martes, 28 de abril de 2009

LAS ISLAS INVITADAS por Manolo Altolaguirre


[Poeta e impresor nacido en Málaga. En 1926 publicó la revista de poesía Litoral. Al terminar la guerra civil, se expatrió primero a Cuba y Iuego a México, donde editó una colección de poetas clásicos españoles titulada -La Verónica-. Su obra poética, encuadrada en la generación del 27, fue publicada en México en 1960: Poesías completas. Ha escrito los libros de poemas, Las islas invitadas y otros poemas (1926), Ejemplo (1927), Soledades juntas (1931), La lenta libertad (1936), Las islas invitadas (1936), Nube temporal (1939), Poemas de las islas invitadas (1944), Nuevos poemas de las islas invitadas (1946), Fin de un amor (1949) y Poemas en América (1955). Es autor de una obra teatral Entre dos públicos (1934) y una Antología de la poesía romántica española (1932). Volvió a España en 1959, hallando la muerte ese mismo año, junto a su mujer, en un trágico accidente de automóvil]


I
ESE MAR


Ese mar, amarillo, ácido, en donde
un solo barco de bambú ofrece,
al coro de las islas invitadas
mercancías
y en donde son bordados, no con vida,
peces y nadadores,
vio aquel día
al sol astado con doce rayos gruesos,
prohibiendo enérgico a las aves
sus torpes vuelos femeninos.



II
SUS RAYOS


Sus rayos, tan duros y brillantes,
la luna —auriga de reflejos múltiples—
sacude violenta
para ahuyentar auroras,
pescando por los ojos, milagrosamente,
cada rayo su pez de inquieto brillo.



III
NEGRAS CABRAS


Negras cabras en fuga
perseguidas por el pastor,
que sube cotidiano
a la cumbre del día,
dieron la vuelta al mundo,

sorprendiendo —sus mil ojos brillantes-
acalorado ya, sangrante, rojo,
al fin de su descenso,
al pastor, que ignoraba
ser el broche de oro
del cinturòn bordado de la tierra.


IV
HOMBRES INOMÓVILES


Hombres inmóviles
decorando jardines junto al mar,
y flores paseantes,
árboles de negocios
y plantas comerciales
recorriendo el asfalto
en confusa rutina;
tropel que perseguía
a un árbol grande en fuga,
acusado de no sé qué delito
contra la propiedad.


V
EL SOL


El sol bajaba entonces
al barranco profundo
que debe haber detrás del horizonte,
alargando las sombras
—lentas aguas opacas—
de lo erguido,
dando nuevos colores a las cosas,
como si presintiera
la negra oscuridad vecina,
inevitable, de la noche.


"Collioure: le port de pêche" por Derain