domingo, 3 de octubre de 2010

LLUVIA OBLICUA por Fernando Pessoa


[De nuevo Fernando Pessoa, esta vez disfrazado de él mismo]


I
Atraviesa este paisaje mi sueño de un puerto infinito
Y el color de las flores se transparenta en las velas de grandes navíos
Que abandonan el muelle arrastrando en las aguas como sombra
Los bultos al sol de aquellos árboles antiguos...
El puerto que sueño es sombrío y pálido
Y este paisaje está lleno de sol por este lado...
Pero en mi espíritu el sol de este día es puerto sombrío
Y los navíos que salen del puerto son estos árboles al sol...
Doblemente libre, me abandoné paisaje abajo...
El bulto del muelle es el camino nítido y calmo
Que se levanta y se yergue como un muro,
Y los navíos atraviesan los troncos de los árboles
Con una horizontalidad vertical,
Y dejan caer amarras dentro de las hojas...
No sé quién me sueño...
de pronto todo el agua de mar del puerto es transparente
Y veo en el fondo, como una estampa enorme que estuviese allí desdoblada,
Este pasaje todo, hilera de árbol, camino ardiendo en aquel puerto,
Y la sombra de una nave más antigua que el puerto que pasa
Entre mi sueño del puerto y mi ver este paisaje,
Y llega hasta mis pies, y entra dentro de mí,
Y pasa hasta el otro lado de mi alma...

II
Ilumínase la iglesia por dentro con la lluvia de este día
Y cada vela que se enciende es más lluvia golpeando en los vidrios...
Me alegra oír la lluvia porque ella es el cuerpo encendido,
Y los vidrios de la iglesia vistos desde fuera son el sonido de la lluvia oído por dentro...
El esplendor del altar mayor es el yo no poder casi ver los montes
A través de la lluvia que es oro tan solemne en el mantel del altar...
Suena el canto del coro, latín y viento sacudiendo los vidrios,
Y se oye rechinar el agua a causa de haber coro...
La misa es un automóvil que pasa
A través de los fieles que se arrodillan en hoy ser un día triste...
Súbito viento sacude en esplendor mayor
La fiesta de la catedral y el ruido de la lluvia lo absorbe todo
Hasta oírse sólo la voz del padre que se pierde a lo lejos
Con el sonido de ruedas de automóvil...
Y se apagan las luces de la iglesia
En la lluvia que cesa...

III
La Gran Esfinge de Egipto sueña dentro de este papel...
Escribo, y ella se me aparece a través de mi mano transparente
Y al borde del papel se yerguen las pirámides...
Escribo, me perturba ver que el pico de mi pluma
Es el perfil del rey Keops...
De pronto me detengo...
Se oscureció todo... Caigo por un abismo hecho de tiempo...
Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos a la luz
clara de este candelero,
Y todo el Egipto me aplasta desde lo alto a través de los rasgos que trazo con mi pluma...
Oigo a la Esfinge que se ríe por dentro
Del sonido de mi pluma al correr en el papel...
Atraviesa el que yo no pueda verle una mano enorme,
Lo barre todo hacia el borde del techo que queda detrás de mí,
Y sobre el papel donde escribo, entre él y la pluma que escribe,
Yace el cadáver del rey Keops, mirándome con ojos muy abiertos,
Y entre nuestras miradas que se cruzan corre el Nilo
Y una alegría de barcos embanderados vaga
En una diagonal difusa
Entre yo y lo que pienso...
¡Funerales del rey Keops en oro viejo y Yo!...

IV
¡Qué panderetas el silencio de este cuarto!
Las paredes están en Andalucía...
Hay danzas sensuales en el brillo fijo de la luz...
De repente todo el espacio se detiene...,
Se detiene, resbala, se desata...,
Y en un borde del techo, mucho más lejos de lo que está,
Manos blancas abren ventanas secretas
Y hay ramos de violetas cayendo
Por haber una noche de primavera allá fuera
Sobre este estar y con los ojos cerrados...

V
Allá fuera anda un remolino de sol en los caballos del carrusel...
Árboles, piedras, montes, bailan parados dentro de mí...
Noche absoluta en el mercado iluminado, plenilunio en el día de sol allá fuera,
Y las luces todas del mercado hacen ruidos en los muros de la quinta...
Pandillas de muchachas con cántaros en la cabeza
Que pasan allá fuera, plenas de estar bajo el sol,
Se cruzan con grandes grupos pegadizos de gente que anda en el mercado,
Gente toda mezclada con las luces de las barracas, con la noche y con la luna,
Y los dos grupos se encuentran y se penetran
Hasta formar sólo uno que es los dos...
El mercado y las luces del mercado y la gente que anda en el mercado
Y la noche que da en el mercado y lo levanta en el aire,
Andan por encima de las copas de los árboles llenos de sol,
Andan visiblemente por debajo de los peñascos que relucen al sol,
Aparecen del otro lado de los cántaros que las muchachas llevan en la cabeza,
Y todo este paisaje de primavera es la luna sobre el mercado,
Y todo el mercado con ruidos y luces es el suelo de este día de sol...
De repente alguien sacude esta hora doble como en un tamiz
Y, mezclado, el polvo de las dos realidades cae
Sobre mis manos llenas de dibujos de puertos
Con grandes naves que se van y no piensan en volver...
Polvo de oro blanco y negro sobre mis dedos...
Mis manos son los pasos de aquella muchacha que abandona el mercado,
Sola y contenta como el día de hoy...

VI
El maestro sacude la batuta
Y lánguida y triste la música empieza...
Me recuerda mi infancia, aquel día
En que yo jugaba al pie del muro de una quinta
Arrojándole una pelota que tenía de un lado
El deslizar de un perro verde, y del otro lado
Un caballo azul que corría con un jockey amarillo...
Prosigue la música, y estás en mi infancia
De repente entro yo y el maestro, muro blanco,
Va y viene la pelota, ora un perro verde,
Ora un caballo azul con un jockey amarillo...
Todo el teatro es mi quinta, mi infancia
Está en todos los lugares, y la pelota viene a tocar música,
Una música triste y vaga que pasea por mi quinta
Vestida de perro verde que se vuelve jockey amarillo...
(Tan rápida gira la pelota entre los músicos y yo...)
La arrojo de vuelta a mi infancia y ella
Atraviesa el teatro todo que está a mis pies
Saltando con un jockey amarillo y un perro verde
Y un caballo azul que aparece por encima del muro
De mi quinta... Y la música arroja pelotas
A mi infancia... Y el muro de la quinta está hecho degestos
De batuta y rotaciones confusas de perros verdes
Y caballos azules y jockeys amarillos...
Todo el teatro es un muro blanco de música
Por donde un perro verde corre detrás de mi nostalgia
De mi infancia, caballo azul con un jockey amarillo...
Y de un lado para otro, de derecha a izquierda,
Donde hay árboles y entre las ramas, al pie de la copa,
Con orquestas que tocan música,
Donde hay filas de pelotas en la tienda donde las compré
Y el hombre de la tienda sonríe entre los recuerdos de mi infancia...
Y la música cesa como un muro que se derrumba,
La pelota rueda por el despeñadero de mis sueños interrumpidos,
Y de lo alto de un caballo azul, el maestro, jockey
amarillo que se vuelve oscuro,
Da las gracias, posando la batuta encima de la fuga de un muro,
Y se inclina, sonriendo, con una pelota blanca encima dela cabeza,
Pelota blanca que le desaparece por las costillas abajo...



Portada del número 1 de la revista lisboeta Orpheu,
donde escribía Pessoa.