sábado, 14 de octubre de 2017

AVISTAMIENTOS DE AVUTARDAS (II)


Vale la pena abrirse camino a machetazos por selvas de telaraña y cinc, caminar a gatas sobre lava recién regurgitada por el cinturón de volcanes del trópico, arrastrarse por desiertos de jade con un cuchillo incandescente en las fauces, deslizarse ladera abajo por cadenas montañosas de marfil de contrabando, recorrer kilómetros de sendas flanqueadas por alambre de espino y estacas con cabezas reducidas de exploradores que fueron el plato fuerte de un banquete de caníbales, sortear el tráfico frenético y los ejércitos de transeúntes en la hora punta de una gran metrópolis, para poder avistar en un punto remoto en mitad del áspero pergamino de la planicie el conmovedor momento en el que el macho de la avutarda levanta su penacho de plumas luminosas y la hembra le guiña un ojo, llegando a su culmen el cortejo nupcial.

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