Una cuestión crucial en poesía es cómo debe mostrarse la voz del poeta. Actualmente hay un abrumador predominio de la poesía escrita en primera persona, desde un yo que habla de manera directa al lector de experiencias personales. Diríase que hay una vuelta al neorromaticismo en el tema y a un cierto conservadurismo en la forma, caracterizada por la elección de un lenguaje sencillo y realista. Lo peor de esta tendencia es que está creando una poesía monocorde con un mínimo de audacia experimentadora. A nuestro juicio, todo esto es sintomático del estancamiento en que se halla la poesía. A ello hay que sumar la consabida falta de influencia social de ésta, en una era en la que la imagen digitalizada ha ganado terreno a la letra impresa en el ámbito de la comunicación y en la que el poco público lector orienta sus gustos hacia géneros más realistas como la narrativa, especialmente hacia la omnipresente narrativa histórica.
Frente a este panorama nos hacemos la siguiente pregunta: ¿puede haber vida poética más allá de la imitación de Benedetti? (dicho sea con todo el respeto del mundo al gran poeta uruguayo.)
Ante todo no nos explicamos por qué se obvia la gran renovación del lenguaje poético que representaron las vanguardias del siglo pasado. En una época en que el romanticismo poético ya no tenía nada que aportar, los sucesivos “ismos” de la vanguardia hicieron de la escritura algo en constante redefinición. Uno de los aspectos que se pusieron en solfa fue que el poema debiera ser escrito desde la primera persona (recuérdese que ello era así porque la teoría literaria romántica consideraba que el poema era ante todo expresión de la subjetividad del poeta). Los primeros en alzarse contra este concepto poético ampliamente aceptado en la época fueron los futuristas, que intentaron lograr una suerte de “antipoesía” eliminado de los textos (nada más y nada menos) el yo del poeta. Así, bajo la influencia del futurismo italiano (aunque también del ruso) los poemas se llenaron de onomatopeyas de ruidos maquinales y textos de anuncios luminosos del mundo moderno, urbano y tecnificado. En Francia, los cubistas como Reverdy, Cendrars o Apollinaire desarrollaban la idea de “simultaneidad”, que ya preocupaba a futuristas como el pintor Boccioni, al cual se le había ocurrido multiplicar las imágenes para traducir pictóricamente el movimiento. Para los cubistas y simultaneístas la voz del yo del poeta era sencillamente una más. Y para captar el caos y el dinamismo de la sociedad avanzada daban cabida a toda suerte de voces de personajes (a veces no identificadas) distintos al poeta o a textos ajenos al poema (recortes de prensa, carteles publicitarios, etc.), o a la más disonante cacofonía metropolitana, todo ello ocurriendo en un mismo momento y convergiendo en el poema. En realidad, todo esto era, claro está, un “truco” para transmitir la voz poética a través de filtros o máscaras, tras de las cuales, obviamente, estaba la subjetividad del poeta. Se trataba de crear un efecto coral y polifónico, superando la monotonía de la escritura desde el yo romántico y ganando en expresividad.
Uno de los mejores ejemplos de polifonía en poesía lo constituye la grandiosa composición The Wasteland de T. S. Eliot. En este extenso poema de Eliot, la voz poética está fragmentada en varias voces que se suceden y contraponen, ora bajo la forma de una especie de voz en off (al estilo de la del narrador omnisciente de un relato) ora bajo la forma de la voz de un personaje (a veces periférico). Igualmente también aparecen onomatopeyas y juegos fónicos. En el collage de voces en ocasiones se filtran citas textuales de otras obras (como las frases en alemán de Tristan e Isolda de Wagner), algo que hizo de este poema el libro de cabecera de todo tipo de pedantes (eruditos, críticos, profesores y estudiantes de literatura, etc.); eso, y que T. S. Eliot fuera, a pesar de su audacia estética, una persona profundamente conservadora (en Wasteland frente al desbarajuste de la vida moderna Eliot propone aunque de manera implícita una vuelta a los valores tradicionales).
Otro acierto de Eliot fue la utilización de lo que él llamaba “correlatos objetivos”, a saber la presentación de un objeto o grupo de objetos al lector, objetos que servían para evocar de una manera precisa la emoción concreta que el poeta quiere transmitir. Esto, en realidad, no era nuevo; estos mecanismos que intermedian entre el autor y el lector, a través de los cuales se filtra la voz del primero, ya los usaban simbolistas franceses como Mallarmé, Rimbaud o Laforgue, éste último muy admirado por Eliot. Esto hizo evolucionar a la poesía que estaba en el atolladero del posromanticismo, ese posromanticismo del yo desnudo con la boca llena de gastados sustantivos abstractos que ya no conmovían a nadie.
Heredero de esa voz fragmentada y caótica de los simultaneístas, el surrealismo, un movimiento que rompió el marco de los “ismos” más o menos efímeros para convertirse en algo más que una vanguardia, también contribuyó a dinamizar la voz poética. El marco teórico del psicoanálisis freudiano sirvió para que el genio de Breton diera una explicación precisa y “científica” de por qué las líneas de los poemas vanguardista (y en especial los surrealistas) parecen ser absolutamente independientes (¡libres!) unas de otras. El padre del surrealismo se valió del principio de libre asociación de ideas de Freud para explicar el maravilloso caos verbal que genera un poema surrealista, similar al juego de voces inconexas y entrecortadas que se producen en la mente humana en los estados delirantes. Esta pulverización de la voz poética fue llevada al extremo en El hombre aproximativo por Tristan Tzara, uno de los padres de Dada y luego compañero de aventuras de los surrealistas. En este extensísimo poema-libro dividido en 19 secciones, Tzara sorprende al lector al eliminar el hilo central del poema y dinamitar toda lógica convencional. Como consecuencia de esto, el que se asoma a sus páginas siente que su mente es atravesada por imágenes electrizadas que restallan como látigos en la oscuridad de la palabra primigenia. Cualquier intento de buscar un tema central alrededor del cual orbitan los delirantes versos de Tzara fracasa. Sin embargo se percibe cierta unidad: acaso la sistemática destrucción de un hilo central que hilvane las distintas partes del poema sea lo que, aunque parezca paradójico, dote de unidad al magma poético de Tzara.
En resumen, y sin ninguna intención dictar preceptos literarios, echamos de menos en la poesía actual el dinamismo del que rebosaba la escritura de vanguardia del siglo pasado. Decía el lingüista ruso Mijail Bajtin que la multiplicidad de voces (las “fuerzas dialógicas”) en pugna entre sí producían un efecto polifónico que dinamizaba al lenguaje humano frente a los intentos “monológicos” de imponer significados fijos. Al hilo de las ideas de Bajtin, pensamos que a lo mejor ha llegado la hora de inyectar una buena dosis de polifonía en las venas de la poesía actual a fin de que ésta despabile de su prolongado letargo.
La polifonía en poesía by Sorrow is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivs 3.0 Spain License.
"Visiones simultáneas" por Umberto Boccioni