jueves, 29 de enero de 2009

FUGA



NOCHE cerrada, mar abierto como una baraja de nácares. Una rama de coral llamó a la puerta de la Taberna del Barlovento. Un diminuto escorpión de cristal trepó por la pierna del bebedor de óxido portuario. Jirones de humo de trasatlántico colorearon mi catalejos mágico.

Debe ser el viento que hace crecer los mástiles.

El viento. El viento perfumado por las madréporas rubias lanzaba perlas de un collar de naufragios blancos. En el murallón de aquel arrabal costero de tejados a la deriva las arborescencias del salitre esbozaron una efigie onírica, casi legendaria. Primero, los ojos como dos anémonas alucinadas... y para terminar un cuello de ánfora expuesta largo tiempo a la erosión marina.

Una ola rompió contra un monolito conmemorativo, domador de tempestades. Inesperadamente te materializaste, como una estrella fugaz, en el umbral alabastrino de un patio andaluz bajo un emparrado de anclas y planetas. Dentro, el viento oceánico curtía la garganta de la langosta enjoyada, que avivaba con su guitarra crepuscular las fogatas del cante jondo. Con el hilo rojo de las puestas de sol marítimas, unas manos arácnidas te tejieron una cabellera que una proa de marfil partió en dos. Pestañearon las lámparas de gas de un par de gabarras gemelas, similares a tus pantorrillas de nadadora polinesia. Una luna de papel se columpió en una de tus trenzas sobre un mar de tinta china.

Como un forajido acampé junto al oasis de tu ombligo, mar interior en cuyas aguas renacía el mundo con los colores imposibles de los sueños del opio. En sus grutas, custodiadas por salamandras verdes, dormían tus alhajas como una constelación fija. Bajo mis pies crujía una arena finísima, vestigio de ancestrales civilizaciones. Al filo de la brisa marina, tu talle se alargó hasta convertirse en oblicua torre de caolín, y junto a ella, una gaviota muerta con un alga flamígera en el pico.

Pero el paisaje mudaba apresuradamente de plumaje. El estío recogió sus bártulos de buhonero para seguir su camino a través de desiertos de fósforo. Las grullas plegaron sus tiendas de campaña y se embarcaron en un velero de nombre La Rosa de los Vientos. Como dos turistas de las antípodas, tú y yo deambulamos por una playa encerrada en un reloj de arena.

En una escollera lejana, un niño ciego hacía llorar a un acordeón deshabitado de palomas.


Puerto por Jacek Yerka

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viernes, 23 de enero de 2009

NOCTURNO CON SORDINA


Farándulas eléctricas
La dinamo de los cinematógrafos prende estrellas
en los párpados de los bulevares
Una jazz-band de arcángeles dopados
atrona las buhardillas de la histeria


Tan sólo tres aullidos
para alcanzar la medianoche
Alguien agita los planetas en una coctelera
Una mano enjoyada devana las fases lunares
Por los puentes ruedan relojes
como pálidos profetas de una nueva edad de hielo


Alambique de fantasmagoría
El hollín de las chisteras ciega a los tahúres
emboscados por los pianos de cola
Los exploradores del desarraigo
despluman guitarras purpúreas
La noche juega con naipes marcados


Un rótulo atraviesa los cráneos como un relámpago
PROHIBIDO PRONUNCIAR LA PALABRA AMANECER




Roma por Óscar Domínguez

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