sábado, 30 de octubre de 2010

AUTORRETRATO O DEL SUBWAY por Gilberto Owen


[Poeta, novelista y diplomático mexicano nacido en El Rosario, Sinaloa, en 1904.Realizó estudios en el Instituto Científico y Literario de Toluca y en la Escuela Nacional Preparatoria de Ciudad de México. Siguiendo las directrices simbolistas de González Martínez y Juan Ramón Jiménez, se identificó con el grupo de Los Contemporáneos, junto a importantes figuras como Villaurrutia, Novo, y Torres Bodet. En 1928 se incorporó al servicio diplomático, radicándose en Nueva York, donde tuvo la oportunidad de relacionarse con representantes de la vanguardia latinoamericana y europea. Posteriormente ocupó otros cargos en diferentes países suramericanos, radicándose finalmente en Estados Unidos. Su obra, reconocida tardíamente, está representada por su obra "Perseo vencido", publicado en 1948, el cual consta de tres partes: el "Madrigal por Medusa", "Simbad el varado" y el "Libro de Ruth". Falleció en Filadelfia en 1952, mientras ocupaba el cargo de vicecónsul.

Extraído de
A media voz]

1. Perfil
Viento nomás pero corregido en cauces de flauta
con el pecado de nombrar quemándome hijo en un hilo de mis ojos suspenso
adiós alta flor sin miedo y sin tacha condenada a la Geografía
y a un litoral con sexo tú vertical pura inhumana
adiós Manhattan abstracción roída de tiempo y de mi prisa irremediable caer
fantasma anochecido de aquel río que se soñaba encontrado en un solo cauce
volver en la caída noche al sube y baja del Niágara
qué David tira la piedra de aire y esconde la honda
y no hay al frente una frente que nos justifique habitantes de un eco en sueños
sino un sonámbulo ángel relojero que nos despierta en la estación precisa
adiós sensual sueño sensual Teología al sur del sueño
hay cosas ay que nos duele saber sin los sentidos
2. Vuelo
Ventana a no más paisaje y sin más dimensiones que el tiempo
noche de cerbatana nos amanecería un sol de alambre sólo
hay pájaros que no aclimatan su ritmo a un poco balas
ríos alpinistas que nacen al nivel de sueños sin pájaros
y no se mueren ni matan a balas perdidas que nadie ha gritado
ahorcada cortina forma dura que corriges mi inglés y mi julio
mi pulso insegura línea fría del frío bailada de electricidad alambrista
enjaulados nosotros o el tiempo cebra inmóvil patinadora en llamas
la prisa une los postes la reja es ya muro se despluma contra él la plegaria
pisada lineal los numerales hacen hoy más esta ciudad una mera hipótesis
recuerdo una sonrisa que yo sabía pronunciar delgado la llamaba Carmen de ti
y alguien que era más sensual y más puro
y qué pena en realidad el sueño no se casa con sus amantes
y se amanece al fin de cuando en vez de nieve espuma de un mar más alto
llamémosla en llamas Jesús


Extraído de Poesía Surrealista en Español. Antología de Ángel Pariente (ed.).



Cartel de Rafal Olbinski.

viernes, 22 de octubre de 2010

NO QUIERO QUE MATEN A ESA MUJER por Gilbert Lély


[Gilbert Lély (1904-1985). Poeta nacido en París, entró en contacto con los surrealistas en 1937 al participar en la puesta en escena de "Ubu enchaîné" (Ubú encadenado), la obra de Alfred Jarry (1873-1907), junto a otros miembros del grupo. Continuando la labor de su amigo Maurice Heine (1884-1940), exhumó la correspondencia yrevisó numerosos manuscritos del Marqués de Sade, los que luego editó y prologó. De su obra poética se destacan "La sylphide ou l'étoile carnivore" (La sílfide o la estrella carnívora), "Ma civilisation" (Mi civilización) y "L'épouse infidéle" (La esposa infiel). Sus restos mortales descansan en el cementerio de Montmartre. 

(Extraído de http://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2010/10/1471-gilbert-lely.html)]


Singularmente pálida y dispuesta al amor,
Se apoyaba contra un reverbero.
Ella decía:
Tengo decisiones vertiginosas;
Todos los lugares y todas las señales
Son favorables al cumplimiento de mis deseos.

Luego desapareció, y sólo vi
En el lugar de su mirada
Un leopardo gigante que se arrojaba
Contra las cortinas metálicas de los comercios.

¡CRACOVIA, allí se abren muslos milagrosos!
¡CRACOVIA, la espía está contra el muro de ejecución!
Pero los soldados no tirarán.
Su furor ha desbaratado la tosca mecánica del tiempo.
La vida de los hombres comenzará otra vez en sentido inverso.
El oficial volverá a ser esperma en el pútrido delta maternal.


"El Jardín de Francia" por Max Ernst

miércoles, 20 de octubre de 2010

LOS SOLES NEGROS: POETAS Y SUICIDAS




Thomas Chatterton

Entre los habitantes del Parnaso abundan los depresivos, los desesperados, los suicidas. Ya desde el Romanticismo, sobre todo con la irrupción de la moda del wertherismo, la figura del poeta que no encuentra su sitio en una realidad que le niega la realización de su ideal se convierte en tópico. La muerte se transforma así en una drástica válvula de escape frente a un entorno alienante que, de hecho, mata en vida por dentro paulatinamente al poeta. Pero tampoco hay que olvidar que la muerte es la última y más misteriosa puerta que abrimos en el curso de nuestra existencia y que, como todo lo abismal, tiene su desazonante atractivo; así el poeta, frente al espejo, con el revólver apuntando a su sien, siente el mismo deseo de saltar al vacío que arde en las entrañas del acrófobo cuando éste se asoma a una sima insondable. Está claro: lo que nos horripila, al mismo tiempo, nos seduce.... ¿y si no porqué consideramos obras de arte, por ejemplo, Los caprichos de Goya, la inquietante pintura de Edvard Much o la novela gótica?

Mário de Sa-Carneiro

La lista de bardos que sucumbieron al fatal atractivo de la autoaniquilación es extensa y variopinta. Los hay que tuvieron demasiada prisa en abrazar la nada, como el poética romántico británico Thomas Chatterton, quien decidió poner fin a su vida a la tierna edad de diecisiete años envenenándose (¿con arsénico? ¿con una sobredosis de opio?) cuando al fin los críticos descubrieron la hábil falsificación literaria (unos supuestos poemas medievales, en realidad, escritos por él mismo) con que los había estado engañando el portentoso poeta adolescente. Algo mayor, veintiséis años, pero joven en cualquier caso, era Mário de Sá-Carneiro, uno de los pioneros del vanguardismo portugués junto con Pessoa (de quien era muy amigo), típico poeta bohemio, inadaptado social, que puso fin a su melancólica vida en su cubil parisino con cinco tarros de arseniato de estricnina. Un año más contaba Georg Trakl, máximo representante del expresionismo poético centroeuropeo, cuando decidió desaparecer para siempre tomando una sobredosis de cocaína en el psiquiátrico de Cracovia donde se hallaba confinado a causa de la depresión, la droga, el alcohol y la traumática experiencia de la Gran Guerra.


Jean-Pierre Duprey
También era joven, veintinueve, el poeta y escultor surrealista francés Jean-Pierre Duprey, quien, sin embargo, eligió el método del ahorcamiento, colgándose en su estudio en el otoño de 1959. Duprey (uno de los poetas más tenebrosos del surrealismo francés), al igual que Trakl, había pasado por el manicomio, si bien en su caso fue, al parecer, como castigo por haber orinado en la parisina Tumba del Soldado Desconocido. Pero si hay un ahorcado ilustre en el panteón poético ése es Gérard de Nerval, el poeta viudo, el desconsolado, “el sol negro de la melancolía”, quien después de dejar tras de sí algunos de los versos más enigmáticos del simbolismo francés se colgó de una farola en un callejón de París. El día anterior había dejado a su tía, en casa de la cual vivía tras su ruina económica y existencial, una críptica nota de despedida: “Hoy no me esperes porque la noche será negra y blanca." Tenía cuarenta y seis años aunque su rostro ajado por la demencia y el sufrimiento aparentaba muchos más.

Gérard de Nerval

Al más puro estilo Werther, algunos optaron por las armas de fuego. Entre ellos acaso el más legendario sea Vladimir Maiakovski, cabeza visible del futurismo ruso, quien, según se dice, afectado por las críticas de “formalista” (o lo que es lo mismo, burgués) vertidas sobre él por la prensa del régimen de Stalin, se descerrajó un disparo en el corazón a los treinta y seis años. Parecido modus operandi usó el padre del modernismo colombiano, José Asunción Silva, quien se disparó un tiro en el pecho, donde se había hecho dibujar por su médico un corazón. Tenía tan sólo treinta y un años.

José Antonio Ramos Sucre

Pero sin duda el método más recurrente entre los poetas suicidas es el envenenamiento. Fue la ingesta de veronal (un barbitúrico que usaba para combatir su insomnio crónico) lo que llevó a la tumba a los cuarenta años de edad al venezolano José Antonio Ramos Sucre, uno de los poetas más misteriosos e inclasificables de América Latina. También fue el veronal el responsable de la muerte de Florbela Espanca, feminista y figura capital del modernismo portugués, justo el día de su trigésimo sexto cumpleaños, tras serle diagnosticado un edema pulmonar. Más conocida aún es la historia de la argentina Alejandra Pizarnik, quizá por ser una muerte ya anunciada en sus poemas; Pizarnik se pasó la vida de psiquiatra en psiquiatra, medicándose para paliar su incurable amargura vital, hasta que, por fin, a los treinta y seis años, puso fin a su sufrimiento atiborrándose de barbitúricos.


Alejandra Pizarnik

También los hay que utilizaron métodos de suicidio más, digamos, “modernos”. Así, el poeta y gran narrador del surrealismo francés René Crevel se quitó la vida abriendo la espita del gas de su domicilio. Sobre Crevel, pesaba la sombra de una muerte segura por una tuberculosis en estado muy avanzado, a la que había estado esquivando durante años de vida bohemia, de orgías y drogas, hasta que comprendió que la fiesta se había acabado para él a los treinta y cinco años. También víctima del gas de un horno casero, falleció a los treinta y un años otra ilustre poetisa suicida, la norteamericana Sylvia Plath, cuyos versos como los de Pizarnik presagiaban un desenlace trágico para sus conflictos psíquicos. Muy comparada con Plath, su compatriota Anne Sexton, puso fin a sus padecimientos psicológicos inhalando monóxido de carbono en su garaje. Sexton, sin embargo, vivió algo más que Plath: cuarenta y cinco años.

René Crevel

Mencionaremos por último algunos poetas que murieron manera si cabe más desesperada, arrojándose al mar o al vacío. Muerte extraña donde las haya fue la de Arthur Cravan, excéntrico poeta suizo sobrino de Oscar Wilde y campeón del humor negro (llegó a anunciar a bombo y platillo que se suicidaría en público), que “desapareció” durante una travesía por el Atlántico en algún lugar del Golfo de México. Aún no había cumplido los cuarenta. Más romántica fue la muerte de la argentina Alfonsina Storni, quien probablemente víctima de un desengaño amoroso, se arrojó al océano desde una escollera de Mar del Plata. Tenía cuarenta y seis años. Más recientemente, la senectud y la depresión debieron pesar sobre el rumano Gherasim Luca (ochenta y un años de edad) y el español José Agustín Goytisolo (setenta) quienes se arrojaron el uno al río Sena, el otro al vacío desde el balcón de su casa, en 1994 y 1999 respectivamente. Curiosamente, en esa misma década, en 1995, el filósofo francés Giles Deleuze, amigo de Gherasim Luca, también murió arrojándose al vacío desde la ventana de su apartamento de París. Y es que los noventa, con el fin de las utopías y la vuelta a los valores conformistas, fueron malos tiempos para la lírica.

Monumento a Alfonsina Storni en Mar del Plata (Argentina)

Según parece, es algo característico de los poetas morir antes de tiempo. Pero esto no significa que los poetas no amen la vida, al contrario; por paradójico que parezca el suicida muy a menudo pone fin a su existencia por puro amor a la vida, al no serle permitido vivir ésta plenamente. El suicidio se convierte así en un acto nihilista de rebeldía frente a un mundo inhabitable. Quizá sea ésa la razón por la cual las autoridades y los grandes medios de comunicación ocultan las escandalosas estadísticas de suicidios y cuando no lo hacen tienden a negar el evidente vínculo entre el entorno y este tipo de muertes, desviando la atención del público hacia supuestos factores biológicos o genéticos. Todo es válido con tal de que el individuo no tome conciencia de la ruina existencial que lo rodea.

Gherasim Luca

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Los soles negros: poetas y suicidas by Sorrow is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain License.


viernes, 15 de octubre de 2010

SUR DEL OCÉANO por Pablo Neruda


[Probablemente el poeta chileno más universal no necesita presentación pero por si acaso aquí está un resumen de su azarosa vida...

"Poeta chileno nacido en Parral en 1904. Huérfano de madre desde muy pequeño, su infancia transcurrió en Temuco donde realizó sus primeros estudios. Aunque su nombre real fue Neftalí Reyes Basoalto, desde 1917 adoptó el seudónimo de Pablo Neruda como su verdadero nombre. Escritor, diplomático, político, Premio Nobel de Literatura, Premio Lenin de la Paz y Doctor Honoris Causa de la Universidad de Oxford, es considerado como uno de los grandes poetas del siglo XX. Militó en el partido comunista chileno apoyando en forma muy decidida a Salvador Allende. De su obra poética, se destacan títulos como «Crepusculario», «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», «Residencia en la tierra», «Tercera residencia», «Canto general», «Los versos del capitán», «Odas elementales», «Extravagario», «Memorial de Isla Negra» y «Confieso que he vivido». Falleció en 1973."

Extraído de A media voz]


De consumida sal y garganta en peligro
están hechas las rosas del océano solo,
el agua rota sin embargo,
y pájaros temibles,
y no hay sino la noche acompañada
del día, y el día acompañado
de un refugio, de una
pezuña, del silencio.

En el silencio crece el viento
con su hoja única y su flor golpeada,
y la arena que tiene sólo tacto y silencio,
no es nada, es una sombra,
una pisada de caballo vago,
no es nada sino una ola que el tiempo ha recibido,
porque todas las aguas van a los ojos fríos
del tiempo que debajo del océano mira.

Ya sus ojos han muerto de agua muerta y palomas,
y son dos agujeros de latitud amarga
por donde entran los peces de ensangrentados dientes
y las ballenas buscando esmeraldas,
y esqueletos de pálidos caballeros deshechos
por las lentas medusas, y además
varias asociaciones de arrayán venenoso,
manos aisladas, flechas,
revólveres de escama,
interminablemente corren por sus mejillas
y devoran sus ojos de sal destituida.
Cuando la luna entrega sus naufragios,
sus cajones, sus muertos
cubiertos de amapolas masculinas,
cuando en el saco de la luna caen
los trajes sepultados en el mar
con sus largos tormentos, sus barbas derribadas,
sus cabezas que el agua y el orgullo pidieron para siempre
en la extensión se oyen caer rodillas
hacia el fondo del mar traídas por la luna
en su saco de piedra gastado por las lágrimas
y por las mordeduras de pescados siniestros.

Es verdad, es la luna descendiendo
con crueles sacudidas de esponja, es, sin embargo,
la luna tambaleando entre las madrigueras,
la luna carcomida por los gritos del agua,
los vientres de la luna, sus escamas
de acero despedido: y desde entonces
al final del Océano desciende,
azul y azul, atravesada por azules,
ciegos azules de materia ciega,
arrastrando su cargamento corrompido,
buzos, maderas, dedos,
pescadora de la sangre que en las cimas del mar
ha sido derramada por grandes desventuras.

Pero hablo de una orilla, es allí donde azota
el mar con furia y las olas golpean
los muros de ceniza. Qué es esto? Es una sombra?
No es la sombra, es la arena de la triste república,
es un sistema de algas, hay alas, hay
un picotazo en el pecho del cielo:
oh superficie herida por las olas,
oh manantial del mar,
si la lluvia asegura tus secretos, si el viento interminable
mata los pájaros, si solamente el cielo,
sólo quiero morder tus costas y morirme,
sólo quiero mirar la boca de las piedras
por donde los secretos salen llenos de espuma.

Es una región sola, ya he hablado
de esta región tan sola,
donde la tierra está llena de océano,
y no hay nadie sino unas huellas de caballo,
no hay nadie sino el viento, no hay nadie
sino la lluvia que cae sobre las aguas del mar,
nadie sino la lluvia que crece sobre el mar.

De Residencia en la tierra


"The Silent Shore" de Edward Wadsworth

lunes, 11 de octubre de 2010

LA SOGA Y ALREDEDORES por Fernando Quíspez Asín Roca


[Fernando Quíspez Asín Roca (Lima, 1927-1962) demostró no solo destreza literaria y militancia para con el movimiento surrealista internacional. Se autoproclamó como “poeta surrealista”, tal como aparece en la biografía en su libro “Paisajes para una emperatriz”:
“Nació en Lima, el 14 de marzo de 1927. Murió el 4 de agosto de 1962. Fueron sus padres Jesús Quíspez Asín y Agustina T. Roca. Cursó estudios superiores en la Facultad de Letras y Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Periodista de vocación, colaboró en diferentes periódicos y revistas de la capital. Espíritu sutil, conversador brillante, poeta surrealista y de estirpe de artistas. Fue sobrino de Alfredo Quíspez Asín “César Moro”, célebre poeta surrealista y de Carlos Quíspez Asín, pintor de renombre”.
Formó parte de “la conspiración del silencio” como llamó Felipe Buendía a esa “rebeldía”, saludada por él en algunos de sus artículos periodísticos de esa época. Ad perpétuam, adherido a ese estado de “plenitud existencial” que animó también a otros poetas surrealistas (luego del regreso a Lima, y de la experiencia vertible protagonizada en París y en México por César Moro) entre los que se encontraban: E. A. Wespthalen, Augusto Lunel, Rafael Méndez Dorich, y el enigmático Rodolfo Milla. Sumaban a esta “la conspiración del silencio”, esa complacencia, también agitadora, de otros poetas para-surrealistas como Carlos Germán Belli, y Francisco Bendezú, y con la complicidad expresada desde el auto-exilio europeo de otros poetas vanguardistas como Leopoldo Chariarse, Américo Ferrari, y Jorge Eduardo Eielson, tan deliberativos y difíciles para encasillarlos en este conferido movimiento ecléctico, e incluso tenemos que incluir aquí en esta protesta, que vale también, para este desarraigo, la actitud iconoclasta de Sebastián Salazar Bondy.
A todos ellos, exaltados y apasionados poetas, les unía una expectativa muy sincera por una nueva moralidad -en ese instante- y por la plenitud de otra revuelta literaria, y aunque la crítica de académicos gacetilleros, a algunos de ellos, los llamaban “puros”, estaban también juntos con los otros poetas llamados “sociales”, que pedían a gritos un cambio verdadero en la poesía peruana. Toda poesía es “pura” y es “social” a la vez, por lo tanto, la polémica fue un asunto vano, y no sirvió para nada, salvo para ciertos “escándalos literarios limeños”.
Todavía el diez de enero del 1965, nueve años después de la muerte de César Moro, nadie se había atrevido a una valoración fidedigna de la obra de Moro. Se queja E. A. Westphalen, de esta indiferente falta de reconocimiento al accionar del movimiento surrealista en Lima, que todavía vibraba y agitaba en los años sesenta. La poesía de Fernando Quíspez Asín Roca es todavía, cuanto prevalece, esta protesta surrealista: un escándalo tardío, la búsqueda de cierta “revolución” existencial, que de alguna manera los surrealistas peruanos lograron agitar y sopesar, en contra de esa apatía localista, provinciana y mediocre, que envolvía toda la vida cultural limeña. Fue, sin lugar a dudas “Un Voto Más En Contra” dentro de esa Lima quimérica, contra la Arcadia Colonial.
Siempre a favor de ese “Voto En Contra” y de rechazo a la aberración nostálgica, pasadista y colonialista que los surrealistas peruanos lanzaron -con mucha simpatía- su vigorosa actitud de apostar por una nueva revuelta literaria. O, por cierto desplante, este reclamado estratagema: invadidos por un cambio de actitud auspiciado por el surrealismo internacional, o como un singular destello para azorar el ambiente con las diversas manifestaciones y actitudes diletantes de su movimiento literario en Lima. Era “Un Voto En Contra” de rechazo, en oposición, a ese aspecto mortuorio de aquella vida literaria de entonces, que coincide con Sebastián Salazar Bondy, con aquella apertura en “Lima La Horrible”, como un verdadero juicio final, un ajuste de cuentas.
Allí –a excerta y a transverso, de detalles que no vienen al caso para escudriñar sobre la escatimosa estética y la vertiginosa esencia surrealista de esta "esciente" propuesta literaria- en “Paisajes para una emperatriz”, se nos remite -sin ningún exclusive- hacia una atmósfera de una exégesis verdadera por el surrealismo, y también, hacia una particular resistencia existencial -casi xerófaga- del poeta frente al marasmo cultural limeño.
Fernando Quíspez Asín Roca fue uno de nuestros más destacados poetas surrealistas peruanos, perteneció a ese bullicio literario limeño por “el cadáver exquisito”, por “la escritura automática”, por “el disparate puro” y por “la irrupción de la imaginación moderna”, pero con una inédita expresión poética, muy personal, y brillante.

Extraído del blog Imaginario transeúnte]



Ingrato sugieres perros que roen huesos de palomas
sobre kimonos de terciopelo negro
extraño parecido el péndulo y la hormiga

hay que amputar los reflejos de la cortina
o en su defecto observar por el perfil de la cerradura
una mujer hecha de una cortina y un hombre frente
a ella recrudeciendo al calor

ya viene el amor ya viene
pero hay que secarse antes del baño

un juego de dados contra el infinito
el cubilete un recipiente de basura adorada
la hondura de la vida se mide elevando los ojos
a la sombra de una ola mientras la mano que recorre a ciegas grita al amor
y la fuerza secuaz de la memoria
recuerda la tibia túnica
tus dádivas salvajes sobre el desolado corazón
balanza para pesar eclipses

la cuestión del día que uno toma como un acontecimiento
estribaciones del sexo dilema del símbolo
el parto del molino no denotan mayor cambio
cubre amorosamente sus desgarradas garras
la carroña tras la quemadura de la miel
los planos interiores circundados de púas
y el escorpión que roe tu silueta
la mirada del sueño
pone una O en los relojes
lámpara llave hoja ardiente sobre una pradera de cristal
y un arco iris acoge la llegada
como eterno calendario que pende de los labios



"Invasión de la noche" de Roberto Matta

domingo, 3 de octubre de 2010

LLUVIA OBLICUA por Fernando Pessoa


[De nuevo Fernando Pessoa, esta vez disfrazado de él mismo]


I
Atraviesa este paisaje mi sueño de un puerto infinito
Y el color de las flores se transparenta en las velas de grandes navíos
Que abandonan el muelle arrastrando en las aguas como sombra
Los bultos al sol de aquellos árboles antiguos...
El puerto que sueño es sombrío y pálido
Y este paisaje está lleno de sol por este lado...
Pero en mi espíritu el sol de este día es puerto sombrío
Y los navíos que salen del puerto son estos árboles al sol...
Doblemente libre, me abandoné paisaje abajo...
El bulto del muelle es el camino nítido y calmo
Que se levanta y se yergue como un muro,
Y los navíos atraviesan los troncos de los árboles
Con una horizontalidad vertical,
Y dejan caer amarras dentro de las hojas...
No sé quién me sueño...
de pronto todo el agua de mar del puerto es transparente
Y veo en el fondo, como una estampa enorme que estuviese allí desdoblada,
Este pasaje todo, hilera de árbol, camino ardiendo en aquel puerto,
Y la sombra de una nave más antigua que el puerto que pasa
Entre mi sueño del puerto y mi ver este paisaje,
Y llega hasta mis pies, y entra dentro de mí,
Y pasa hasta el otro lado de mi alma...

II
Ilumínase la iglesia por dentro con la lluvia de este día
Y cada vela que se enciende es más lluvia golpeando en los vidrios...
Me alegra oír la lluvia porque ella es el cuerpo encendido,
Y los vidrios de la iglesia vistos desde fuera son el sonido de la lluvia oído por dentro...
El esplendor del altar mayor es el yo no poder casi ver los montes
A través de la lluvia que es oro tan solemne en el mantel del altar...
Suena el canto del coro, latín y viento sacudiendo los vidrios,
Y se oye rechinar el agua a causa de haber coro...
La misa es un automóvil que pasa
A través de los fieles que se arrodillan en hoy ser un día triste...
Súbito viento sacude en esplendor mayor
La fiesta de la catedral y el ruido de la lluvia lo absorbe todo
Hasta oírse sólo la voz del padre que se pierde a lo lejos
Con el sonido de ruedas de automóvil...
Y se apagan las luces de la iglesia
En la lluvia que cesa...

III
La Gran Esfinge de Egipto sueña dentro de este papel...
Escribo, y ella se me aparece a través de mi mano transparente
Y al borde del papel se yerguen las pirámides...
Escribo, me perturba ver que el pico de mi pluma
Es el perfil del rey Keops...
De pronto me detengo...
Se oscureció todo... Caigo por un abismo hecho de tiempo...
Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos a la luz
clara de este candelero,
Y todo el Egipto me aplasta desde lo alto a través de los rasgos que trazo con mi pluma...
Oigo a la Esfinge que se ríe por dentro
Del sonido de mi pluma al correr en el papel...
Atraviesa el que yo no pueda verle una mano enorme,
Lo barre todo hacia el borde del techo que queda detrás de mí,
Y sobre el papel donde escribo, entre él y la pluma que escribe,
Yace el cadáver del rey Keops, mirándome con ojos muy abiertos,
Y entre nuestras miradas que se cruzan corre el Nilo
Y una alegría de barcos embanderados vaga
En una diagonal difusa
Entre yo y lo que pienso...
¡Funerales del rey Keops en oro viejo y Yo!...

IV
¡Qué panderetas el silencio de este cuarto!
Las paredes están en Andalucía...
Hay danzas sensuales en el brillo fijo de la luz...
De repente todo el espacio se detiene...,
Se detiene, resbala, se desata...,
Y en un borde del techo, mucho más lejos de lo que está,
Manos blancas abren ventanas secretas
Y hay ramos de violetas cayendo
Por haber una noche de primavera allá fuera
Sobre este estar y con los ojos cerrados...

V
Allá fuera anda un remolino de sol en los caballos del carrusel...
Árboles, piedras, montes, bailan parados dentro de mí...
Noche absoluta en el mercado iluminado, plenilunio en el día de sol allá fuera,
Y las luces todas del mercado hacen ruidos en los muros de la quinta...
Pandillas de muchachas con cántaros en la cabeza
Que pasan allá fuera, plenas de estar bajo el sol,
Se cruzan con grandes grupos pegadizos de gente que anda en el mercado,
Gente toda mezclada con las luces de las barracas, con la noche y con la luna,
Y los dos grupos se encuentran y se penetran
Hasta formar sólo uno que es los dos...
El mercado y las luces del mercado y la gente que anda en el mercado
Y la noche que da en el mercado y lo levanta en el aire,
Andan por encima de las copas de los árboles llenos de sol,
Andan visiblemente por debajo de los peñascos que relucen al sol,
Aparecen del otro lado de los cántaros que las muchachas llevan en la cabeza,
Y todo este paisaje de primavera es la luna sobre el mercado,
Y todo el mercado con ruidos y luces es el suelo de este día de sol...
De repente alguien sacude esta hora doble como en un tamiz
Y, mezclado, el polvo de las dos realidades cae
Sobre mis manos llenas de dibujos de puertos
Con grandes naves que se van y no piensan en volver...
Polvo de oro blanco y negro sobre mis dedos...
Mis manos son los pasos de aquella muchacha que abandona el mercado,
Sola y contenta como el día de hoy...

VI
El maestro sacude la batuta
Y lánguida y triste la música empieza...
Me recuerda mi infancia, aquel día
En que yo jugaba al pie del muro de una quinta
Arrojándole una pelota que tenía de un lado
El deslizar de un perro verde, y del otro lado
Un caballo azul que corría con un jockey amarillo...
Prosigue la música, y estás en mi infancia
De repente entro yo y el maestro, muro blanco,
Va y viene la pelota, ora un perro verde,
Ora un caballo azul con un jockey amarillo...
Todo el teatro es mi quinta, mi infancia
Está en todos los lugares, y la pelota viene a tocar música,
Una música triste y vaga que pasea por mi quinta
Vestida de perro verde que se vuelve jockey amarillo...
(Tan rápida gira la pelota entre los músicos y yo...)
La arrojo de vuelta a mi infancia y ella
Atraviesa el teatro todo que está a mis pies
Saltando con un jockey amarillo y un perro verde
Y un caballo azul que aparece por encima del muro
De mi quinta... Y la música arroja pelotas
A mi infancia... Y el muro de la quinta está hecho degestos
De batuta y rotaciones confusas de perros verdes
Y caballos azules y jockeys amarillos...
Todo el teatro es un muro blanco de música
Por donde un perro verde corre detrás de mi nostalgia
De mi infancia, caballo azul con un jockey amarillo...
Y de un lado para otro, de derecha a izquierda,
Donde hay árboles y entre las ramas, al pie de la copa,
Con orquestas que tocan música,
Donde hay filas de pelotas en la tienda donde las compré
Y el hombre de la tienda sonríe entre los recuerdos de mi infancia...
Y la música cesa como un muro que se derrumba,
La pelota rueda por el despeñadero de mis sueños interrumpidos,
Y de lo alto de un caballo azul, el maestro, jockey
amarillo que se vuelve oscuro,
Da las gracias, posando la batuta encima de la fuga de un muro,
Y se inclina, sonriendo, con una pelota blanca encima dela cabeza,
Pelota blanca que le desaparece por las costillas abajo...



Portada del número 1 de la revista lisboeta Orpheu,
donde escribía Pessoa.