lunes, 12 de diciembre de 2016

LA CIUDAD SURREALISTA DE LOUIS ARAGON: EL CAMPESINO DE PARÍS

En el corazón de la ciudad hay siempre un hilo invisible que nos conduce al interior de un laberinto, un espejo que refleja nuestra imagen tornasolada, el eco de míticas voces que nos atraen. Recorremos sus venas, sus galerías de sombría claridad, como Orfeos en busca de sirenas convertidas en Eurídeces. El día reposa en la noche. Ungidos por las hogueras de la nostalgia, paseamos las calles como fantasmas sin cementerio, largos desiertos de la fiebre. Somos campesinos de ojos que arden en cada gesto cotidiano, en el resplandor de las peluquerías donde los mechones se desvanecen como serpientes de bellas Medusas, en los burdeles que ofrecen su temblor a la soledad de los transeúntes y se convierten en templos de un amor fugaz. Exploramos el azar de cada encuentro en el puente de los suicidas. Los jardines se abren como el sexo de las esponjas. Y en el centro del laberinto, palpita el faro del deseo.




[…] salí al pasaje cuando éste estaba apagado por completo. Cual no fue mi sorpresa cuando, atraído por una suerte de ruido mecánico y monótono que parecía exhalar del escaparate de la tienda de bastones, me di cuenta de que éste estaba bañado por una luz verdosa, en cierta manera submarina, cuya fuente quedaba invisible. Se asemejaba a la fosforescencia de los peces […]. El océano entero en el pasaje de la Ópera. Los bastones se balanceaban con la suavidad de las laminarias. Aún no me había repuesto de este encantamiento cuando advertí que una forma nadadora se deslizaba entre los distintos estratos del escaparate. Estaba un poco por debajo del tamaño normal de una mujer, pero en absoluto deba la impresión de una enana. Su pequeñez parecía más bien deducirse de su lejanía y, sin embargo, aquella aparición se movía justo detrás del cristal. Sus cabellos ondeaban despeinados y sus manos se agarraban a los bastones de cuando en cuando. En un primer momento, pensé que estaba ante una sirena en el sentido más convencional del término, puesto que me parecía que aque encantador espectro, desnudo hasta la cintura, la cual le llegaba muy abajo, terminaba con un vestido de acero o de escamas, o quizás de pétalos de rosa. Sin embargo, al concentrar mi atención en el balanceo que la transportaba por los surcos de la atmósfera, de pronto, reconocí a aquella persona pese a sus rasgos demacrados y el aire de extravío con que estaban marcados. Fue durante unas equívocas circunstancias, provocadas tanto por la insultante ocupación de las provincias renanas como por mi ebrio deleite en la prostitución, cuando conocí a orillas del río Sarre,a Lisel […] ¿Qué podría estar haciendo allí, entre todos aquellos bastones? Sólo a la luz del movimiento de sus labios pude adivinar que estaba cantando, pues la resaca del escaparate cubría su voz y subía más alto que ella hacia el techo de espejo, más allá del cual no se distinguían ni la luna ni la sombra amenazadora de los acantilados. “¡El ideal!”, grité, sin encontrar nada mejor que decir en plena turbación como me hallaba. La sirena volvió hacia mí su rostro aterrorizado tendiéndome sus brazos. Los bastones giraron hacia adelante con un ángulo de noventa grados, de tal suerte que la mitad superior de la equis que constituían se convirtió en una uve contra el cristal, formando delante de la aparición un abanico con los abanicos inferiores. Fue como si, de repente, los palos hubieran ocultado a la vista el espectáculo de una batalla. La claridad se extinguió con el fragor del mar.

(Louis Aragon, El aldeano de París, págs. 28-29. Edit. Errata naturae)




Louis Aragon nos ofrece en El campesino de París (1926) una método teórico y práctico de indagación de la ciudad a través de la mirada surrealista. El azar, el deseo y las imágenes serán las herramientas para descubrir una nueva mitología de lo efímero, de lo concreto, de lo sensual, en la que lo maravilloso cotidiano se despliega ante sus ojos. Como un campesino que se detiene atónito, expectante, presto siempre a encontrar un fragmento de lo insólito a cada paso, descubre en la ciudad sus más secretos misterios, sólo escondidos bajo el polvo de la certeza de la lógica.



Campesinos de todo el mundo, campesinos de mirada campesina, tomad las ciudades con vuestros ojos de arrecifes campesinos, buscad lo maravilloso con vuestros arados campesinos, y acompañad a El Campesino de París (Louis Aragon, 1926) el jueves 22 de diciembre a las 20:30 horas en la librería La Delicia de Leer (Juan Agapito y Revilla 10 de Valladolid), junto al Piojo Eléctrico, campesino.