martes, 17 de mayo de 2016

"RIMBAUD O LAS ILUMINACIONES DEL VIDENTE" EN LAS DELICIAS SURREALISTAS

El próximo jueves 19 de mayo a las 20:30 horas, el Piojo Eléctrico nos convoca a una nueva edición de las Delicias Surrealistas, como siempre en su tabuco de la librería La Delicia de Leer (Juan Agapito y Revilla 10 de Valladolid). Y en esta ocasión la cita es con Rimbaud y sus Iluminaciones.

La verdadera vida se escribe en apenas cuatro años. Entre 1871 y 1875, desde las Cartas del vidente hasta Iluminaciones, pasando por Una temporada en el infierno, Rimbaud dinamitó con tempestades de fuego toda idea de la poesía escrita hasta ese momento. Y para ello debió transformarse en vidente, en una especie de chamán que, penetrando en los abismos de sí mismo, mediante un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos -como él decía-, alcanzar lo desconocido mediante la alquimia del verbo.


Y dentro de este plan destaca su última obra. Escrita probablemente entre 1873 y 1875, Iluminaciones es el libro más radical y hermético de Rimbaud, el que inaugura una nueva forma de mirar la realidad; de construir, sobre las cenizas de los simbolistas, un nuevo universo poético que explora los límites del lenguaje y de la propia identidad -Yo es otro-, muy lejos ya de la moral tradicional y de la belleza políticamente correcta.

Otros sin duda habían iniciado ya el camino. Pero él robó la llama que retomarían medio siglo después los surrealistas.



Después del Diluvio

Tan pronto como la idea del Diluvio se vino abajo,

Una liebre se detuvo en los pipirigallos y las campanillas movedizas y dijo su plegaria al arco iris a través de la tela de araña.

¡Oh! Las piedras preciosas que se ocultaban, — las flores que miraban ya.

En la ancha calle sucia los tenderetes se levantaron, y fueron arrastradas las barcas hacia el mar colocad o allá arriba igual que en los grabados.

La sangre corrió, en casa de Barbazul, — en los mataderos —, en los circos, donde el sello de Dios palidece las ventanas. La sangre y la leche corrieron.

Los castores edificaron. Los «mazagranes» humearon en los cafetines.

En la casa de los cristales chorreantes aún los niños de luto miraron maravillosas imágenes.

Una puerta sonó, — y en la plaza de la aldea, el niño volvió los brazos, comprendido por las veletas y los gallos de campanario de todos sitios, bajo el clamoroso chaparrón.

Madame **** estableció un piano en los Alpes. Misa y primeras comuniones se celebraron en los cien mil altares de la catedral.

Desde entonces, la luna escuchó a los chacales que piaban por los desiertos de tomillo, — y las églogas con zuecos refunfuñando en el vergel. Después, en la arboleda violeta, pujante, Eucaris me dijo que estábamos en primavera.

— Brota, estanque, — Espuma, arremolínate por encima del puente y de los bosques: — paños negros y órganos, — rayos y truenos, — subid y retumbad; — Aguas y tristezas, elevaos y levantad los Diluvios.

Porque desde que éstos se disiparon — ¡oh las piedras preciosas hundiéndose, y las flores abiertas! — ¡qué aburrimiento! Y la Reina, la Bruja que prende su brasa en la vasija de barro, no querrá nunca contarnos lo que ella sabe, y nosotros ignoramos.

(Trad. Ramón Buenaventura)