[Alberto Savinio, cuyo verdadero nombre era Andrea De Chirico, (Atenas, 25 de agosto de 1891 - Florencia, 5 de mayo de 1952) fue un escritor y pintor italiano, hermano del más famoso Giorgio De Chirico. Formó parte también del movimiento artístico pintura metafísica.Alberto Savinio, nació en Atenas, donde estaba su familia trabajando. Tuvo una formación musical que incluyó estudio de contrapunto con Max Reger. Ante el fracaso de sus composiciones, marchó a París, donde entró en contacto con las vanguardias artísticas de la época, conociendo a creadores de todo tipo, como Pablo Picasso, Blaise Cendrars, Francis Picabia, Jean Cocteau, Max Jacob y Guillaume Apollinaire. Desde principios de 1914 se presentó con el seudónimo de Alberto Savinio. Publicó Les chants de la mi-mort en el número 3 (Junio/agosto de 1914) de la revista Les Soirées de Paris con tal nombre. "Les chants..." revisada en el tiempo es una obra autónoma y de una intuición privilegiada, podría decirse que por su estructura, contenido y representación va pareja en lo que a música y drama se refiere, a la pintura de su hermano Giorgio De Chirico. Participó en la Primera guerra mundial, siendo enviado a Salónica, al frente macedonio, como intérprete. Al acabar la guerra fue transferido a Milán y desde 1923 se estableció en Roma, donde publicó textos teóricos y narrativos, sobre todo en revistas como La Ronda. En 1924 Alberto Savino estuvo entre los fundadores del Teatro dell'Arte, dirigido por Luigi Pirandello. En 1926 contrajo matrimonio y marchó a París, para dedicarse a la pintura. Regresó definitivamente a Italia en 1933. Pasó en Roma la segunda guerra mundial. Europeísta convencido desde el primer momento, ajeno al Régimen en el que le tocó vivir veinte años, al final del conflicto bélico colaboró con el Corriere della sera y el Corriere d'informazione. A juicio de algunos, como Leonardo Sciascia que hizo todo lo posible por su recuperación, y lo logró en vida, es uno de los más importantes escritores del siglo XX italiano.
(Extraído de Wikipedia)]
A fin de facilitar la circulación de los navíos de gran tonelaje y también para estimular la entrega a domicilio, la casa Rana no tenía peldaños ni escalinata. Pese a esto, el paquebote, empujando la puerta con una proa orgullosa, penetró silbando hasta el centro de la sala, en medio de la indiferencia más completa.
La familia Rana se encontraba al completo, así como Robert Danesi, el postulante trágico.
Después de los insultos de rigor, los dos huéspedes fueron amablemente invitados por el dueño de la casa a dejarse dar un puntapié en el trasero. En casa de los Rana, gentes de gran alcurnia, se profesaba el culto de los grandes modales.
La señora Giulia Rana, la dueña de la casa, llevaba un magnífico traje de noche con grandes ramas verdes, que le sentaba a las mil maravillas.
Míster Paul, al acercársele para escupirle en la cara, como es usanza en la mejor sociedad, se dio cuenta de que aquel traje no era más que un señuelo.
Hija de batracios, rana ella misma, la señora Giulia Rana conservaba sobre su piel los mismos ornamentos que cubrían la epidermis del señor Anfibio, su padre. Inútil añadir que la señora Giulia iba completamente desnuda bajo aquellas ramas congénitas. En cuanto a su vientre, enteramente blanco, enteramente redondeado y de una delicadeza tal que la hacía ponerse crispada, se aplastaba como un a pelota de niño contra el borde de la mesa.
Disgustado por este nuevo testimonio de la inestabilidad del carácter humano, el cónsul se sentó en un rincón y, después de cerrar las piernas, comenzó a acariciar con una mano solícita la punta de su cola que sobrepasaba el pantalón metálico.
El señor Luigi Rana, marido de la señora Giulia y presidente honorífico de la Sociedad para el Estímulo de la Pederastia en las Familias, removía con un irrigador un cóctel compuesto de amoníaco y excrementos diversos. En cuanto al capitán Tullio Rana, gran mutilado de guerra y hermano del señor Luigi, saltaba por el salón con gestos de muñeco de pim-pam-pum, pues habiendo resistido valerosamente la presión den los Sturmtruppen [1], su cuerpo había quedado reducido al espesor de una pastilla.
Grandes estrellas polvorientas e indiferentes estaban alineadas contra los muros. Sólo conservaban de su pasado esplendor una vaga luminosidad mortecina que mariposeaba débilmente en los extremos de sus patas antes tan radiantes. Desde la ventana se descubría la ciudad, toda blanca y redonda entre sus murallas, parecida a una Carlota rusa bañándose en su crema.
La sesión iba a abrirse como una flor. Todo el mundo rodeó a la hermosa señora Rana, que por su gracia sin par servía de salida de escape a las revelaciones de lo oculto.
Pese a que la casa Rana estuviera totalmente desprovista de sillas, todos los asistentes a aquella sesión memorable estaban tranquilamente sentados en torno a la mesa, con las manos suavemente posadas sobre la alfombra, el torso erguido y el trasero en el vacío.
Robert Danesi tomó la palabra. Como después de su famoso intento de suicidio se había convertido en catobléfaro, se había acostumbrado a dirigirse a sus oyentes volviéndoles la espalda. Dijo:
“En el mes de noviembre de 1918, nos decidimos a abandonar Suiza para regresar a Europa. La señora Danesi, mi hijo Temístocles y yo nos embarcamos en un barco-lavadero. La Guerra había concluido, y yo tenía prisa en poner mi brazo al servicio de mi patria. Pero esto no es más que un detalle. A la altura del número 24 de la rue Jacob de París, nuestro barco fue torpedeado por el descuido de algunos pescadores con dinamita que operaban por aquellos parajes. Apretando a mi hijo Temístocles entre mis brazos, conseguí encaramarme a la caja de caudales del barco, que como estaba completamente vacía flotaba en el océano como un melón. Nos llevó sanos y salvos hasta el prostíbulo del lugar. Después de aquella noche trágica, no volví a tener noticias de mi mujer hasta ayer, once septiembre, cuando un acordeonista de Tel-Aviv tuvo la amabilidad de anunciarme por telegrafía sin hilos que la señora Danesi está tan muerta como ustedes o como yo, y que actualmente está hospitalizada en un gran establecimiento de carne congelada de Londres, donde los mejores especialistas del lugar proceden a la supresión de sus tatuajes.
”Señores, prosiguió el postulante trágico con una voz que se hizo más grave, éste es el motivo que nos reúne esta noche. Deseo saber por boca de esta porquería de señora Giulia Rana, gracioso comisario del más allá, y en presencia de esa basura de míster Paul, cónsul de Inglaterra, si mi querido Temístocles, sangre y carne del vigésimo tercer amante de mi adorada esposa, puede pronunciar todavía el dulce nombre de madre”
Después de la declaración de Robert Danesi, la señora Rana, que se había recogido profundamente, abrió desmesuradamente su ombligo y con una voz pastosa pronunció:
“¡Espíritu! ¿Es cierto que la señora Danesi está actualmente hospitalizada en un gran establecimiento de carne congelada de Londres, donde los mejores especialistas del lugar proceden a la supresión de sus tatuajes? ¡Contestad sin demora, os lo ordeno!”
Algunos segundos después de que el silencio lleno de éxtasis hubiese absorbido el eco de la exhortación umbilical, espantosos espasmos sacudieron el ombligo de la señora Rana, y una voz que no era la suya exclamó: “Estamos desbordados de trabajo. Degollamos niño. Vuelvan más tarde.”
Extraído de la Antología del humor negro de André Breton
[1] Tropas de asalto alemanas de la Primera Guerra Mundial.