sábado, 18 de junio de 2016

LA LIBERTAD O EL AMOR DE ROBERT DESNOS, LA NOVELA MÁS SUBVERSIVA JAMÁS ESCRITA, EN LAS "DELICIAS SURREALISTAS"

El Piojo Eléctrico redunda en su comportamiento irritante y se complace en invitaros a una disertación sobre la novela más transgresora del surrealismo francés: La Libertad o el amor de Robert Desnos. El acto será perpetrado como siempre en la librería la Delicia de Leer, sita en C/ Juan Agapito y Revilla, 10, el próximo miércoles 22 de junio a las 20.30 h. 


La libertad o el amor es una de las novelas más sorprendentes jamás escritas por su enorme poder subversivo. Para empezar, pone patas arriba las formas de la novela tradicional (mucho antes de que la crítica inventara la etiqueta "novela experimental") con la yuxtaposición aparentemente caótica (o como diría Breton, automática) de situaciones, personajes y estados de ánimo. Además, la obra puede muy bien ser leída como un poema en prosa. Por otra parte, Desnos se dedica a disparar bilis surrealista contra la moral y la sociedad tradicionales. Hay irreverencia, obscenidad, crueldad, sadomasoquismo, blasfemias, orgías con alcohol y drogas, ataques a la monarquía y la religión,  todo aquello que molestaba y sigue molestando a la conservadora élite rectora y que ha motivado que éste sea un libro "underground" y que a pesar de su decisiva influencia en figuras claves del surrealismo español (Aleixandre, Cernuda) hasta hace bien poco no haya estado disponible en español gracias a la edición de Cabaret Voltaire de 2007. Finalmente, la novela es subversiva en su concepción revolucionaria (incluso para nuestra época) del amor, que va más allá del género o del número o incluso de las prácticas de los amantes y que es aquello que se opone a la libertad. Ésta, lejos de la visión edulcorada del romanticismo, es en Desnos el polo opuesto del amor y desemboca, en último término, en la soledad y la muerte. De ahí que Desnos utilice el amor como "panfleto contra la muerte" y que nos fuerce a elegir en la disyuntiva del título. O se está en el extremo del amor o se está en el de la libertad. La libertad o el amor es también una novela de viajes y acaso la verdadera odisea del ser humano sea, como sugiere Desnos en la obra, el constante tránsito de uno de estos polos al otro.


He aquí un fragmento de la novela:

"Yo me complacía contemplando el juego de su abrigo de piel en torno a su cuello, el roce del ribete con las medias de seda, la caricia intuida del forro sedoso en las caderas. De repente constaté la presencia de una cinta blanca alrededor de las pantorrillas. Ésta fue creciendo rápidamente, se deslizó hasta el suelo, y cuando llegué al lugar recogí el bombacho de fina batista. Cabía entero en una mano. Estaba impregnado del olor más íntimo de Louise Lame. Qué fabulosa ballena, qué prodigioso cachalote puede destilar un ámbar más perfumado. Oh pescadores perdidos en los fragmentos de la banquisa, que os dejaríais morir de emoción hasta caer en las olas glaciales cuando, una vez despedazado el monstruo y habiendo recogido cuidadosamente la grasa el aceite y las barbas para hacer corsés y paraguas, descubrís en el vientre abierto el cilindro de materia preciosa. ¡El bombacho de Louise Lame! ¡Qué universo! Cuando volví a mi ser, ella había ganado terreno. Tropezando entre los guantes que ahora se juntaban todos, con la cabeza pesada de tanta embriaguez, la perseguí, guiado por su abrigo de leopardo.

En la Porte Maillot, recogí el vestido negro de seda del que se había desprendido. Desnuda, ahora estaba desnuda bajo su abrigo de piel leonada. El viento de la noche impregnado del olor rugoso que las velas de lino habían recogido en las diferentes costas, impregnado del olor a fuco encallado en las playas y parcialmente reseco, impregnado del humo de las locomotoras que se dirigían a París, impregnado del cálido olor a raíl tras el paso de los grandes expresos, impregnado del olor frágil y penetrante a césped húmedo de los jardines de los castillos dormidos, impregnado del olor al cemento de las iglesias en construcción, el viento pesado de la noche debía de sepultarse debajo del abrigo y acariciar sus caderas y la parte inferior de sus pechos. La fricción del tejido con sus caderas despertaba en ella, sin duda, deseos eróticos mientras andaba por la avenida de Les Acacies con rumbo desconocido. Unos pocos coches iban y venían, la luz de sus faros barría los árboles, el suelo se erizaba en montículos, Louise Lame se apresuraba. Yo distinguía muy claramente la piel de leopardo.

Había sido un animal terriblemente fiero.

Durante años había aterrorizado a toda una comarca. A veces se veía su silueta en un árbol o en una roca, después, al alba siguiente, caravanas de jirafas y de antílopes, camino de los abrevaderos, mostraban a los indígenas una epopeya sangrienta inscrita profundamente con sus garras en los troncos de la selva. Aquello duró varios años. Los cadáveres habrían podido contar, si los cadáveres hablaran, que sus dientes eran blancos y su robusta cola más peligrosa que la cobra, pero los muertos no hablan, los esqueletos aún menos, y todavía menos os esqueletos de jirafa, pues tan graciosos animales eran la presa favorita del leopardo.

Un día de octubre, cuando el cielo empezaba a verdear y asomaban los montes erguidos en el horizonte, vieron al leopardo trepar, desdeñando por una vez los antílopes, los mustangs y las bellas, altivas y rápidas jirafas, a un arbusto de espinas. Durante toda la noche y todo el día siguiente estuvo hecho un ovillo rugiendo. Al salir la luna se había desollado completamente y su piel, intacta, yacía en tierra. Durante todo este tiempo el leopardo no había dejado de crecer. Al salir la luna, alcanzaba la copa e los árboles más altos, y a medianoche ocultaba con su sombra las estrellas.

Extraordinario fue el espectáculo de la marcha del leopardo desollado a través de la campiña sumida en espesas tinieblas por su gigantesca sombra. Arrastraba su piel, más fastuosa que ninguna de las que vistieron los emperadores romanos, ni ellos ni el legionario elegido entre los más hermosos y a quien amaron.

¡Procesiones de enseñas y lictores, procesiones de luciérnagas, ascensiones milagrosas! Nunca hubo otra sorpresa semejante a la marcha de la fiera enfrentada, en cuyo cuerpo se transparentaban las azules venas.

Cuando alcanzó la casa de Louise Lame, la puerta se abrió sola y, antes de sucumbir, sólo le quedaron fuerzas para depositar en la escalinata, a los pies de la fatal y adorable joven, el homenaje supremo de su piel.

Sus osamentas obstruyen todavía hoy un buen número de los caminos del planeta. El eco de su colérico grito, tras repercutir, durante mucho tiempo en glaciares y encrucijadas, murió como el ruido de las mareas y Louise Lame anda delante de mí, desnuda bajo su abrigo.

Unos pasos más y he aquí que de desprende de esa última prenda. Cae. Corro más rápido. Ahora Louise Lame está denuda, completamente desnuda en el Bois de Boulogne. Los autos huyen barritando; sus faros iluminaban a veces un abedul, otras un muslo de Louise Lame sin alcanzar, no obstante, el vello de su sexo. Una tempestad de rumores angustiosos pasa por las localidades vecinas: Puteaux, Saint-Cloud, Billancourt.

La mujer desnuda camina toda ella rozada por telas invisibles, París cierra puertas y ventanas, apaga las farolas. Un asesino en un barrio lejano se toma mucho trabajo en matar a una impasible paseante. Unas osamentas obstruyen la calzada. La mujer desnuda llama a cada puerta, abriendo los párpados cerrados.

Robert Desnos, La libertad o el amor, Cabaret Voltaire, pgs. 64-66."