viernes, 31 de diciembre de 2010

SONIA ARAQUISTAIN por Georges Henein


[Este poema no se entiende bien sin conocer el contexto en el que se escribió. Sonia Araquistain era hija de un republicano español exiliado en Londres y artista gráfica que acabó arrojándose al vacío por un amor no correspondido desde un tercer piso. " Este suicidio dio lugar, " escribió Henein " según la costumbre inglesa, a un proceso contra la difunta, donde el procurador general encontró una ocasión de escupir sobre todo lo que queda de poesía en este mundo. " Al poema lo he acompañado con una ilustración de Sonia Araquistain para un libro de Alexander S. Neill.

Geoges Heinein (1914-1973) fue un poeta egipcio en lengua francesa de madre italiana y de padre copto. Estudió en Europa donde trabó amistad con André Breton y entró en contacto con el surrealismo. De vuelta a El Cairo formó un grupo surrealista, Art et Liberté, y la revista La Part du Sable, con el poeta Edmond Jabès y el pintor Ramses Younane. Colaboró en la revista Surrealista Phases. ]


Cavad
y encontraréis una sonrisa
una sonrisa funeraria
para los que toman la vida al pie de la letra
cavad
y el polvo os llegará al corazón
y estaréis con el corazón en el polvo
y el amor indolente
inmóvil en la encrucijada del rechazo.

Cavad
y encontraréis el cielo
quizá lleguéis a encontrar el cielo
quizá la dispersión de las especies
o el saber acongojado de la lluvia
cavad
para que esta mujer despliegue el abanico de su caída
para que abofetee de una vez por todas la indiferencia del espacio
para que con su hermoso rostro de cristal hecho añicos
despose la tierra firme.

Cavad
y encontraréis los ojos más solitarios del mundo
y en el suelo helado de la Avenida
una extranjera repentina como una ventana
cavad en esos ojos una mirada imposible
cavad vuestro nombre en nuestra noche
cavad para nosotros.

Extraído de la Antología de la poesia surrealista de Aldo Pellegrini.


Ilustración de Sonia Araquistain.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

INTRODUCCIÓN A UNA VIDA DE MERCURIO por Alberto Savinio


[Alberto Savinio, cuyo verdadero nombre era Andrea De Chirico, (Atenas, 25 de agosto de 1891 - Florencia, 5 de mayo de 1952) fue un escritor y pintor italiano, hermano del más famoso Giorgio De Chirico. Formó parte también del movimiento artístico pintura metafísica.Alberto Savinio, nació en Atenas, donde estaba su familia trabajando. Tuvo una formación musical que incluyó estudio de contrapunto con Max Reger. Ante el fracaso de sus composiciones, marchó a París, donde entró en contacto con las vanguardias artísticas de la época, conociendo a creadores de todo tipo, como Pablo Picasso, Blaise Cendrars, Francis Picabia, Jean Cocteau, Max Jacob y Guillaume Apollinaire. Desde principios de 1914 se presentó con el seudónimo de Alberto Savinio. Publicó Les chants de la mi-mort en el número 3 (Junio/agosto de 1914) de la revista Les Soirées de Paris con tal nombre. "Les chants..." revisada en el tiempo es una obra autónoma y de una intuición privilegiada, podría decirse que por su estructura, contenido y representación va pareja en lo que a música y drama se refiere, a la pintura de su hermano Giorgio De Chirico. Participó en la Primera guerra mundial, siendo enviado a Salónica, al frente macedonio, como intérprete. Al acabar la guerra fue transferido a Milán y desde 1923 se estableció en Roma, donde publicó textos teóricos y narrativos, sobre todo en revistas como La Ronda. En 1924 Alberto Savino estuvo entre los fundadores del Teatro dell'Arte, dirigido por Luigi Pirandello. En 1926 contrajo matrimonio y marchó a París, para dedicarse a la pintura. Regresó definitivamente a Italia en 1933. Pasó en Roma la segunda guerra mundial. Europeísta convencido desde el primer momento, ajeno al Régimen en el que le tocó vivir veinte años, al final del conflicto bélico colaboró con el Corriere della sera y el Corriere d'informazione. A juicio de algunos, como Leonardo Sciascia que hizo todo lo posible por su recuperación, y lo logró en vida, es uno de los más importantes escritores del siglo XX italiano.
(Extraído de Wikipedia)]


A fin de facilitar la circulación de los navíos de gran tonelaje y también para estimular la entrega a domicilio, la casa Rana no tenía peldaños ni escalinata. Pese a esto, el paquebote, empujando la puerta con una proa orgullosa, penetró silbando hasta el centro de la sala, en medio de la indiferencia más completa.

La familia Rana se encontraba al completo, así como Robert Danesi, el postulante trágico.

Después de los insultos de rigor, los dos huéspedes fueron amablemente invitados por el dueño de la casa a dejarse dar un puntapié en el trasero. En casa de los Rana, gentes de gran alcurnia, se profesaba el culto de los grandes modales.

La señora Giulia Rana, la dueña de la casa, llevaba un magnífico traje de noche con grandes ramas verdes, que le sentaba a las mil maravillas.

Míster Paul, al acercársele para escupirle en la cara, como es usanza en la mejor sociedad, se dio cuenta de que aquel traje no era más que un señuelo.

Hija de batracios, rana ella misma, la señora Giulia Rana conservaba sobre su piel los mismos ornamentos que cubrían la epidermis del señor Anfibio, su padre. Inútil añadir que la señora Giulia iba completamente desnuda bajo aquellas ramas congénitas. En cuanto a su vientre, enteramente blanco, enteramente redondeado y de una delicadeza tal que la hacía ponerse crispada, se aplastaba como un a pelota de niño contra el borde de la mesa.

La ciudad de las promesas por Andrea de Chirico (alias Alberto Savinio)

Disgustado por este nuevo testimonio de la inestabilidad del carácter humano, el cónsul se sentó en un rincón y, después de cerrar las piernas, comenzó a acariciar con una mano solícita la punta de su cola que sobrepasaba el pantalón metálico.

El señor Luigi Rana, marido de la señora Giulia y presidente honorífico de la Sociedad para el Estímulo de la Pederastia en las Familias, removía con un irrigador un cóctel compuesto de amoníaco y excrementos diversos. En cuanto al capitán Tullio Rana, gran mutilado de guerra y hermano del señor Luigi, saltaba por el salón con gestos de muñeco de pim-pam-pum, pues habiendo resistido valerosamente la presión den los Sturmtruppen [1], su cuerpo había quedado reducido al espesor de una pastilla.

Grandes estrellas polvorientas e indiferentes estaban alineadas contra los muros. Sólo conservaban de su pasado esplendor una vaga luminosidad mortecina que mariposeaba débilmente en los extremos de sus patas antes tan radiantes. Desde la ventana se descubría la ciudad, toda blanca y redonda entre sus murallas, parecida a una Carlota rusa bañándose en su crema.

La sesión iba a abrirse como una flor. Todo el mundo rodeó a la hermosa señora Rana, que por su gracia sin par servía de salida de escape a las revelaciones de lo oculto.

Pese a que la casa Rana estuviera totalmente desprovista de sillas, todos los asistentes a aquella sesión memorable estaban tranquilamente sentados en torno a la mesa, con las manos suavemente posadas sobre la alfombra, el torso erguido y el trasero en el vacío.

Robert Danesi tomó la palabra. Como después de su famoso intento de suicidio se había convertido en catobléfaro, se había acostumbrado a dirigirse a sus oyentes volviéndoles la espalda. Dijo:

“En el mes de noviembre de 1918, nos decidimos a abandonar Suiza para regresar a Europa. La señora Danesi, mi hijo Temístocles y yo nos embarcamos en un barco-lavadero. La Guerra había concluido, y yo tenía prisa en poner mi brazo al servicio de mi patria. Pero esto no es más que un detalle. A la altura del número 24 de la rue Jacob de París, nuestro barco fue torpedeado por el descuido de algunos pescadores con dinamita que operaban por aquellos parajes. Apretando a mi hijo Temístocles entre mis brazos, conseguí encaramarme a la caja de caudales del barco, que como estaba completamente vacía flotaba en el océano como un melón. Nos llevó sanos y salvos hasta el prostíbulo del lugar. Después de aquella noche trágica, no volví a tener noticias de mi mujer hasta ayer, once septiembre, cuando un acordeonista de Tel-Aviv tuvo la amabilidad de anunciarme por telegrafía sin hilos que la señora Danesi está tan muerta como ustedes o como yo, y que actualmente está hospitalizada en un gran establecimiento de carne congelada de Londres, donde los mejores especialistas del lugar proceden a la supresión de sus tatuajes.

”Señores, prosiguió el postulante trágico con una voz que se hizo más grave, éste es el motivo que nos reúne esta noche. Deseo saber por boca de esta porquería de señora Giulia Rana, gracioso comisario del más allá, y en presencia de esa basura de míster Paul, cónsul de Inglaterra, si mi querido Temístocles, sangre y carne del vigésimo tercer amante de mi adorada esposa, puede pronunciar todavía el dulce nombre de madre”

Recuerdos de un mundo desaparecido por Andrea de Chirico 
(alias Alberto Savinio)

Después de la declaración de Robert Danesi, la señora Rana, que se había recogido profundamente, abrió desmesuradamente su ombligo y con una voz pastosa pronunció:

“¡Espíritu! ¿Es cierto que la señora Danesi está actualmente hospitalizada en un gran establecimiento de carne congelada de Londres, donde los mejores especialistas del lugar proceden a la supresión de sus tatuajes? ¡Contestad sin demora, os lo ordeno!”

Algunos segundos después de que el silencio lleno de éxtasis hubiese absorbido el eco de la exhortación umbilical, espantosos espasmos sacudieron el ombligo de la señora Rana, y una voz que no era la suya exclamó: “Estamos desbordados de trabajo. Degollamos niño. Vuelvan más tarde.”

Extraído de la Antología del humor negro de André Breton


[1] Tropas de asalto alemanas de la Primera Guerra Mundial.

martes, 14 de diciembre de 2010

EL VALLE PIERDE SU ATMÓSFERA (fragmento) por Winétt de Rokha


[De Winétt de Rokha (1892-1951), poetisa chilena, siempre se menciona que era la esposa de Pablo de Rokha, un poeta que gozó del favor popular en vida. Pero la poesía de Winnét, por lo que hemos podido leer, aunque menos conocida que la de su cónyuge no tiene nada que envidiar a la de éste. Winnétt de Rokha fue una autora inquieta en todos los sentidos. En primer lugar, porque experimentó con el lenguaje poético hasta llegar a alcanzar una escritura mágica, de hermoso hermetismo, emparentada con la escritura automática de los surrealistas /.../ Y en segundo lugar, porque también abrazó en su vida y en su obra el compromiso social, lo cual le llevó a ella y a su marido a tener que huir de Chile en los años 40 para escapar a la represión de la llamada Ley Maldita, una ley destinada a neutralizar los movimientos de izquierda. Fallecida de cáncer en 1951, Pablo de Rokha le dedicó Fuego Negro, una elegía amorosa. Otra gran figura de la poesía olvidada por los académicos de turno.

(Extraído de la revista
Antares nº6)]

Valiente pincel de hacer célebre, proletario-macho-desterrado
fecundas generaciones de amaranto y ponzoña perforada.
Poetas de la concordia y su articulación multitudinaria
calcina granadas de juventud y calavera al relato entregadas.
Imponentes montañas se desgajan en quejumbre borracha
intercalando peñascos de orfeón, cálidos, cárdenos
del carácter enmohecido con musgo eterno a la cintura.
Se multiplican las curvas de las vanguardias cercadas y cercanas
por tostado dolor, lejanas azul-comienzo, precursoras,
umbral y pasto del aloe fraternal.

Se enfrenta el globo-émbolo de estaño a una tétrica mueca cosmogónica;
es que nos acarrea la innúmera cantidad del agua y su dilema orgánico.

Monumentos de vidrio suspendidos, romances de acierto, estupores blancos.
"Futurismo" y canoas, puñal maya-azteca detenido, cerrajero,
en tal ansiedad manejada de rubíes equivalentes.
El relámpago triangulado se yergue arrollador,
trincha la Cruz del Sur que reverbera en sí misma de emergencia.
Gusanos que arrasan la carne de mármol y vigilia.
El grito mundial de "Buy bonds of war," [1] lisonjero,
en la médula de millones de seres deambulando en desborde
con esperanza leve y la fría finura del murciélago libre.
Oda de lodo del banquete escalofriante, de hotel,
su frasco de alcohol refrena el maxilar y la mímica impúdica.
El echarpe soltero de la plaza pública auspicia ceremonias universales;
un tropel de potrancas matizan las drogas de relleno del fenómeno.

Canal suave, rítmico, cuadro de hojas crujientes, recalcitrantes,
patinado, celestial, recortado, solo, característico, antojo, percance intestinal
de una procesión de azucenas traviesas en planteamiento de aviones.
Libro-apóstol aborda la memoria frívola de una oruga con dólares.

Enigma y arboladura de catedrales medioevales, cortina de latidos,
con pestañeos termales bajo el flujo de la Vía Láctea.
Al ataque esponjadas señales luminosas, zorros, puritanos,
melindrosos, cautelosos como aborigen desgraciado, fugitivo.
Difícilmente tomaré ya contacto directo, cobarde, inútil,
de salmuera, con los lares de mis antepasados de cobre y cochayuyo.
Molécula aterida, categórica, aerodinámica, baile
en que giro sin término y polémica impávida o amenazadora.


[1] en inglés "Compre bonos de guerra".


Desastres del misticismo (1942) por Roberto Matta.

lunes, 6 de diciembre de 2010

DOROTEA por Yves Battistini


[Nació el 18 de septiembre de 1922 en Hasselt (Bélgica). Estudió en París,donde se diplomó en estudios superiores de literatura clásica. Participóde 1946 a 1947 en las actividades del grupo "Le Surréalisme révolutionnaire". Colaboró en las revistas neosurrealistas de la posguerra (Les Quatre Vents, La Révolution la nuit y Les deux soeurs). Lo une estrecha amistad con René Char sobre quien prepara un importante ensayo. Desde 1949 es profesor de literatura en Córcega.

(Extraído de la
Antología de la poesía surrealista en lengua francesa de Aldo Pellegrini.)]


garganta irradiada de flamencos rosas
desapareces en el alambique
tobillos apresados en los vivaques de los buscadores de oro

de rodillas en las márgenes del gran lago de la osa
eres mi caribú herido
tu voz florea con escarchas purpurinas esos trémulos telescopios
adonde acuden a peinarse los cometas
en el atardecer tus piernas brillan más vaporosas que cañones
rompientes de carne alcalina donde los peces rubios borrachos de heroína picotean tu trigo
en las viñas hechizadas del Mosela llevas en tus hombros un par de castores
o bien tu vientre de frescos narcisos bajo su cabeza plateada colma la noche
tu garganta ese alud de orquídeas de herramientas crepitantes
es el vientre helado que me arrebata como una campana de argyroneta
en la aurora que sueña en tu corazón
cuando la sensitiva dormida en los cerezos mece tu trigo y cuando
bajo tu piel los colibríes destilan al sol verde tu sangre jengibre para mis labios tibios

por la espiral gótica te elevas
rosa a la deriva por las mesetas de la lejana de la desértica prímula


Publicada en "Les Quatre Vents" Nº 8 (1947)


Dánae por Gustav Klimt

martes, 16 de noviembre de 2010

EL LLANTO SUBTERRÁNEO por Emilio Prados


[Emilio Prados Such. (Málaga, 4 de marzo de 1899 - México, 24 de abril de 1962), poeta español de la Generación del 27. Sus primeros quince años transcurren en Málaga, donde asiste al Instituto de enseñanza secundaria. En 1914, obtiene una plaza en el Grupo de Niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid. En este internado conoce a Juan Ramón Jiménez, uno de los asiduos invitados y quien, junto con la afición a los libros inculcada por su abuelo Miguel Such y Such en su infancia, determinaría su inclinación hacia la poesía. En 1918 se incorpora al grupo universitario de la Residencia, centro que se convierte en punto convergente de las ideas vanguardistas e intelectuales de Europa, así como en un foro de diálogo permanente entre ciencias y artes. En este fecundo caldo de cultivo se forma la Generación del 27 y es aquí, donde Prados entabla amistad con el círculo que forman Federico García Lorca, Luis Buñuel, Juan Vicens, José Bello y Salvador Dalí. En 1921, el agravamiento de la enfermedad pulmonar que padece desde su infancia le obliga a ingresar en el sanatorio de Davosplatz (Suiza) donde pasará la mayor parte del año. En esa reclusión terapéutica, Emilio Prados comenzará a descubrir los autores más sobresalientes de la literatura europea y a consolidar su vocación de escritor. Tras este paréntesis, en 1922, reanuda su formación académica asistiendo a cursos en las universidades de Friburgo y Berlín; visita museos y galerías de arte de las principales ciudades alemanas y conoce a Picasso y a diversos pintores españoles en París. En el verano de 1924 regresa a su ciudad natal, donde continúa su actividad como escritor y funda, junto a Manuel Altolaguirre, la revista Litoral, el hito más renovador de la cultura española de los años 20, en cuyas páginas refleja el diálogo entre poesía, música y pintura del que bebió en la Residencia de Estudiantes, logrando reunir bajo un único código creativo a figuras tan relevantes como: Jorge Guillén, Moreno Villa, Manuel de Falla, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Ángeles Ortiz o Federico García Lorca entre otros. En 1925 inicia su actividad como editor de la imprenta Sur, en la que trabaja también junto a Altolaguirre. De estos talleres saldrán publicados gran parte de los títulos de la poesía del 27. El esmerado trabajo de edición que realizan ambos poetas les procura prestigio internacional. Paralelamente a sus actividades creadoras, su compromiso social se va decantando en un progresivo interés hacia los sectores más pobres y desfavorecidos de la sociedad. Es en plena II República, en 1934, cuando su acercamiento a la izquierda se muestra explícitamente. El clima de violencia que impera en Málaga al estallar la guerra le hace trasladarse a Madrid y allí entrará a formar parte de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Colabora en tareas humanitarias, ayuda en la organización del II Congreso Internacional de Escritores y en la edición de varios libros: Homenaje al poeta Federico García Lorca y Romancero general de la guerra de España, al tiempo que se publican varias de sus obras. Recibe el Premio Nacional de Literatura por la recopilación de su poesía de guerra, Destino fiel en 1938. Poco después se instala en Barcelona para encargarse, junto con Altolaguirre otra vez, de las “Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública”. Pero la situación es ya insostenible en la España de comienzos de 1939 para un republicano, por lo que decide marcharse a París y el 6 de mayo parte, junto con otras destacadas figuras de la intelectualidad republicana, hacia México, donde residirá hasta su muerte.

(Extraido de Wikipedia)]


I
Junto al mar ese manto que la luz origina
y que el aire repliega como a su dura arena en un costado;
donde los hombres miran y mueren contra el vino
y las cabezas de los niños lloran
y los ojos de los pescados lloran
y los cabellos de las mujeres se tienden en silencio hasta las nubes:
no puedo no cantar como esas aves
que desconocen la quietud de la harina
y andan sobre la nieve
sobre sábanas largas mientras la luna sube rectamente.
Yo he visto he visto a veces
cernerse un ancho pájaro en la bruma:
hoy no puedo cantar como esas aves.
No puedo, no, cantar: ando en patios humildes,
ando en ropa nocturna,
ando en seres que velan sus rebaños o el ansia de otros muertos.
Ando en los secos odres que la luna dormita
y en los altos cipreses que arrastran sus cadenas y engrandecen su marcha bajo los anchos puentes:
bajo los anchos puentes donde duele la vida
y los hombres se acercan a morir en silencio
uno a uno, millones desde los cuatro olvidos,
desde los cuatro mares que los pescados lloran.
Unos, largos maullidos que empañan los cristales
y enormes avestruces
y húmedas arpilleras
o blancas cicatrices como largos caminos
y negras fajas como ríos donde duermen barajas y las manos cortan.
Unos, medias palomas que arrastran por los huertos
las hojas de su muerte y el dolor del viaje
y el dolor de las balas que los perros devoran
allá junto a un costado de llamas en peligro.
Unos, lana dejada que desmorona enloquecida sus balidos
entre rubios espartos o iracundas pestañas.
Unos, lacias estrellas
y manos machacadas como balanzas diminutas,
como pequeños pájaros redondos que hieren, hieren, hieren por la sangre que horadan:
esa sangre que grita y atraviesa las cercas de la sal y la hondura y sus
fuertes delfines:
esos gritos que elevan sin latón gaviotas,
que enhebran los cabellos del vino con los peces
mientras cuelga la luna como un grueso pescado
donde juegan los dedos a un dominó sin ojos ni futuras monedas
y canciones de espinas que se olvidan del aire.
Unos, enormes girasoles
y entre las sienes máquinas
y plomo o cirios que se funden y andan,
avanzan y se paran de pronto como una fiebre o puerta:
un goterón que mira y duele,
que enrojece sus bordes y abandona:
un tracoma que escuece sobre casas humildes que huelen como arañas entre blandas palmeras y flautas que se pudren.
Unos, llevan cigarras
y les siguen palomas y lombrices y niños
y pequeñas banderas
y estampas como luces
o el rumor de las ruedas y el barro del aceite:
estos no son campanas ni hormigas ni amapolas:
huelen a barro y a tristeza
a mujer y a vinagre
a caña verde que se mece
y a cuerpo o piedra que se hunde lentamente en el agua.
Bajo los anchos puentes donde duele la vida
llegan, llegan luciérnagas y pesadas maromas:
allí los muslos obedecen sin temblor y sin gozo
a la sombra en que escupen y al rumor de la espuma:
allí los hombres se ennegrecen
y las caras se olvidan:
uno a uno, millones desde los cuatro vientos,
se acercan los navíos para morir bajo los puentes.
Son otro peso errante sobre la inmensa Tierra,
otra apesadumbrada voluntad que camina,
otros cuerpos que cuelgan de las pesadas rocas,
otro canto desnudo,
otro crimen reciente.
¡Así gimen las olas! ¡Así gimen las olas!
¡Oh sed, sed de los montes y de las altas nubes!
¡sed de cobre y escama!
¡sed de las amplias frentes en que el hombre navega:
de esas bandejas rápidas que ruedan como lunas
y terminan de pronto en un bolsillo diminuto!
Junto al mar, ese canto que el silencio origina,
donde los niños lloran
y las cabezas de los hombres miran y mueren contra el vino,
yo he visto, yo he visto a veces cernerse un ancho pájaro en la bruma
como bajo los puentes hoy los ápteros brazos de los viejos obreros.
Como el llanto en la tierra,
como las voces en la lluvia,
hoy no puedo cantar como esas aves.
¿Cómo podré, cómo podré crecer sin manos
bajo las filtraciones dolorosas de esta angustiada arena?
Como yo reconozco la amplitud de la harina
junto a mi piel se pudren un caracol y un mundo.

II
Yo pertenezco a esos anchos caminos donde los árboles se cuentan;
a ese olor que el estambre abandona en sus ruedas hilo a hilo que canta.
Me muevo entre mis brazos porque mi rostro solo no lo encuentro
en la miel gota a gota como el ganado que trashuma.
Canto, canto en la lana de los estanques
y en la paz de esos bosques que se ignoran;
canto como la luna resbala por las piedras,
entre las multitudes herrumbrosas que acampan junto a un río.
Canto, canto bajo la inmensa noche
bajo esta inmensa lata que atiranta la arena:
“Si yo pudiera un día tan sólo,
como esta razón que mi genio anima,
abrir de par en par las puertas
de mi cuerpo y las granjas...”
Yo pertenezco al fondo de esas viejas lagunas
de esos hombres que marchan sin conocerse sobre el mundo;
a esos largos racimos que duelen contra el cáñamo,
que abandonan sus nombres como las hojas del aceite.
Yo pertenezco a ese pez que resiste como la nieve cae, como la nieve cae;
a esas aguas durísimas que se alejan cantando
y que un día amanecen junto a la orilla erectas.“Si yo pudiera como esos seres del olvido que pasan y repasan su soledad bajo la luna, dejar sobre la nieve todo el ardor del ansia que circunda mi frente...”
Canto, canto como pieles remotas sin sal y sin alumbre:
canto bajo la inmensa noche azul allá en el norte.
Yo pertenezco a esas largas llanuras que resuenan sin viento y permanecen;
a esos antiguos pozos olvidados donde unos ojos miden el albor de sus huesos.
Canto, canto el ronco mugido de los bisontes que galopan cerca ya de la pampa:“Si yo pudiera un día abandonar sobre este ardor lejano, como un blanco navío, el altísimo témpano que apuñala mi angustia...”
Hay gotas de una lluvia que no encuentran, perdidas, los roces de su cielo
y hay pájaros que olvidan la plenitud de la distancia en que han sido engendrados.
Yo pertenezco a esos hombres que mueren.
Vivo aquí entre mis brazos, porque no encuentro el límite que los separa.
Canto, canto a la sombra de los más anchos ríos;
canto bajo la luz difusa de los puentes:“Si yo pudiera un día, un día tan sólo, abandonar sobre la tierra enteramente estos bueyes que hoy labran los bordes de mi sueño..."

"La rosa y el velocípedo" por José Caballero

lunes, 8 de noviembre de 2010

EL MONSTRUO VERDE por Gerárd de Nerval


[Pseudónimo de Gérard Labrunie, poeta y ensayista francés nacido en Paris en 1808. Huérfano desde muy pequeño, su infancia transcurrió en la campo de Valois al cuidado de su tío abuelo. Enviado a Paris desde 1814, estudió en el colegio Carlomagno donde se apasionó por la literatura alemana, especialmente por Goethe, de quien fue un excelente traductor. Su obra "Aurelia" de 1855, puede considerarse como el punto de partida de la poesía surrealista. Entre otras de sus obras figuran, "Viaje al Oriente" en 1851, "Les Illuminés, ou les precurseurs du socialisme" en 1852 y "Las Quimeras" en 1854. Aunque los últimos años de su vida fueron los más productivos, sufrió graves trastornos mentales que lo obligaron a permanecer por temporadas en hospitales psiquiátricos. Finalmente, agobiado por las deudas y la enfermedad mental, se suicidó en Paris en 1855.
Extraído de A media voz.]

1- El Castillo del diablo

Voy a hablarles de uno de los más viejos habitantes de París: se llamó en otro tiempo el diablo Vauvert.
De ahí surgió el proverbio: "¡Eso es en lo del diablo Vauvert! ¡Váyase al demonio Vauvert!" Es decir: Váyase… a pasear por los Champú-Elysées".
Los porteros dicen generalmente: "Está por lo del diablo verde", para expresar un lugar muy lejano. Esto significa que es necesario pagar muy cara la comisión que se les encarga. Pero es por otro lado, una frase viciosa y corrompida, como tantas otras familiares al pueblo parisino.
El diablo Vauvert (*) es esencialmente un habitante de París que perdura desde hace siglos, si uno cree en los historiadores. Sauval, Félibien, Sainte-Froix y Dulaure han contado largamente sus escapadas. (**)
Parece que en un principio habitó en el castillo de Vauvert que estaba situado en el lugar ocupado actualmente por el alegre baile de la cartuja, en el extremo del Luxembourg y frente a l´Observatoire, en la rue de l´Enfer.
Este castillo, de triste renombre, fue demolido en parte y las ruinas se convirtieron en una dependencia del convento de los cartujos en la que murió en 1414 Jean de la Lune sobrino del antipapa Benedicto XIII. Jean de la Lunes fue sospechoso de haber tenido relaciones con cierto diablo, que podría haber sido el espíritu familiar del viejo castillo de Vauvert, ya que, como se sabe, cada uno de esos edificios feudales tenía su diablo.
Los historiadores no nos han dejado nada preciso sobre esta fase interesante.
El diablo Vauvert da que hablara nuevamente en la época de Luis XIII.
Durante mucho tiempo se había oído, todas las noches, un gran ruido en una casa hecha con los restos del antiguo convento, cuyos propietarios estaban ausentes desde hacía años, cosa que asustaba mucho a los vecinos.
Avisaron al lugarteniente de policía, que envió varios guardias.
¡Cuál no sería la sorpresa de estos militares al escuchar el tintineo de los vasos mezclados a risas estridentes!
Al principio se creyó que se trataba de monederos falsos entregados a una orgía, y calculando su número por la intensidad del ruido, decidieron buscar refuerzos.
Pero juzgaron, aun entonces, que el escuadrón no era suficiente: ningún sargento se animó a llevar sus hombres a esa morada, donde parecía que había el bochinche de todo un ejército.
Un cuerpo de tropas suficientes llegó finalmente a la mañana: penetraron en la casa. No encontraron nada.
El sol disipó las sombras.
Durante todo el día se hicieron búsquedas, pues se pensó que el ruido provenía de las catacumbas, situadas, como se sabe, bajo ese barrio. Se preparaban para entrar en ellas, pero, mientras la policía tomaba sus disposiciones, la noche volvió nuevamente y el ruido recomenzó más fuerte que nunca.
Esta vez nadie se atrevió a bajar, porque era evidente que en la bodega no había más que botellas y que por lo tanto, era el diablo quién las hacía bailar.
Se contentaron con ocupar los accesos de la calle y pedir al clero que obrase.
El clero hizo una cantidad de oraciones, e incluso se echó agua recién bendecida, por medio de una jeringa, sobre la banderola de la bodega.
El ruido persistió siempre.
2 - El sargento


Durante toda la semana la muchedumbre de parisinos no cesó de obstruir la entrada del barrio, asustándose y pidiendo noticias.
Finalmente un sargento de la prefectura, más audaz que los otros se ofreció para entrar en la bodega, siempre que le concedieran una pensión que podía ser transferida, en caso de muerte, a una costurera de nombre Margot.
Era un hombre corajudo y más enamorado que crédulo. Adoraba a la costurera que era una persona bien provista y muy económica, casi se podría decir un poco avara, y que no había querido casarse con un simple sargento desprovisto de fortuna.
Pero, ganando la pensión, el sargento se convertía en otro hombre.
Envalentonado por esta perspectiva, él proclamó "que no creía ni en Dios ni el Diablo y que averiguaría qué era ese ruido".
- ¿En qué cree usted, pues? - le preguntó uno de sus compañeros.
- Creo -contestó él- en el señor fiscal y en el prefecto de París.

Era decir mucho en pocas palabras.
Apretó el sable entre los dientes, tomó una pistola en cada mano y se lanzó por la escalera.
El espectáculo más extraordinario lo esperaba al pisar la bodega.
Todas las botellas se entregaban a una zarabanda desenfrenada y formaban figuras muy graciosas.
Las de etiqueta verde representaban a los hombres, y las rojas a las mujeres.
Había también una orquesta dispuesta sobre las estanterías de las botellas.
Las vacías sonaban como instrumentos de viento, las botellas rotas como címbalos y triángulos, y las botellas llenas daban algo así como la armonía penetrante de los violines.
El sargento, que había tomado algunos tragos antes de emprender la expedición, al ver sólo botellas, se sintió muy tranquilizado y se puso a bailar él también, imitándolas.
Después, poco a poco, animado por la alegría y el encanto del espectáculo, agarró una amable botella de cuello largo, un burdeos claro, según parecía, cuidadosamente sellada en rojo y la apretó amorosamente contra su corazón.
Risas frenéticas partieron de todos lados: el sargento, intrigado, dejó caer la botella que se hizo añicos contra el suelo.
La danza se interrumpió, gritos de terror se hicieron oír en todos los rincones de la bodega, y el sargento sintió que el pelo se le ponía de punta al ver el vino derramado que parecía formar un charco de sangre.
El cuerpo de una mujer desnuda, cuyos cabellos rubios se extendieron por el suelo y se empaparon en la humedad rojiza, estaba tendido a sus pies.
El sargento no hubiera tenido miedo al diablo en persona, pero esta visión lo llenó de horror; pero, pensando que de todos modos, tenía que dar cuenta de su misión, se apoderó de una botella con sello verde que parecía juguetear ante él y gritó:
-¡Por lo menos tendré una!
Una inmensa carcajada le respondió.
Entretanto había vuelto a la escalera y, mostrando la botella a sus camaradas, gritó:
-¡Aquí está el diablito!... ¡Ustedes son unos capados (dijo una palabra mucho más fuerte) por no haberse atrevido a bajar!
Su ironía era amarga. Los guardias se precipitaron en la bodega donde sólo encontraron una botella de Burdeos, rota. El resto estaba en su lugar.
Los guardias deploraron la suerte de la botella rota; pero corajudos como eran todos se largaron a subir con una botella en la mano.
Se les permitía beberlas.
El sargento de la prefectura dijo:
-En cuanto a mí, guardaré la mía para el día de mi casamiento.
No se le pudo rehusar la pensión prometida y se casó con la costurera, y …
¿Creen ustedes que tuvieron muchos niños?
No tuvieron más que uno.
3 - Lo que siguió


En el día de la boda que tuvo lugar en la Rapee, el sargento puso la famosa botella de etiqueta verde entre él y su esposa y sólo permitió que ellos dos bebieran de ese vino.
La botella era verde sepulcral, el vino era rojo como sangre.
Nueve meses después la costurera dio a luz un pequeño monstruo totalmente verde, con dos cuernos rojos en la frente.
¡Y ahora, vayan muchachas…, vayan a bailar a la Cartuja…, sobre el emplazamiento del castillo Vauvert!
De todos modos el niño creció, si no en virtud, por lo menos en tamaño. Dos cosas contrariaban a sus padres: su color verde y un apéndice caudal que recordaba en principio una prolongación del coxis, pero que, si se lo observaba bien, parecía una verdadera cola.
Se consultaron a los sabios, quienes afirmaron que era imposible operar y extirparla sin comprometer la vida del niño. Estuvieron de acuerdo en que era un caso raro pero había ejemplos citados por Herodoto y por Plinio el Joven. No se preveía aún el sistema de Fournier.
En lo que se refiere al color, se lo atribuyó a un predominio del sistema biliar. De todos modos se ensayaron varios cáusticos para atenuar el matiz muy pronunciado de la epidermis y se llegó, después de una cantidad de lociones y fricciones a conseguir un verde botella, después un verde agua, y finalmente un verde manzana. En ningún momento la piel llegó a parecer blanca, y a la noche recuperaba su tono.
El sargento y la costurera no podían consolarse de la pena que les daba el pequeño monstruo, que cada vez se volvía más terco, colérico y malicioso.
La melancolía que experimentaban los condujo a un vicio común entre la gente de su clase: se entregaron a la bebida.
Pero el sargento no quería beber más que el vino de etiqueta roja, y su mujer sólo el de etiqueta verde.
Cada vez que el sargento caía como muerto de borracho, veía en sus sueños a la mujer ensangrentada cuya aparición lo había espantado en la bodega después de romper la botella.
La mujer le decía:
-¿Por qué me apretaste contra tu corazón y después me destrozaste?... A mí, que te amaba tanto.
Cada vez que la mujer del sargento le había dado fuerte al sello verde, veía en sus sueños un enorme diablo, de apariencia atroz, que le decía:
-¿Por qué te sorprendes de verme… ya que has bebido de la botella? ¿No soy acaso el padre de tu hijo?
¡Oh, misterio!
A los trece años, el niño desapareció.
Sus padres, inconsolables, siguieron bebiendo, pero ya no vieron renovarse las terribles apariciones que habían atormentado sus sueños.
4 - Moraleja


Fue así como el sargento pagó su impiedad… y la costurera su avaricia.
5 - Qué pasó con el monstruo verde


Nunca se supo.

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(*) Vauvert: reminiscencias de Viejo Verde, de ahí, con Vers, gusanos, las alusiones de Nerval.
(**) Alusión probable al rey Enrique IV (le Vert Galant), el "Viejo Verde".


L'Ange du Foyeur por Max Ernst

lunes, 1 de noviembre de 2010

REVISTA ANTARES Nº 11


Aquí dejo el vínculo a la modesta revista poética que elaboro con ayuda de otros/as compañeros/as poetas... Por cierto, a partir de este número prescindiré de la versión en papel; Antares será a partir de ahora, por tanto, una revista electrónica y ello por varias razones: 1) porque la versión electrónica llega a más gente, 2) es más ecológico y 3) es más cómoda y barata de elaborar. Que os guste.

¡Por la subversión poética!


(Hacer click en la imagen

de la portada para leer/
descargar el archivo pdf)


sábado, 30 de octubre de 2010

AUTORRETRATO O DEL SUBWAY por Gilberto Owen


[Poeta, novelista y diplomático mexicano nacido en El Rosario, Sinaloa, en 1904.Realizó estudios en el Instituto Científico y Literario de Toluca y en la Escuela Nacional Preparatoria de Ciudad de México. Siguiendo las directrices simbolistas de González Martínez y Juan Ramón Jiménez, se identificó con el grupo de Los Contemporáneos, junto a importantes figuras como Villaurrutia, Novo, y Torres Bodet. En 1928 se incorporó al servicio diplomático, radicándose en Nueva York, donde tuvo la oportunidad de relacionarse con representantes de la vanguardia latinoamericana y europea. Posteriormente ocupó otros cargos en diferentes países suramericanos, radicándose finalmente en Estados Unidos. Su obra, reconocida tardíamente, está representada por su obra "Perseo vencido", publicado en 1948, el cual consta de tres partes: el "Madrigal por Medusa", "Simbad el varado" y el "Libro de Ruth". Falleció en Filadelfia en 1952, mientras ocupaba el cargo de vicecónsul.

Extraído de
A media voz]

1. Perfil
Viento nomás pero corregido en cauces de flauta
con el pecado de nombrar quemándome hijo en un hilo de mis ojos suspenso
adiós alta flor sin miedo y sin tacha condenada a la Geografía
y a un litoral con sexo tú vertical pura inhumana
adiós Manhattan abstracción roída de tiempo y de mi prisa irremediable caer
fantasma anochecido de aquel río que se soñaba encontrado en un solo cauce
volver en la caída noche al sube y baja del Niágara
qué David tira la piedra de aire y esconde la honda
y no hay al frente una frente que nos justifique habitantes de un eco en sueños
sino un sonámbulo ángel relojero que nos despierta en la estación precisa
adiós sensual sueño sensual Teología al sur del sueño
hay cosas ay que nos duele saber sin los sentidos
2. Vuelo
Ventana a no más paisaje y sin más dimensiones que el tiempo
noche de cerbatana nos amanecería un sol de alambre sólo
hay pájaros que no aclimatan su ritmo a un poco balas
ríos alpinistas que nacen al nivel de sueños sin pájaros
y no se mueren ni matan a balas perdidas que nadie ha gritado
ahorcada cortina forma dura que corriges mi inglés y mi julio
mi pulso insegura línea fría del frío bailada de electricidad alambrista
enjaulados nosotros o el tiempo cebra inmóvil patinadora en llamas
la prisa une los postes la reja es ya muro se despluma contra él la plegaria
pisada lineal los numerales hacen hoy más esta ciudad una mera hipótesis
recuerdo una sonrisa que yo sabía pronunciar delgado la llamaba Carmen de ti
y alguien que era más sensual y más puro
y qué pena en realidad el sueño no se casa con sus amantes
y se amanece al fin de cuando en vez de nieve espuma de un mar más alto
llamémosla en llamas Jesús


Extraído de Poesía Surrealista en Español. Antología de Ángel Pariente (ed.).



Cartel de Rafal Olbinski.

viernes, 22 de octubre de 2010

NO QUIERO QUE MATEN A ESA MUJER por Gilbert Lély


[Gilbert Lély (1904-1985). Poeta nacido en París, entró en contacto con los surrealistas en 1937 al participar en la puesta en escena de "Ubu enchaîné" (Ubú encadenado), la obra de Alfred Jarry (1873-1907), junto a otros miembros del grupo. Continuando la labor de su amigo Maurice Heine (1884-1940), exhumó la correspondencia yrevisó numerosos manuscritos del Marqués de Sade, los que luego editó y prologó. De su obra poética se destacan "La sylphide ou l'étoile carnivore" (La sílfide o la estrella carnívora), "Ma civilisation" (Mi civilización) y "L'épouse infidéle" (La esposa infiel). Sus restos mortales descansan en el cementerio de Montmartre. 

(Extraído de http://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2010/10/1471-gilbert-lely.html)]


Singularmente pálida y dispuesta al amor,
Se apoyaba contra un reverbero.
Ella decía:
Tengo decisiones vertiginosas;
Todos los lugares y todas las señales
Son favorables al cumplimiento de mis deseos.

Luego desapareció, y sólo vi
En el lugar de su mirada
Un leopardo gigante que se arrojaba
Contra las cortinas metálicas de los comercios.

¡CRACOVIA, allí se abren muslos milagrosos!
¡CRACOVIA, la espía está contra el muro de ejecución!
Pero los soldados no tirarán.
Su furor ha desbaratado la tosca mecánica del tiempo.
La vida de los hombres comenzará otra vez en sentido inverso.
El oficial volverá a ser esperma en el pútrido delta maternal.


"El Jardín de Francia" por Max Ernst

miércoles, 20 de octubre de 2010

LOS SOLES NEGROS: POETAS Y SUICIDAS




Thomas Chatterton

Entre los habitantes del Parnaso abundan los depresivos, los desesperados, los suicidas. Ya desde el Romanticismo, sobre todo con la irrupción de la moda del wertherismo, la figura del poeta que no encuentra su sitio en una realidad que le niega la realización de su ideal se convierte en tópico. La muerte se transforma así en una drástica válvula de escape frente a un entorno alienante que, de hecho, mata en vida por dentro paulatinamente al poeta. Pero tampoco hay que olvidar que la muerte es la última y más misteriosa puerta que abrimos en el curso de nuestra existencia y que, como todo lo abismal, tiene su desazonante atractivo; así el poeta, frente al espejo, con el revólver apuntando a su sien, siente el mismo deseo de saltar al vacío que arde en las entrañas del acrófobo cuando éste se asoma a una sima insondable. Está claro: lo que nos horripila, al mismo tiempo, nos seduce.... ¿y si no porqué consideramos obras de arte, por ejemplo, Los caprichos de Goya, la inquietante pintura de Edvard Much o la novela gótica?

Mário de Sa-Carneiro

La lista de bardos que sucumbieron al fatal atractivo de la autoaniquilación es extensa y variopinta. Los hay que tuvieron demasiada prisa en abrazar la nada, como el poética romántico británico Thomas Chatterton, quien decidió poner fin a su vida a la tierna edad de diecisiete años envenenándose (¿con arsénico? ¿con una sobredosis de opio?) cuando al fin los críticos descubrieron la hábil falsificación literaria (unos supuestos poemas medievales, en realidad, escritos por él mismo) con que los había estado engañando el portentoso poeta adolescente. Algo mayor, veintiséis años, pero joven en cualquier caso, era Mário de Sá-Carneiro, uno de los pioneros del vanguardismo portugués junto con Pessoa (de quien era muy amigo), típico poeta bohemio, inadaptado social, que puso fin a su melancólica vida en su cubil parisino con cinco tarros de arseniato de estricnina. Un año más contaba Georg Trakl, máximo representante del expresionismo poético centroeuropeo, cuando decidió desaparecer para siempre tomando una sobredosis de cocaína en el psiquiátrico de Cracovia donde se hallaba confinado a causa de la depresión, la droga, el alcohol y la traumática experiencia de la Gran Guerra.


Jean-Pierre Duprey
También era joven, veintinueve, el poeta y escultor surrealista francés Jean-Pierre Duprey, quien, sin embargo, eligió el método del ahorcamiento, colgándose en su estudio en el otoño de 1959. Duprey (uno de los poetas más tenebrosos del surrealismo francés), al igual que Trakl, había pasado por el manicomio, si bien en su caso fue, al parecer, como castigo por haber orinado en la parisina Tumba del Soldado Desconocido. Pero si hay un ahorcado ilustre en el panteón poético ése es Gérard de Nerval, el poeta viudo, el desconsolado, “el sol negro de la melancolía”, quien después de dejar tras de sí algunos de los versos más enigmáticos del simbolismo francés se colgó de una farola en un callejón de París. El día anterior había dejado a su tía, en casa de la cual vivía tras su ruina económica y existencial, una críptica nota de despedida: “Hoy no me esperes porque la noche será negra y blanca." Tenía cuarenta y seis años aunque su rostro ajado por la demencia y el sufrimiento aparentaba muchos más.

Gérard de Nerval

Al más puro estilo Werther, algunos optaron por las armas de fuego. Entre ellos acaso el más legendario sea Vladimir Maiakovski, cabeza visible del futurismo ruso, quien, según se dice, afectado por las críticas de “formalista” (o lo que es lo mismo, burgués) vertidas sobre él por la prensa del régimen de Stalin, se descerrajó un disparo en el corazón a los treinta y seis años. Parecido modus operandi usó el padre del modernismo colombiano, José Asunción Silva, quien se disparó un tiro en el pecho, donde se había hecho dibujar por su médico un corazón. Tenía tan sólo treinta y un años.

José Antonio Ramos Sucre

Pero sin duda el método más recurrente entre los poetas suicidas es el envenenamiento. Fue la ingesta de veronal (un barbitúrico que usaba para combatir su insomnio crónico) lo que llevó a la tumba a los cuarenta años de edad al venezolano José Antonio Ramos Sucre, uno de los poetas más misteriosos e inclasificables de América Latina. También fue el veronal el responsable de la muerte de Florbela Espanca, feminista y figura capital del modernismo portugués, justo el día de su trigésimo sexto cumpleaños, tras serle diagnosticado un edema pulmonar. Más conocida aún es la historia de la argentina Alejandra Pizarnik, quizá por ser una muerte ya anunciada en sus poemas; Pizarnik se pasó la vida de psiquiatra en psiquiatra, medicándose para paliar su incurable amargura vital, hasta que, por fin, a los treinta y seis años, puso fin a su sufrimiento atiborrándose de barbitúricos.


Alejandra Pizarnik

También los hay que utilizaron métodos de suicidio más, digamos, “modernos”. Así, el poeta y gran narrador del surrealismo francés René Crevel se quitó la vida abriendo la espita del gas de su domicilio. Sobre Crevel, pesaba la sombra de una muerte segura por una tuberculosis en estado muy avanzado, a la que había estado esquivando durante años de vida bohemia, de orgías y drogas, hasta que comprendió que la fiesta se había acabado para él a los treinta y cinco años. También víctima del gas de un horno casero, falleció a los treinta y un años otra ilustre poetisa suicida, la norteamericana Sylvia Plath, cuyos versos como los de Pizarnik presagiaban un desenlace trágico para sus conflictos psíquicos. Muy comparada con Plath, su compatriota Anne Sexton, puso fin a sus padecimientos psicológicos inhalando monóxido de carbono en su garaje. Sexton, sin embargo, vivió algo más que Plath: cuarenta y cinco años.

René Crevel

Mencionaremos por último algunos poetas que murieron manera si cabe más desesperada, arrojándose al mar o al vacío. Muerte extraña donde las haya fue la de Arthur Cravan, excéntrico poeta suizo sobrino de Oscar Wilde y campeón del humor negro (llegó a anunciar a bombo y platillo que se suicidaría en público), que “desapareció” durante una travesía por el Atlántico en algún lugar del Golfo de México. Aún no había cumplido los cuarenta. Más romántica fue la muerte de la argentina Alfonsina Storni, quien probablemente víctima de un desengaño amoroso, se arrojó al océano desde una escollera de Mar del Plata. Tenía cuarenta y seis años. Más recientemente, la senectud y la depresión debieron pesar sobre el rumano Gherasim Luca (ochenta y un años de edad) y el español José Agustín Goytisolo (setenta) quienes se arrojaron el uno al río Sena, el otro al vacío desde el balcón de su casa, en 1994 y 1999 respectivamente. Curiosamente, en esa misma década, en 1995, el filósofo francés Giles Deleuze, amigo de Gherasim Luca, también murió arrojándose al vacío desde la ventana de su apartamento de París. Y es que los noventa, con el fin de las utopías y la vuelta a los valores conformistas, fueron malos tiempos para la lírica.

Monumento a Alfonsina Storni en Mar del Plata (Argentina)

Según parece, es algo característico de los poetas morir antes de tiempo. Pero esto no significa que los poetas no amen la vida, al contrario; por paradójico que parezca el suicida muy a menudo pone fin a su existencia por puro amor a la vida, al no serle permitido vivir ésta plenamente. El suicidio se convierte así en un acto nihilista de rebeldía frente a un mundo inhabitable. Quizá sea ésa la razón por la cual las autoridades y los grandes medios de comunicación ocultan las escandalosas estadísticas de suicidios y cuando no lo hacen tienden a negar el evidente vínculo entre el entorno y este tipo de muertes, desviando la atención del público hacia supuestos factores biológicos o genéticos. Todo es válido con tal de que el individuo no tome conciencia de la ruina existencial que lo rodea.

Gherasim Luca

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Los soles negros: poetas y suicidas by Sorrow is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain License.


viernes, 15 de octubre de 2010

SUR DEL OCÉANO por Pablo Neruda


[Probablemente el poeta chileno más universal no necesita presentación pero por si acaso aquí está un resumen de su azarosa vida...

"Poeta chileno nacido en Parral en 1904. Huérfano de madre desde muy pequeño, su infancia transcurrió en Temuco donde realizó sus primeros estudios. Aunque su nombre real fue Neftalí Reyes Basoalto, desde 1917 adoptó el seudónimo de Pablo Neruda como su verdadero nombre. Escritor, diplomático, político, Premio Nobel de Literatura, Premio Lenin de la Paz y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford, es considerado como uno de los grandes poetas del siglo XX. Militó en el partido comunista chileno apoyando en forma muy decidida a Salvador Allende. De su obra poética, se destacan títulos como «Crepusculario», «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», «Residencia en la tierra», «Tercera residencia», «Canto general», «Los versos del capitán», «Odas elementales», «Extravagario», «Memorial de Isla Negra» y «Confieso que he vivido». Falleció en 1973."

Extraído de A media voz]


De consumida sal y garganta en peligro
están hechas las rosas del océano solo,
el agua rota sin embargo,
y pájaros temibles,
y no hay sino la noche acompañada
del día, y el día acompañado
de un refugio, de una
pezuña, del silencio.

En el silencio crece el viento
con su hoja única y su flor golpeada,
y la arena que tiene sólo tacto y silencio,
no es nada, es una sombra,
una pisada de caballo vago,
no es nada sino una ola que el tiempo ha recibido,
porque todas las aguas van a los ojos fríos
del tiempo que debajo del océano mira.

Ya sus ojos han muerto de agua muerta y palomas,
y son dos agujeros de latitud amarga
por donde entran los peces de ensangrentados dientes
y las ballenas buscando esmeraldas,
y esqueletos de pálidos caballeros deshechos
por las lentas medusas, y además
varias asociaciones de arrayán venenoso,
manos aisladas, flechas,
revólveres de escama,
interminablemente corren por sus mejillas
y devoran sus ojos de sal destituida.
Cuando la luna entrega sus naufragios,
sus cajones, sus muertos
cubiertos de amapolas masculinas,
cuando en el saco de la luna caen
los trajes sepultados en el mar
con sus largos tormentos, sus barbas derribadas,
sus cabezas que el agua y el orgullo pidieron para siempre
en la extensión se oyen caer rodillas
hacia el fondo del mar traídas por la luna
en su saco de piedra gastado por las lágrimas
y por las mordeduras de pescados siniestros.

Es verdad, es la luna descendiendo
con crueles sacudidas de esponja, es, sin embargo,
la luna tambaleando entre las madrigueras,
la luna carcomida por los gritos del agua,
los vientres de la luna, sus escamas
de acero despedido: y desde entonces
al final del Océano desciende,
azul y azul, atravesada por azules,
ciegos azules de materia ciega,
arrastrando su cargamento corrompido,
buzos, maderas, dedos,
pescadora de la sangre que en las cimas del mar
ha sido derramada por grandes desventuras.

Pero hablo de una orilla, es allí donde azota
el mar con furia y las olas golpean
los muros de ceniza. Qué es esto? Es una sombra?
No es la sombra, es la arena de la triste república,
es un sistema de algas, hay alas, hay
un picotazo en el pecho del cielo:
oh superficie herida por las olas,
oh manantial del mar,
si la lluvia asegura tus secretos, si el viento interminable
mata los pájaros, si solamente el cielo,
sólo quiero morder tus costas y morirme,
sólo quiero mirar la boca de las piedras
por donde los secretos salen llenos de espuma.

Es una región sola, ya he hablado
de esta región tan sola,
donde la tierra está llena de océano,
y no hay nadie sino unas huellas de caballo,
no hay nadie sino el viento, no hay nadie
sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar,
nadie sino la lluvia que crece sobre el mar.

De Residencia en la tierra


"The Silent Shore" de Edward Wadsworth

lunes, 11 de octubre de 2010

LA SOGA Y ALREDEDORES por Fernando Quíspez Asín Roca


[Fernando Quíspez Asín Roca (Lima, 1927-1962) demostró no solo destreza literaria y militancia para con el movimiento surrealista internacional. Se autoproclamó como “poeta surrealista”, tal como aparece en la biografía en su libro “Paisajes para una emperatriz”:
“Nació en Lima, el 14 de marzo de 1927. Murió el 4 de agosto de 1962. Fueron sus padres Jesús Quíspez Asín y Agustina T. Roca. Cursó estudios superiores en la Facultad de Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista de vocación, colaboró en diferentes periódicos y revistas de la capital. Espíritu sutil, conversador brillante, poeta surrealista y de estirpe de artistas. Fue sobrino de Alfredo Quíspez Asín “César Moro”, célebre poeta surrealista y de Carlos Quíspez Asín, pintor de renombre”.
Formó parte de “la conspiración del silencio” como llamó Felipe Buendía a esa “rebeldía”, saludada por él en algunos de sus artículos periodísticos de esa época. Ad perpétuam, adherido a ese estado de “plenitud existencial” que animó también a otros poetas surrealistas (luego del regreso a Lima, y de la experiencia vertible protagonizada en París y en México por César Moro) entre los que se encontraban: E. A. Wespthalen, Augusto Lunel, Rafael Méndez Dorich, y el enigmático Rodolfo Milla. Sumaban a esta “la conspiración del silencio”, esa complacencia, también agitadora, de otros poetas para-surrealistas como Carlos Germán Belli, y Francisco Bendezú, y con la complicidad expresada desde el auto-exilio europeo de otros poetas vanguardistas como Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, y Jorge Eduardo Eielson, tan deliberativos y difíciles para encasillarlos en este conferido movimiento ecléctico, e incluso tenemos que incluir aquí en esta protesta, que vale también, para este desarraigo, la actitud iconoclasta de Sebastián Salazar Bondy.
A todos ellos, exaltados y apasionados poetas, les unía una expectativa muy sincera por una nueva moralidad -en ese instante- y por la plenitud de otra revuelta literaria, y aunque la crítica de académicos gacetilleros, a algunos de ellos, los llamaban “puros”, estaban también juntos con los otros poetas llamados “sociales”, que pedían a gritos un cambio verdadero en la poesía peruana. Toda poesía es “pura” y es “social” a la vez, por lo tanto, la polémica fue un asunto vano, y no sirvió para nada, salvo para ciertos “escándalos literarios limeños”.
Todavía el diez de enero del 1965, nueve años después de la muerte de César Moro, nadie se había atrevido a una valoración fidedigna de la obra de Moro. Se queja E. A. Westphalen, de esta indiferente falta de reconocimiento al accionar del movimiento surrealista en Lima, que todavía vibraba y agitaba en los años sesenta. La poesía de Fernando Quíspez Asín Roca es todavía, cuanto prevalece, esta protesta surrealista: un escándalo tardío, la búsqueda de cierta “revolución” existencial, que de alguna manera los surrealistas peruanos lograron agitar y sopesar, en contra de esa apatía localista, provinciana y mediocre, que envolvía toda la vida cultural limeña. Fue, sin lugar a dudas “Un Voto Más En Contra” dentro de esa Lima quimérica, contra la Arcadia Colonial.
Siempre a favor de ese “Voto En Contra” y de rechazo a la aberración nostálgica, pasadista y colonialista que los surrealistas peruanos lanzaron -con mucha simpatía- su vigorosa actitud de apostar por una nueva revuelta literaria. O, por cierto desplante, este reclamado estratagema: invadidos por un cambio de actitud auspiciado por el surrealismo internacional, o como un singular destello para azorar el ambiente con las diversas manifestaciones y actitudes diletantes de su movimiento literario en Lima. Era “Un Voto En Contra” de rechazo, en oposición, a ese aspecto mortuorio de aquella vida literaria de entonces, que coincide con Sebastián Salazar Bondy, con aquella apertura en “Lima La Horrible”, como un verdadero juicio final, un ajuste de cuentas.
Allí –a excerta y a transverso, de detalles que no vienen al caso para escudriñar sobre la escatimosa estética y la vertiginosa esencia surrealista de esta "esciente" propuesta literaria- en “Paisajes para una emperatriz”, se nos remite -sin ningún exclusive- hacia una atmósfera de una exégesis verdadera por el surrealismo, y también, hacia una particular resistencia existencial -casi xerófaga- del poeta frente al marasmo cultural limeño.
Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de nuestros más destacados poetas surrealistas peruanos, perteneció a ese bullicio literario limeño por “el cadáver exquisito”, por “la escritura automática”, por “el disparate puro” y por “la irrupción de la imaginación moderna”, pero con una inédita expresión poética, muy personal, y brillante.

Extraído del blog Imaginario transeúnte]



Ingrato sugieres perros que roen huesos de palomas
sobre kimonos de terciopelo negro
extraño parecido el péndulo y la hormiga

hay que amputar los reflejos de la cortina
o en su defecto observar por el perfil de la cerradura
una mujer hecha de una cortina y un hombre frente
a ella recrudeciendo al calor

ya viene el amor ya viene
pero hay que secarse antes del baño

un juego de dados contra el infinito
el cubilete un recipiente de basura adorada
la hondura de la vida se mide elevando los ojos
a la sombra de una ola mientras la mano que recorre a ciegas grita al amor
y la fuerza secuaz de la memoria
recuerda la tibia túnica
tus dádivas salvajes sobre el desolado corazón
balanza para pesar eclipses

la cuestión del día que uno toma como un acontecimiento
estribaciones del sexo dilema del símbolo
el parto del molino no denotan mayor cambio
cubre amorosamente sus desgarradas garras
la carroña tras la quemadura de la miel
los planos interiores circundados de púas
y el escorpión que roe tu silueta
la mirada del sueño
pone una O en los relojes
lámpara llave hoja ardiente sobre una pradera de cristal
y un arco iris acoge la llegada
como eterno calendario que pende de los labios



"Invasión de la noche" de Roberto Matta

domingo, 3 de octubre de 2010

LLUVIA OBLICUA por Fernando Pessoa


[De nuevo Fernando Pessoa, esta vez disfrazado de él mismo]


I
Atraviesa este paisaje mi sueño de un puerto infinito
Y el color de las flores se transparenta en las velas de grandes navíos
Que abandonan el muelle arrastrando en las aguas como sombra
Los bultos al sol de aquellos árboles antiguos...
El puerto que sueño es sombrío y pálido
Y este paisaje está lleno de sol por este lado...
Pero en mi espíritu el sol de este día es puerto sombrío
Y los navíos que salen del puerto son estos árboles al sol...
Doblemente libre, me abandoné paisaje abajo...
El bulto del muelle es el camino nítido y calmo
Que se levanta y se yergue como un muro,
Y los navíos atraviesan los troncos de los árboles
Con una horizontalidad vertical,
Y dejan caer amarras dentro de las hojas...
No sé quién me sueño...
de pronto todo el agua de mar del puerto es transparente
Y veo en el fondo, como una estampa enorme que estuviese allí desdoblada,
Este pasaje todo, hilera de árbol, camino ardiendo en aquel puerto,
Y la sombra de una nave más antigua que el puerto que pasa
Entre mi sueño del puerto y mi ver este paisaje,
Y llega hasta mis pies, y entra dentro de mí,
Y pasa hasta el otro lado de mi alma...

II
Ilumínase la iglesia por dentro con la lluvia de este día
Y cada vela que se enciende es más lluvia golpeando en los vidrios...
Me alegra oír la lluvia porque ella es el cuerpo encendido,
Y los vidrios de la iglesia vistos desde fuera son el sonido de la lluvia oído por dentro...
El esplendor del altar mayor es el yo no poder casi ver los montes
A través de la lluvia que es oro tan solemne en el mantel del altar...
Suena el canto del coro, latín y viento sacudiendo los vidrios,
Y se oye rechinar el agua a causa de haber coro...
La misa es un automóvil que pasa
A través de los fieles que se arrodillan en hoy ser un día triste...
Súbito viento sacude en esplendor mayor
La fiesta de la catedral y el ruido de la lluvia lo absorbe todo
Hasta oírse sólo la voz del padre que se pierde a lo lejos
Con el sonido de ruedas de automóvil...
Y se apagan las luces de la iglesia
En la lluvia que cesa...

III
La Gran Esfinge de Egipto sueña dentro de este papel...
Escribo, y ella se me aparece a través de mi mano transparente
Y al borde del papel se yerguen las pirámides...
Escribo, me perturba ver que el pico de mi pluma
Es el perfil del rey Keops...
De pronto me detengo...
Se oscureció todo... Caigo por un abismo hecho de tiempo...
Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos a la luz
clara de este candelero,
Y todo el Egipto me aplasta desde lo alto a través de los rasgos que trazo con mi pluma...
Oigo a la Esfinge que se ríe por dentro
Del sonido de mi pluma al correr en el papel...
Atraviesa el que yo no pueda verle una mano enorme,
Lo barre todo hacia el borde del techo que queda detrás de mí,
Y sobre el papel donde escribo, entre él y la pluma que escribe,
Yace el cadáver del rey Keops, mirándome con ojos muy abiertos,
Y entre nuestras miradas que se cruzan corre el Nilo
Y una alegría de barcos embanderados vaga
En una diagonal difusa
Entre yo y lo que pienso...
¡Funerales del rey Keops en oro viejo y Yo!...

IV
¡Qué panderetas el silencio de este cuarto!
Las paredes están en Andalucía...
Hay danzas sensuales en el brillo fijo de la luz...
De repente todo el espacio se detiene...,
Se detiene, resbala, se desata...,
Y en un borde del techo, mucho más lejos de lo que está,
Manos blancas abren ventanas secretas
Y hay ramos de violetas cayendo
Por haber una noche de primavera allá fuera
Sobre este estar y con los ojos cerrados...

V
Allá fuera anda un remolino de sol en los caballos del carrusel...
Árboles, piedras, montes, bailan parados dentro de mí...
Noche absoluta en el mercado iluminado, plenilunio en el día de sol allá fuera,
Y las luces todas del mercado hacen ruidos en los muros de la quinta...
Pandillas de muchachas con cántaros en la cabeza
Que pasan allá fuera, plenas de estar bajo el sol,
Se cruzan con grandes grupos pegadizos de gente que anda en el mercado,
Gente toda mezclada con las luces de las barracas, con la noche y con la luna,
Y los dos grupos se encuentran y se penetran
Hasta formar sólo uno que es los dos...
El mercado y las luces del mercado y la gente que anda en el mercado
Y la noche que da en el mercado y lo levanta en el aire,
Andan por encima de las copas de los árboles llenos de sol,
Andan visiblemente por debajo de los peñascos que relucen al sol,
Aparecen del otro lado de los cántaros que las muchachas llevan en la cabeza,
Y todo este paisaje de primavera es la luna sobre el mercado,
Y todo el mercado con ruidos y luces es el suelo de este día de sol...
De repente alguien sacude esta hora doble como en un tamiz
Y, mezclado, el polvo de las dos realidades cae
Sobre mis manos llenas de dibujos de puertos
Con grandes naves que se van y no piensan en volver...
Polvo de oro blanco y negro sobre mis dedos...
Mis manos son los pasos de aquella muchacha que abandona el mercado,
Sola y contenta como el día de hoy...

VI
El maestro sacude la batuta
Y lánguida y triste la música empieza...
Me recuerda mi infancia, aquel día
En que yo jugaba al pie del muro de una quinta
Arrojándole una pelota que tenía de un lado
El deslizar de un perro verde, y del otro lado
Un caballo azul que corría con un jockey amarillo...
Prosigue la música, y estás en mi infancia
De repente entro yo y el maestro, muro blanco,
Va y viene la pelota, ora un perro verde,
Ora un caballo azul con un jockey amarillo...
Todo el teatro es mi quinta, mi infancia
Está en todos los lugares, y la pelota viene a tocar música,
Una música triste y vaga que pasea por mi quinta
Vestida de perro verde que se vuelve jockey amarillo...
(Tan rápida gira la pelota entre los músicos y yo...)
La arrojo de vuelta a mi infancia y ella
Atraviesa el teatro todo que está a mis pies
Saltando con un jockey amarillo y un perro verde
Y un caballo azul que aparece por encima del muro
De mi quinta... Y la música arroja pelotas
A mi infancia... Y el muro de la quinta está hecho degestos
De batuta y rotaciones confusas de perros verdes
Y caballos azules y jockeys amarillos...
Todo el teatro es un muro blanco de música
Por donde un perro verde corre detrás de mi nostalgia
De mi infancia, caballo azul con un jockey amarillo...
Y de un lado para otro, de derecha a izquierda,
Donde hay árboles y entre las ramas, al pie de la copa,
Con orquestas que tocan música,
Donde hay filas de pelotas en la tienda donde las compré
Y el hombre de la tienda sonríe entre los recuerdos de mi infancia...
Y la música cesa como un muro que se derrumba,
La pelota rueda por el despeñadero de mis sueños interrumpidos,
Y de lo alto de un caballo azul, el maestro, jockey
amarillo que se vuelve oscuro,
Da las gracias, posando la batuta encima de la fuga de un muro,
Y se inclina, sonriendo, con una pelota blanca encima dela cabeza,
Pelota blanca que le desaparece por las costillas abajo...



Portada del número 1 de la revista lisboeta Orpheu,
donde escribía Pessoa.

martes, 28 de septiembre de 2010

LA MALETA DE PIEL DE PÁJARO por Enrique Molina


[Poeta argentino nacido en Buenos Aires en 1910. Su espíritu aventurero lo llevó a vivir una vida intensa como tripulante de barcos mercantes en el Caribe y Europa, experiencia que le sirvió para dotar con un carácter universal su expresión artística tanto en la poesía como en la pintura. Identificado con las ideas y los fines del movimiento surrealista, fundó en 1952, con Aldo Pellegrini, la revista A partir de cero. Considerado como uno de los más importantes poetas de Latinoamérica, obtuvo importantes galardones entre los que merece destacarse el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes 1992. Su obra está contenida en las siguientes publicaciones: «Las cosas y el delirio» en 1941, «Pasiones terrestres» en 1946, «Costumbres errantes o la redondez de la tierra» en 1951, «Amantes antípodas» en 1961, «Fuego libre» en 1962,«Las bellas furias» en 1966, «Monzón Napalm» en 1968, «Los últimos soles» en 1980 y «El ala de la gaviota» en 1985. Falleció en Buenos Aires en 1997.

Extraído de A media voz]


Algunas cosas atraídas por el horizonte
Vuelven a antiguos sitios para descifrar las ideas melancólicas
O nos arrastran como el tren en ruinas envuelto en terciopelo de flancos ardientes desgarrados por la ferocidad del recuerdo
Con criaturas de volcán impasible o estepa en que se ocultan momias
Pasando de mano en mano la negra brasa de la lejanía

El tren ahogado lento con orejas de lluvia
El tren de roncas venas de ceniza
Arrastrando entre sueños su voz que deletrea viejas cartas de amor con la misma locura
Mientras fluye hacia el túnel de ramas del invierno
Cielo de fango y hierro del olvido

Una mujer de mirada polvorienta asomada al cristal
Vierte el aceite nocturno en un farol de luz verde como la esmeralda de la juventud que se pierde a lo lejos
Su cabellera de ráfaga en la niebla
Es el torbellino de nieve de mariposas sobre una joven en trineo dentro de esas esferas inolvidables que agitan los niños
Viajera de perfume viajera de suspiro viajera de lamento
Viajera de sollozo de luna en las piedras
Deslizándose entre dos inmensos mascarones solitarios en medio del páramo separados entre sí por el rayo
Figuras de proa de abismo:
Una del lado de las cosas imposibles infinitamente tierno

La otra del lado de la pasión jamás vivida
Y siempre ese silbato de tren con ruedas de rosal calcinado
El tren de vagos labios que sonríen
Siempre esa sal de lluvias en las lágrimas
El tren que se deshace el tren de plumas
Rodando tristemente por el humo del alma

Tal es la vieja máquina de fuego
Que alimenta la velocidad del tiempo a través de todo latido
Y los vagones tapizados de musgo con un asiento abandonado
Donde viaja un vestido vacío de mujer de lana verde a cuadros
Descolorido en los sitios donde la nostalgia apoyó su cabeza
El tren de collares errantes
El tren de primavera nómade que se deshace en una lluvia negra invisible en la tierra
Manando a borbotones la sangre de las canciones olvidadas:
“No necesito silencio ya no tengo en quién pensar”

A lo largo de las hondonadas salvajes idénticas a besos
Junto a los indios de miel helada apostados al borde de sus tumbas
En el país construido como una enorme choza de cristal y tinieblas purificado por los ácidos de la tormenta
El tren de pesados peñascos que cierran una puerta
El tren de adiós de luz inenarrable

(Un gemido de encuentro puede llevar mucho más lejos
La realidad de estos delirios que invocas)


"La gran familia" por René Magritte