domingo, 27 de enero de 2013

LETANÍA DE LA LLUVIA por Paul Colinet

[Nació en Arquennes, Hainaut (Bélgica), el 2 de mayo de 1898 y murió en Forest-Bruxelles el 23 de diciembre de 1957. Formó parte del grupo surrealista belga desde su fundación y firmó el manifiesto publicado en Bélgica con motivo de la Primera Exposición Internacional del Surrealismo en Bruselas. Formó luego parte del efímero grupo Le Surréalisme  Révolutionnaire. Colaboró en casi todas las revistas neosurrealistas: Les Quatre Vents, Les deux soeurs, Cobra, Temps mélés, Phantomas.

(Extraído de la Antología de la poesía surrealista de Aldo Pellegrini)

El surrrealista belga Paul Colinet

]


La lluvia huérfana del día de Ramos que vuelve con sus deditos helados de Nazareth.

La lluvia de linfa cosquillosa, cuando los canarios, estrujados en el dédalo verde y amarillo de sus pajareras, languidecen del grano.

La lluvia blanca, la lluvia de simiente, que besa al molinero en la frente como una doncella.

La lluvia traviesa que brinca en las hojas del avellano.

La lluvia saqueadora de las mieses, la que salta de lado, que criba la melena de los leones de centeno tendido, que después remonta para embriagarse en los nichos de azur de las alondras.

La lluvia titubeante, la lluvia pura, llegada de muy alto, que excava su nido en el aliento de los silenciosos.

La lluvia desnuda, la lluvia deslumbrada, que danza y pierde la cadencia, la lluvia ebria que solloza de alegría en las rosaledas en llamas del sol.

La lluvia campesina, la lluvia con zuecos, la lluvia alborotadora, que remueve el mantillo, que hace tiritar los herbajes, que ahoga la cabeza cándida del ranúnculo.

La lluvia fina, la lluvia antigua, que satisface a la sabiduría de las gallinas dormidas.

La lluvia aventurera de los bosques, sus velos, sus atrasos, sus enredos, sus fintas, sus tropiezos, sus arcos, sus cetros.

La lluvia familiar, la lluvia de la buena vecindad, la lluvia de codos azules, que viene con su túnica agujereada a respirar los olores leñosos a la puerta de las tahonas.

La lluvia rezagada, la lluvia beata, que destila su sidra en las verdes tabernas de los mirlos.

La lluvia gris, la lluvia vagabunda, que busca sus caminos en la estela de los cuervos.

La lluvia amicísima de los caballos, la lluvia azulada de los gendarmes, la lluvia bribona de las lavanderas.

La lluvia miope de los ventanales ahumados, que lee a Rocambole, a través del velo gris de los libros apolillados.

La lluvia chistosa de las vejigas de Tilutin.

La lluvia de Bali, la lluvia oyente, que ensaya sus contrapuntos de pájaros, de campanas y de besos, bajo los sauces de su río.

La lluvia que charla sobre los horóscopos del mendigo, sobre el palomar, sobre el toldo del carro.

La lluvia burlona sobre los rizos, la lluvia embalsamada que aureola el muguet de los bustos jóvenes, la lluvia de perlas de las mil y una noches en el terciopelo de las rosas profundas.

La lluvia adolescente y sus castillitos de cristal, que despliegan sus mazurcas en los ramilletes de rubíes de los groselleros.

La lluvia que merodea, cuyos tobillos huelen a helechos, y que hace brillar el acero de las sendas solitarias entre las ortigas de los escombros.

La lluvia de los pajarillos y de las frondas, la lluvia de los bocadillos de nísperos podridos, en las glorietas que centellean.

La lluvia brusca, la lluvia de los mediodías de junio, que estornuda con la pimienta de los claveles blancos.

La lluvia novelesca, la lluvia libertada de los caminos en picada que ilumina los secretos y aconseja a los enamorados. 

La lluvia consoladora que picotea la claraboya de los olvidados.

La lluvia pirotécnica que hace chisporrotear estrellas repentinas en la polvareda de los veranos.

La lluvia que bendice a los viejos jardines, la lluvia caritativa que susurra oraciones en los oídos de los burritos, la dulce lluvia maternal, de ojos abiertos y cerrados, que perdona.

De La manivelle du chateau


Óleo de René Magritte

miércoles, 23 de enero de 2013

TÚMULO DE GASOIL por Blas de Otero

[La serenidad lúcida de Blas de Otero
Manuel Rico
El País, 05/06/2010

Más de treinta años después de la muerte del poeta bilbaíno, acaso el más hondo y exigente de su generación, aparece, como antesala de la próxima publicación de la poesía completa, su tan esperado libro inédito Hojas de Madrid con La galerna con prólogo de Mario Hernández y edición de Sabina de la Cruz, viuda del poeta y profunda conocedora de su obra. Al hablar de libro inédito es obligado hacer algunas precisiones: se trata de dos poemarios en un solo volumen; casi la mitad de los 306 poemas que lo integran han sido publicados, en las últimas tres décadas, en revistas, antologías y recopilaciones varias; el resto "han permanecido rigurosamente inéditos hasta hoy", tal y como subraya Sabina de la Cruz en su nota previa. La ordenación, decidida por la propia Sabina, es cronológica, puesto que Blas de Otero siempre fechaba cada poema. Ello no obsta para que Hojas de Madrid con La galerna sea, en su condición de libro, de propuesta global, una obra inédita. No compuesta, como pudiera pensarse, por materiales sobrantes, prescindibles, sino por textos a la altura de lo mejor de su autor, de un altísimo nivel y de una madurez serena y contagiosa, casi perturbadora, que mira a César Vallejo, a Machado, al Alberti del exilio, a Nazim Hikmet, a Rimbaud entre otros. Acaso quepa objetar a su edición la falta de un índice que informe al lector de qué poemas son rigurosamente inéditos y cuáles y dónde fueron publicados el resto.

Todos ellos fueron escritos entre julio de 1968 y mayo de 1977, años de tránsito a la democracia, y de esa peripecia existencial habla la primera parte (el primer libro), Hojas de Madrid. La integran poemas apegados al tiempo histórico, en los que las urgencias de un compromiso construido desde su nunca negada militancia comunista se ven cruzadas por un hondo deseo de serenidad, por un impulso vitalista, de gozo de lo cotidiano, de recuperación de la memoria de la niñez y de reconciliación con los paisajes y escenarios de la juventud. Todo ello, atravesado por la experiencia de un amor renovado, por la conciencia de la enfermedad (fue operado de un tumor pulmonar) y por la presencia de la muerte. La primera sección de Hojas la constituyen poemas compuestos en Madrid, recién llegado de Cuba, en el proceso de adaptación a una realidad nueva. En la segunda, será el viaje a Bilbao, la recuperación del mar y de los paisajes de la infancia y los amigos. Las dos últimas secciones nos muestran a un Blas de Otero muy poco conocido: una poesía intimista (aunque siempre con ventanas a lo colectivo), sencilla y culta a la vez, una poesía de lo cotidiano, en la que el amor, la casa y sus rincones, un raro fervor doméstico, juegan un papel esencial. Un aire de sosiego, cierto distanciamiento irónico que bromea con la tradición y una madurez vital hija de los más duros años de la dictadura encuentran cauce en una lírica de gran tensión expresiva y formalizada, siempre con eficacia y originalidad, mediante las más diversas opciones (sonetos de una difícil e innovadora perfección, verso libre de tono conversacional, casi prosaico, juegos vanguardistas, poemas breves de factura clásica, canciones populares o con ecos de la lírica medieval). En La galerna encontramos la crónica poetizada de los estados depresivos del poeta durante los años 1973 y 1974. Aunque la mayor parte de los poemas trata de la intimidad más honda, de la pugna de Blas de Otero con una realidad hostil, dura, condicionante de sus equilibrios emocionales, el poeta no abandona la ironía, ni la reflexión sobre la poesía como bálsamo para las heridas propias y ajenas (la enfermedad, el niño perdido, Vietnam, Camboya), sobre la moralidad del poema y el misterio de la escritura y sobre su experiencia viajera, casi nómada, durante dos décadas. Es una poesía moderna en su acepción más profunda, una poesía directa que no desdeña el experimento y que bebe de la complejidad del yo, que tiene algo de trastienda íntima, de recámara del libro Hojas de Madrid y en la que experimenta y juega con el lenguaje a pesar de los estados depresivos que la originan. Si la tardanza en la aparición de este libro generó no poca desconfianza respecto a su contenido, llevando a pensar que los mejores poemas estaban ya publicados en revistas y antologías, su lectura desmiente de modo radical esa sospecha. Estamos ante un libro mayor, ante uno de los más importantes poemarios publicados en lo que va de siglo.

Blas, con su camisa blanca de esperanza

]


Hojas sueltas, decidme, qué se hicieron
los Infantes de Aragón, Manuel Granero, la pavana para una infanta,
si está Madrid iluminado como una diapositiva
y sólo en este barrio saltan, ríen, berrean sesenta o setenta y cinco niños
y sus mamás ostentan senos de Honolulu, y pasan muchachas con sus ropas chapadas,
faldas en microscuro, y manillas brillantes y sandalias de purpurina,
hojas sueltas, caídas
como cristo contra el empedrado, decidme,
quién empezó eso de cesar, “pasar, morir,
quien inventó tal juego, ese espantoso solitario
sin trampa, que le deja a uno acartonado,
si la plaza de Oriente es una rosa de Alejandría,
ah Madrid de Mesonero, de Lope, de Galdós y de Quevedo,
inefable Madrid infestado por el gasoil, los yanquis y la sociedad de consumo,
ciudad donde Jorge Manrique acabaría por jodernos a todos,
a no ser porque la vida está cosida con grapas de plástico
y sus hojas perduran inarrancablemente bajo el rocío de los prados
y los graves estrofas que nos quiebran los huesos y los esparcen
bajo este cielo de Madrid ahumado por cuántos años de quietismo,
tan parecidos a don Rodrigo en su túmulo de terciopelo y rimas cuadriculadas.


De Hojas de Madrid con La galerna

Graffiti de Banksy

jueves, 17 de enero de 2013

TRES DIMENSIONES por Man Ray

[Man Ray es uno de los fotógrafos más importantes del dadaísmo estadounidense de la primera década de siglo XX junto a Marcel Duchamp y Francis Picabia, así como del surrealismo europeo de los años veinte y treinta. Su papel en dicho movimiento comenzó tras un largo periodo de aprendizaje en diversos lugares. Primero en Nueva York, a través de los consejos del fotógrafo Stieglitz, quien le insiste para que participe en la famosa exposición del Armory Show (1913), cuyo escándalo la convirtió en el punto de partida de la vanguardia norteamericana. Y, después en París, sus primeros trabajos se encaminan hacia el cubismo y hacia investigaciones personales con la realización de pinturas con aerógrafo como Seguidilla (1919). Se trataba de crear un nuevo arte, combinando la pintura y la fotografía para llegar a la mayor confusión entre una y otra. Muy pronto se encuentra elaborando y fotografiando elementos abstractos sacados de objetos cotidianos como Gift (1921). Ya en la década de los veinte consigue ser fotógrafo profesional y desarrolló la técnica de la fotografía sin cámara, cuyo resultado eran imágenes en blanco y negro, las llamadas rayografías. Colocaba objetos sobre el papel fotográfico que determinaban nuevas y originales formas. Dentro del surrealismo filmó varias películas como "Le retour à la raison" (1923), "Emak Bakia" (1926), "L' étoile de mer" (1928) o "Les mystères du Château du dé" (1929). En esa misma etapa vuelve a la construcción de objetos y a la pintura con rasgos totalmente asimilados del grupo surrealista como Observatoire du Temps (1932-1934).Sus últimos trabajos los realiza en Estados Unidos, concretamente en Hollywood durante la década de los cuarenta, participando en la película de H. Richter "Dreams that money can buy" (1944) y pintando la serie Ecuaciones shakespearianas (1948).

(Extraído de ArteHistoria)]


Varias casas pequeñas
Discretamente seperadas por follajes
Y la noche-
Mantaniendo sus varias identidades
Por la luz

Que llena el interior de cada una-
No están en pie como masas
Sino como muros
Envolviendo y excluyendo
como echarpes

Alrededor ancianitas-
Qué misterios encierra en su interior
Qué curiosidad acecha fuera
Una no sabe nada
De la otra



(Traducción: Sorrow)

Rayograma de Man Ray

lunes, 14 de enero de 2013

DESCUBRIENDO A JOHN CAGE: SOBRE RUIDOS, PANES Y PERROS

David Antona González
Rebelión, 13/01/2013

Cage, "preparando" su piano


John Cage: 1912-1992 Compositor, instrumentista, escritor, filósofo aficionado a la micología y a la vez recolector de setas estadounidense. Pionero de la música aleatoria, de la música electrónica y del uso no estándar de instrumentos musicales. Cage fue una de las figuras principales de la vanguardia de la postguerra. Los críticos le han aplaudido como uno de los compositores estadounidenses más influyentes del siglo XX.

 “Volver al silencio es volver al tiempo “0´00”, saltar a la nada para desde allí reconstruir quizás una música de la existencia, proponer un conocimiento armonizador, práctico y en definitiva poético” 
John Cage


Los hallazgos cotidianos son los que más debemos valorar, porque nos permiten oír, como diría John Cage, el compositor americano que ha inspirado estas líneas, la música de la existencia. Una capacidad de escucha nueva que depende a veces de factores que escapan a nuestro entendimiento. Hasta que un día estamos en un estado de percepción próximo al vacío y oímos ruidos que antes no percibíamos. De repente, sin saber porqué, se nos han abierto lo que nuestros mayores llamaban las “entendederas”. Y hemos adquirido una capacidad de oír de una forma distinta a la habitual algunos de los ruidos del mundo. 

Para que me entiendan los que leen estas líneas, voy a referirme a un sonido cotidiano, convencional y repetido, al que hasta ahora le daba muy poca o ninguna importancia: me refiero al pitido que en el pueblo de Montealegre, donde estoy ahora, anuncia la llegada de la camioneta que reparte el pan. Un ruido que si tarda en sonar cuando estoy apostado en una esquina de la calle principal del pueblo, me puede llenar de desazón y de dudas sobre mi capacidad para conseguir ese pan tan necesario. Es decir, sin esfuerzo, sin estar avizor, con el cuello tendido, atento al menor ruido. Como lo están los vecinos, que barruntan la llegada de la camioneta sin tener que salir de sus casas y sin asomarse a sus puertas.

A mí sin embargo me llena de desazón el silencio de la calle, ese maldito pitido que no suena y la mala costumbre que tengo, para matar el tiempo, de contar mis pasos: cinco hacia adelante y cinco hacia atrás. Hay días en que, a fuerza de esperar, se me vienen unas ideas extrañas a causa del pan. Retrocedo hacia unos años que yo no conocí, pero que conocieron mi padre, mis tíos y mis abuelos. Los años de la postguerra, años del pan escaso, o del “pan y cuchillo”, que describió Miguel Hernández.

A veces aprieto el monedero que llevo en el fondo del bolsillo y se me ocurre pensar que voy a volver a casa sin un pan debajo el brazo. Salvo si a última hora, como ya me sucedió en un par de ocasiones, sale una vecina que me ve plantado en la esquina y me comenta que no oiré el pitido porque la camioneta ya pasó. Pero que si corro, la puedo alcanzar a la altura de la iglesia de Santa María.

Me quedo con la pluma en alto e intento recuperar la idea inicial. Una idea que me venía rondando desde que descubrí la figura de ese compositor estadounidense llamado John Cage. Autor de una obra ensalzada por los unos, a causa de su carácter nuevo y experimental y denostada por otros, a causa de sus provocaciones y sus excentricidades. Sin embargo, Cage era todo menos un provocador. Su obra y su pensamiento se pueden resumir en una idea sencilla: debemos tomar conciencia del valor del “silencio”. Y más allá, de la importancia que se merecen los ruidos que nos rodean. Solo así aprenderemos a “escuchar” y a “oír”. Porque “si se presta oídos al mundo, el oído se llena de ruidos”. De sonidos que ya ni se oyen y que si los escuchamos con atención, van a tomar un valor y un sentido nuevo.


Un poco complicado pero forzosamente interesante, el esfuerzo que nos va a exigir el adentrarnos en la maraña de la obra de un artista y un creador que pretendía nada menos que “reconciliar a los oyentes con la vida moderna y sus ruidos”. Y que quería ayudarnos a apreciar el valor del silencio, una palabra que procede del latín “silere”, que significa “callar”, “estar callado”.

Si asistimos a la representación de una de sus obras más famosas, “4´33”, tendremos que aprender a estarnos quietos en nuestros asientos y a no ceder a la tentación de increpar al intérprete o a maldecir al autor. Intentemos comprender el significado de tan insólita llamada de atención. Porque “4´33”, más allá de su sentido aparentemente provocador, es sobre todo una ilustración de la afición de Cage a incitar a la reflexión de sus espectadores o de sus oyentes. “4´33” es la duración de una obra experimental, durante la cual los espectadores contemplan a un pianista que va a permanecer sentado ante su instrumento sin tocar una sola de sus teclas. Y que al final de su “intervención” se levantará, bajará la tapa del piano y desaparecerá de su vista.

“Detener la rueda de la escucha intencional” , tal era la intención de Cage al someter a sus oyentes a una prueba en la que estaban reunidos todos los elementos tradicionales de un concierto: la sala, el público, la obra, el intérprete y el piano. Y por supuesto el silencio expectante, casi religioso que suele acompañar a este tipo de actos. Cuatro minutos y treinta y tres segundos de escucha exacerbada por el silencio y la espera de las primeras notas. Con los segundos y los minutos desgranándose lejos de la sacralización habitual de los conciertos. Sin más ruidos ni más sonidos que los convencionales, los que no se escucha o no se oyen nunca: los carraspeos pronto silenciados, los rumores del auditorio, los crujidos de los asientos y los pasos del pianista al acercarse o al alejarse de su instrumento.

Tal era el mensaje que Cage quería trasmitir: los sonidos de carácter cotidiano, no instrumental, no dignificados por lo que llamamos arte, forman parte de nuestra existencia. Como lo comenta uno de sus biógrafos: “El principio rector de su obra era su deseo de reconciliarnos con los ruidos de la vida moderna, algo que solo podría lograrse eliminando las barreras que separan al arte de la vida. Cage pensaba que la muerte del autor acompañaría el nacimiento del oyente. Así entendía él el sentido de la música experimental: como el nacimiento a una escucha atenta”.

  Esa escucha nueva, agudizada por la lectura de las reflexiones de Cage sobre el valor del silencio, de los ruidos y sonidos que acompañan nuestra existencia, fue la que a mí me permitió vivir otro pequeño suceso que narraré a continuación. Suceso, que añadido a la espera tensa del pan y del ruido de una camioneta, me han convertido casi sin saberlo en un discípulo o un intérprete ambulante de las teorías de este creador norteamericano.

Hace unos días me lancé, carretera adelante, hacia Valdenebro, dejando a mis espaldas la mole del castillo de Montealegre y sus casas pardas, alineadas a sus pies sobre una suerte de espinazo. La pendiente de la carretera me suele llevar, casi sin esfuerzo, a una pequeña alameda situada a dos o tres kilómetros del pueblo. Y unas decenas de metros más allá a un recinto rodeado de una cerca metálica donde retozan un par de docenas de perros de caza pertenecientes a una rehala.

Habitualmente, me planto frente a ellos y basta con que uno advierta mi presencia, para que los demás acudan y me acojan con un concierto de ladridos. Extrañamente, aquella mañana, ninguno de los perros se dignó acudir a mi encuentro. Ni escuché el menor ladrido. Molesto por este silencio, esta falta de atención, me planté a un lado de la carretera y ladré, ladré ruidosamente en dirección de la rehala. (No sin haber comprobado antes que estaba solo en medio de los campos que rodean el pueblo).

Mis esfuerzos se vieron de pronto premiados. Al oírme, un perro se abalanzó por fin sobre la cerca metálica y empezó a ladrarme. A los pocos minutos, dos perros se añadieron a él. Hasta que la rehala en su casi totalidad me devolvió ese sonido o concierto de ladridos con los que estos perros me saludan habitualmente cuando a la ida, apurado mi paseo, he llegado a su altura.

sábado, 5 de enero de 2013

LOS HOMBRES HUECOS por T. S. Eliot

[Ver biografía de T.S. Eliot aquí]


T. S. Eliot retratado por Wyndham Lewis


 I.

Somos los hombres huecos
Somos los hombres rellenos
Inclinados unos con otros
La cabeza llena de paja. ¡Pobres!
Nuestras voces secas, cuando
Susurramos juntos
Son suaves y sin sentido
Como el viento sobre el pasto seco
O pies de ratas sobre vidrio roto
En nuestra bodega seca
Figura sin forma, sombra sin color,
Fuerza paralizada, gesto sin movimiento;
Aquellos que han cruzado
con mirada decidida, al otro reino, al de la muerte
Recuérdennos, -si es que lo hacen- no como perdidas
Violentas almas, sino sólo
Como los hombres huecos
Los hombres rellenos.


II.

Ojos que no me atrevo a encontrar en sueños
En el reino de los sueños de la muerte
Ellos no aparecen
Allí los ojos son
Luz solar sobre una columna rota
Allí, está un árbol balanceándose
Y las voces son
En el canto del viento
Más distantes y más solemnes
Que una estrella desvaneciéndose.
Déjame estar lejos
En el reino de los sueños de la muerte
Déjame también ponerme,
Tales disfraces deliberados
Saco de rata, piel de cuervo,
Cruces del campo santo
Que se comportan como el viento se comporta
No mas cerca -
Ni siquiera en ese encuentro final
En el reino de las penumbras


III.

Esta es la tierra muerta
Esta es tierra de cactus
Aquí las imágenes de piedra
Se levantan, aquí reciben
la súplica de la mano de un hombre muerto
Bajo el parpadeo de una estrella que se desvanece.
Es así
En el otro reino de la muerte
Despertando sólo
A la hora en que estamos
Temblando con ternura
Labios que podrían besar
Componen rezos para piedras rotas.





"Kermese" (1912) por Wyndham Lewis


IV.

Los ojos no están aquí
Aquí no hay ojos
En este valle de estrellas que agonizan
En este valle hundido
Esta mandíbula rota de nuestros reinos perdidos
En estos últimos lugares de reunión
Vamos a tientas, juntos
Evitando hablar
Reunidos a la orilla del río caudaloso
Ciegos, a menos
Que los ojos reaparezcan
Como la estrella perpetua
Rosa multifoliada
Del reino crepuscular de la muerte
La única esperanza
De los hombres vacíos.


V.

Aquí vamos alrededor del espinoso peral
Espinoso peral espinoso peral
Aquí vamos alrededor del espinoso peral
A las cinco en punto de la mañana.
Entre la idea
Y la realidad
Entre el movimiento
Y el acto
La sombra cae
Porque tuyo es el reino
Entre la concepción
Y la creación
Entre la emoción
Y la respuesta
La sombra cae
La vida es muy larga
Entre el deseo
Y el espasmo
Entre la potencia
Y la existencia
Entre la esencia
Y el descenso
La sombra cae
Pues ligero es el reino
Pues ligero es
La vida es
Pues ligera es la
Así es como el mundo acaba
Así es como el mundo acaba
Así es como el mundo acaba
No con una explosión sino con un gemido.