Manuel Rico
El País, 05/06/2010
Más de treinta años después de la muerte del poeta bilbaíno, acaso el más hondo y exigente de su generación, aparece, como antesala de la próxima publicación de la poesía completa, su tan esperado libro inédito Hojas de Madrid con La galerna con prólogo de Mario Hernández y edición de Sabina de la Cruz, viuda del poeta y profunda conocedora de su obra. Al hablar de libro inédito es obligado hacer algunas precisiones: se trata de dos poemarios en un solo volumen; casi la mitad de los 306 poemas que lo integran han sido publicados, en las últimas tres décadas, en revistas, antologías y recopilaciones varias; el resto "han permanecido rigurosamente inéditos hasta hoy", tal y como subraya Sabina de la Cruz en su nota previa. La ordenación, decidida por la propia Sabina, es cronológica, puesto que Blas de Otero siempre fechaba cada poema. Ello no obsta para que Hojas de Madrid con La galerna sea, en su condición de libro, de propuesta global, una obra inédita. No compuesta, como pudiera pensarse, por materiales sobrantes, prescindibles, sino por textos a la altura de lo mejor de su autor, de un altísimo nivel y de una madurez serena y contagiosa, casi perturbadora, que mira a César Vallejo, a Machado, al Alberti del exilio, a Nazim Hikmet, a Rimbaud entre otros. Acaso quepa objetar a su edición la falta de un índice que informe al lector de qué poemas son rigurosamente inéditos y cuáles y dónde fueron publicados el resto.
Todos ellos fueron escritos entre julio de 1968 y mayo de 1977, años de tránsito a la democracia, y de esa peripecia existencial habla la primera parte (el primer libro), Hojas de Madrid. La integran poemas apegados al tiempo histórico, en los que las urgencias de un compromiso construido desde su nunca negada militancia comunista se ven cruzadas por un hondo deseo de serenidad, por un impulso vitalista, de gozo de lo cotidiano, de recuperación de la memoria de la niñez y de reconciliación con los paisajes y escenarios de la juventud. Todo ello, atravesado por la experiencia de un amor renovado, por la conciencia de la enfermedad (fue operado de un tumor pulmonar) y por la presencia de la muerte. La primera sección de Hojas la constituyen poemas compuestos en Madrid, recién llegado de Cuba, en el proceso de adaptación a una realidad nueva. En la segunda, será el viaje a Bilbao, la recuperación del mar y de los paisajes de la infancia y los amigos. Las dos últimas secciones nos muestran a un Blas de Otero muy poco conocido: una poesía intimista (aunque siempre con ventanas a lo colectivo), sencilla y culta a la vez, una poesía de lo cotidiano, en la que el amor, la casa y sus rincones, un raro fervor doméstico, juegan un papel esencial. Un aire de sosiego, cierto distanciamiento irónico que bromea con la tradición y una madurez vital hija de los más duros años de la dictadura encuentran cauce en una lírica de gran tensión expresiva y formalizada, siempre con eficacia y originalidad, mediante las más diversas opciones (sonetos de una difícil e innovadora perfección, verso libre de tono conversacional, casi prosaico, juegos vanguardistas, poemas breves de factura clásica, canciones populares o con ecos de la lírica medieval). En La galerna encontramos la crónica poetizada de los estados depresivos del poeta durante los años 1973 y 1974. Aunque la mayor parte de los poemas trata de la intimidad más honda, de la pugna de Blas de Otero con una realidad hostil, dura, condicionante de sus equilibrios emocionales, el poeta no abandona la ironía, ni la reflexión sobre la poesía como bálsamo para las heridas propias y ajenas (la enfermedad, el niño perdido, Vietnam, Camboya), sobre la moralidad del poema y el misterio de la escritura y sobre su experiencia viajera, casi nómada, durante dos décadas. Es una poesía moderna en su acepción más profunda, una poesía directa que no desdeña el experimento y que bebe de la complejidad del yo, que tiene algo de trastienda íntima, de recámara del libro Hojas de Madrid y en la que experimenta y juega con el lenguaje a pesar de los estados depresivos que la originan. Si la tardanza en la aparición de este libro generó no poca desconfianza respecto a su contenido, llevando a pensar que los mejores poemas estaban ya publicados en revistas y antologías, su lectura desmiente de modo radical esa sospecha. Estamos ante un libro mayor, ante uno de los más importantes poemarios publicados en lo que va de siglo.
Blas, con su camisa blanca de esperanza
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Hojas sueltas, decidme, qué se hicieron
los Infantes de Aragón, Manuel Granero, la pavana para una infanta,
si está Madrid iluminado como una diapositiva
y sólo en este barrio saltan, ríen, berrean sesenta o setenta y cinco niños
y sus mamás ostentan senos de Honolulu, y pasan muchachas con sus ropas chapadas,
faldas en microscuro, y manillas brillantes y sandalias de purpurina,
hojas sueltas, caídas
como cristo contra el empedrado, decidme,
quién empezó eso de cesar, “pasar, morir,
quien inventó tal juego, ese espantoso solitario
sin trampa, que le deja a uno acartonado,
si la plaza de Oriente es una rosa de Alejandría,
ah Madrid de Mesonero, de Lope, de Galdós y de Quevedo,
inefable Madrid infestado por el gasoil, los yanquis y la sociedad de consumo,
ciudad donde Jorge Manrique acabaría por jodernos a todos,
a no ser porque la vida está cosida con grapas de plástico
y sus hojas perduran inarrancablemente bajo el rocío de los prados
y los graves estrofas que nos quiebran los huesos y los esparcen
bajo este cielo de Madrid ahumado por cuántos años de quietismo,
tan parecidos a don Rodrigo en su túmulo de terciopelo y rimas cuadriculadas.
De Hojas de Madrid con La galerna
Graffiti de Banksy