueras mórbidas y aulagas doradas. Sobre unas rocas frontales se desmayan las sombras violeta de unas garzas.

Yo, el hijastro de la isla. El aislado.

Asisto a la apertura del naufragio más largo de los siglos. El anunciado tiernamente en el Apocalipsis. Aquél en que el sol se inmoviliza de pronto, o en que su paso es tan tímido, que la vista no acierta a seguirlo o apenas si lo advierte.

Presiento que no se va a acabar nunca este ocaso, medido como por un gran reloj cuyo péndulo corriera lentamente en cada oscilación millares de kilómetros. Pendientes de él hay un nacimiento de aventura, un huevo en flor y una pistola engatillada.

"Y yo no he traído hasta aquí -escribo- ni sus muslos de nieve, ni sus manos hábiles, ni siquiera sus ojos desmesuradamente abiertos dentro de un estuche de leyenda..."

Vaga en el aire un alto oro de ausencia, como vigilia de alma en pena, o sueño de un niño agonizante, en lucha silenciosa con el paisaje y con los recuerdos.

De quebrados rincones llegan ecos de alcobas secretas sobre jardines enlunados; de balcones entreabiertos a noches profundas; de voces impotentes de náufragos; de bancos solitarios donde yacen cadáveres de niñas recién asesinadas; de hombres que corren por una calle larga en cuyo fondo hay un cuchillo ensangrentado, un joven muy pálido y muchos angustiosos gritos de hambre.

¿De dónde ha caído esa luz en que se han quemado mis manos y las cartas donde mi único secreto vivía entre estremecidos temblores agobiantes?

¿Quién es esa mujer que se ha arrojado al mar para no tener que desnudarse más ante marineros, comerciantes y soldados, tan frágil y blanca, que su cuerpo, por un momento sobre el agua, se confundió con la espuma marina y con la estela de la luna y con las alas de las gaviotas?

¿De dónde ha venido ese grito que ha interrumpido de pronto la tarde y ha hecho volver a un mismo tiempo todos los ojos y todas las manos hacia un mismo punto vago y distante?

¿Y de quiénes son esos cadáveres que ha tenido la última marea sobre las playas del alba y de quiénes esas coronas de rosas y esos pasos silenciosos sobre la arena en sombra?

Yo, el hisjastro de la isla. El aislado.

Asisto a la apertura del naufragio más largo de los siglos. Aquél que el golpear del pico de un cuervo lo mide sobre el corazón de una virgen, y del que hay pendientes amarguras, óleos y sueños.

Cuando me asome, una noche, al espejo, con un candelabro encendido entre las manos, veré amanecer tras el cristal mi imprevista vejez precipitada por una lívida tarde sin proa.

Me voy hundiendo, atropelladamente, en un ocaso que se hace cada vez más hondo, precedido por la ávida cita de una estrella.

Una mañana, me despertaré huésped de mis alas maltrechas y no volveré a dormirme, con ellas, acaso.

"Esperando a Ulises" de Rafal Olbinsky

viernes, 1 de enero de 2010

EDVARD MUNCH: LA DAMA Y EL ESQUELETO por Octavio Paz


[Para consultar la biografía de Octavio Paz aquí ]

Hace ya muchos años, en una exposición celebrada en París, pude ver algunas obras de Edvard Munch: El grito, Madona, varios retratos y autorretratos, grabados, dibujos. La seducción fue instantánea y de una especie particular que no puedo llamar sino abismal: como asomarse a un precipicio. Desde entonces la pintura de Munch no cesó de atraerme. La verdadera revelación la experimenté más tarde.

En el verano de 1985 mi mujer y yo pasamos una corta temporada en Oslo y uno de los primeros lugares que visitamos fue el Museo Edvard Munch. Volvimos varias veces: no sólo es uno de los mejores del mundo, entre los consagrados a un artista y su obra, sino que puede verse como una sorprendente asamblea de retratos simbólicos. Aclaro: esos cuadros no cuentan una vida sino que nos revelan un alma.

Retrato del artista doliente.

Nuestra impresión fue más honda porque recorrimos las salas del museo bajo el imperio del verano nórdico. La pasión que atraviesa la pintura de Munch nos pareció una respuesta a la intensidad de la luz y a la vehemencia de los colores. Erupción de vida: los árboles, las flores, los animales, la gente, todo, estaba animado por una vitalidad a un tiempo inocente y terrible. Las ventanas de nuestra habitación daban a un parque y cada noche ?era imposible dormir? veíamos deslizarse entre los árboles las sombras de Oberón, Titania y su cortejo de elfos y trasgos.

También pasaban los personajes que habíamos visto unas horas antes en el Museo Munch, elfos reconcentrados y perseguidos por su idea fija, elfos sonrientes, enigmáticos, crueles. Pensé: el solsticio de verano y su vegetación de sangre es un acorde de ritmo cósmico; el otro son los desiertos blancos, azules y negros del solsticio de invierno.

Ambos combaten y se funden en la obra de Munch.

Hay artistas que se desarrollan en múltiples direcciones, como árboles de muchas ramas; otros siguen siempre la misma ruta, guiados por una fatalidad interior. Munch pertenece a la segunda familia. Aunque pintó durante más de sesenta años y su obra es extensa, no es variada. En su evolución se advierten titubeos, períodos de búsqueda y otros de plenitud creadora, no esos cambios buenos y esas rupturas que nos sorprenden en Picasso y en tantos otros artistas modernos.

Su relativa simplicidad estilística contrasta con su complejidad psicológica y espiritual. Pero al hablar de "simplicidad estilística" temo haber cometido una inexactitud; debería haber escrito unidad: las obras pintadas en 1885 prefiguran a las que pintaría toda su vida. Esta unidad no es carencia técnica; Munch utilizó diversos medios, del óleo al grabado, y en todos ellos reveló maestría. Fue un innovador en el dominio del grabado en madera y como dibujante nos ha dejado obras memorables, en las que no sé si admirar más la seguridad de la línea o la emoción del trazo. Fue un verdadero colorista, no por el equilibrio de los tonos o la delicadeza de la paleta sino por la vivacidad y energía del pincel.

En suma, la unidad de su estilo fue el resultado de una fatalidad personal: no una elección estética sino un destino. Pero un destino libremente aceptado.

En sus comienzos, después de un breve período naturalista, hizo suya la lección de los impresionistas. Por muy poco tiempo, pues muy rápidamente dio el gran salto hacia su propia e inconfundible manera: un expresionismo avant la lettre.

Es comprensible que su ejemplo haya influido profundamente en los expresionistas de Die Brücke, como Nalde y Kirchner, en Max Beckmann y en los austríacos Kokoschka y Schiell. Son conocidas las influencias y afinidades entre Orozco y los expresionistas. Es muy probable que el artista mexicano haya conocido la obra de Munch: las acuarelas y dibujos de la primera época (Escenas de mujeres) presentan indudables parecidos con telas y grabados de Munch que tienen también por temas bailes y escenas de burdel.


"Angustia"

Munch fue un precursor del expresionismo pero esta tendencia no lo define enteramente; no es difícil percibir en su pintura la presencia de una corriente antagónica: el simbolismo. Extrañas nupcias entre la realidad más real y la transrealidad. Munch fue un heredero de Van Gogh y de Gauguin: más tarde, se interesó en el fauvinismo, con el que tiene más de una afinidad. Pero la "ferocidad" de los fauves es más epidérmica y carece de la angustiosa ambigüedad psicológica de Munch.

En un breve ensayo consagrado al pintor noruego, André Breton acertó a delinear su verdadera genealogía espiritual: "Munch supo, ejemplarmente, utilizar la lección de Gauguin, en un sentido muy distinto al fauvinismo... Fiel al espíritu a las grandes interrogaciones sobre el destino humano que marcan sobre las obras de Gauguin y de Van Gogh, nos precipitó en el espectáculo de la vida, en todo lo que éste ofrece de locura y perdición".

La intervención de las potencias nocturnas ?el sueño, el erotismo, la angustia, la muerte? une a Munch, por el puente de Gauguin, con la tradición visionaria de la pintura. Así anunció, oblicuamente, algunas tentativas del surrealismo.

El gran período creador se inició en Alemania, en 1892. Fueron los años de su amistad con Strindberg y de su interés por el pensamiento de Nietzsche; asimismo, los de la serie de esas obras maestras, por su intensidad y por su hondura, que él llamó El friso de la vida. Antes había frecuentado, en sus años de París, la poesía de Mallarmé (nos dejó un retrato del poeta) y siempre la de Dostoievski. La serie La ruleta (1892 es un homenaje al novelista ruso).

Leyó también a Kierkegaard y admiró a Ibsen (decorados para Hedda Gabbler, carteles para Pierre Gynt y Juan Gabriel Borkman). El pensamiento anarquista lo marcó, como a otros artistas de esa época. Estas influencias literarias y filosóficas tuvieron la misma función que las pictóricas: iluminarlo por dentro. En pocos artistas las fuerzas instintivas e inconscientes han sido tan poderosas y contradictorias como en Munch; también en muy pocos han sido tan lúcida y valerosa la mirada interior. Vasos comunicantes: el alma, y sus conflictos, se transformó en la línea sinuosa y enérgica; el hervor de la pasión se volcó en el chorro de pintura. El crítico Arne Eggun subraya que en 1893 Munch empezó a salpicar sus telas con pigmentos para utilizar las manchas e incorporarlas a la composición. Medio siglo antes de André Masson y de David Alfaro Siqueiros, reconoció y usó las posibilidades del accidente en la creación artística. Strindberg fue sensible a las experiencias de su amigo y dos años después, señala Eggun, "publicó un ensayo con el título de El azar en la creación artística".

A Munch no le interesaba la invención por sí misma; buscaba la expresión: "Al pintar una silla -dijo alguna vez- lo que debe pintarse no es la silla sino la emoción sentida ante ella". Sin embargo, para expresar hay que inventar: las confecciones del artista se vuelven ficciones y las ficciones emblemas vivientes del destino humano.

En la pintura de Munch aparecen una y otra vez, con escalofriante regularidad, ciertos temas y asuntos. Repeticiones obsesivas, fatales, pero, asimismo, voluntariamente aceptadas y quizá buscadas. Munch llamó a estas repeticiones: copias radicales. Por una parte, son documentos, instantáneas de ciertos estados recurrentes, unos de extrema exaltación y otros de abatimiento no menos extremo; por otra, son revelaciones del misterio del hombre, perdido en la naturaleza o entre sus semejantes. Perdido en sí mismo.

Para Munch el hombre es un juguete que gira entre los dientes acerados de la rueda cósmica. La rueda lo levanta y un momento después lo tritura. En esta visión negra del destino humano se alían el determinismo biológico de su época y su cristianismo protestante, su infancia desdichada ?las muertes tempranas de su madre y de una hermana, la locura de otra,? y el pesimismo de Strindberg, su creencia supersticiosa en la herencia y la sombra de Raskolnikov, sus tempestuosos amores y su alcoholismo, su profunda comprensión del mundo natural ?bosques, colinas, cielos, mar, hombres, mujeres, niños? y su horror ante la civilización y el feroz animal humano.

Munch trasciende su pesimismo a través de la misión transfiguradora que asigna a la pintura. El artista no es el héroe solitario de los románticos; es el testigo, en el antiguo sentido de las palabra: el que da fe de la realidad de la vida y del sentido redentor del dolor de los hombres. El arte es sacrificio y la obra es la transubstentación de ese sacrificio.

En el mundo moderno el artista es un Cristo. Su cruz es femenina. La Madona es la conjunción de todos los poderes naturales, es tierra y es agua, es hierba y es plaga, la luna y una bahía pero sobre todo es tigre. Es uno de los dientes de la rueda cósmica. La contradicción universal -vida y muerte- encarna en la lucha entre los sexos y en esa batalla la eterna vencedora es la mujer. Dadora de vida y de muerte, mata para vivir y vive para matar.

Una de las "copias radicales" más repetidas y turbadoras de Munch es la pareja Marat y Carlota Corday, llamada también La asesina o El asesinato. La primera versión es de 1906 y al principio tenía como título: Naturaleza muerta. Su comentario es revelador: "He pintado una naturaleza muerta tan bien como cualquiera de Cézanne ?se refiere a un plato de frutas que aparece en el primer plano? con la única diferencia de que, en el fondo del cuadro, pinté a una asesina y a su víctima". Las últimas versiones de este cuadro son de 1933 y 1935, un poco antes de su muerte. La comparación de el célebre óleo de David es instructiva: los personajes abandonan el teatro de la historia, dejan de ser personajes y se convierten en personas comunes y corrientes. Así, alcanzan una ejemplaridad más profunda e intemporal: son imágenes de la rotación de la rueda cósmica.

La mujer es uno de los ejes del universo de Munch. El otro es el hombre o, más exactamente, su soledad: el hombre solo ante la naturaleza o ante la multitud, solo ante sí mismo. Sus autorretratos son numerosos y pertenecen a todas sus épocas. Nunca cesó de fascinarlo su persona, pero en esa fascinación no hay complacencia: es un juicio más que una contemplación y, más que un juicio una disección.

Prometeo no encadenado a una roca sino sentado en una silla y picoteado no por un águila sino por su propia mirada. Prometeo es un hombre de hoy, uno de nosotros, no ha robado el fuego y paga una condena por un pecado sin remisión: estar vivo. El lugar de su condena no es una montaña en el Cáucaso ni las entrañas de la tierra: es una habitación cualquiera en esta o aquella ciudad. O una calle por la que desfilan transeúntes anónimos.

Munch fue uno de los primeros artistas que pintó la enajenación de los hombres extraviados en las ciudades modernas. Su cuadro más célebre, El grito, parece una imagen anticipada de ciertos paisajes de The Waste Land.

Nada de lo que han hecho los pintores contemporáneos, por ejemplo Edward Hopper, tiene la desolación y la angustia de esa obra. Oímos El grito no con los oídos sino con lo ojos y con el alma. ¿Y qué es lo que oímos? El silencio eterno. No el de los espacios infinitos que aterró a Pascal sino el silencio de los hombres. Un silencio ensordecedor, idéntico al inmenso e insensato clamor que suena desde el comienzo de la historia. El grito es el reverso de la música de las esferas.

Aquella música tampoco podía oírse con los sentidos sino con el espíritu. Sin embargo, aunque inaudible, otorgaba a los hombres la certidumbre de vivir en un cosmos armonioso; El grito de Munch, palabra sin palabra, es el silencio del hombre errante en las ciudades sin alma y frente a un cielo deshabitado.

"El grito"