[Un espejo separa siempre lo conocido de lo incognocible
El nombre de Enrique Gómez-Correa está indisolublemente ligado al desarrollo de las vanguardias en nuestro país desde que en 1938 fundó, junto a Teófilo Cid y Braulio Arenas, la Mandrágora, el grupo literario que le daría forma y sustento al experimento surrealista en nuestro país y del cual participaron, con mayor o menor cercanía, poetas como Gonzalo Rojas, Carlos de Rokha y Jorge Cáceres, a quien Gómez-Correa dedicó su Carta elegía a Jorge Cáceres.
Al amparo de la sombra mandragórica, Gómez-Correa desarrolló una obra llena de alusiones al sueño, la alquimia y el amor, temas recurrentes en el arsenal poético y simbólico del surrealismo, movimiento en el cual se formó desde temprano, y que le entregó las herramientas para desarrollar una poesía propia, llena de dinamismo, en la cual la explosión creadora es la principal protagonista del acto poético. Muestra de esto son libros como Las hijas de la memoria (1940), Cataclismo en los ojos (1942) y Mandrágora, siglo XX (1946).
Diplomático y viajero, Enrique Gómez-Correa compartió en París con los principales exponentes del surrealismo francés con los cuales estableció fuertes lazos de amistad, en especial con André Bretón y con el pintor René Magritte, sobre quien escribió El espectro de René Magritte (1948) y con el que mantuvo una constante colaboración artística, expresada, entre otras cosas, en el retrato que el pintor hizo del poeta para ilustrar El A G C de la Mandrágora (1957).
Las influencias del surrealismo se manifestaron en todas las esferas de la vida de Enrique Gómez-Correa, filtrándose incluso en la tesis que presentó para lograr el título de abogado, en la que, bajo el título de Sociología de la locura (1942), realizó un brillante ensayo en torno a las enfermedades mentales y la situación de la locura en la sociedad, uniendo tesis jurídicas, históricas y poéticas.
Por su importancia en el desarrollo de la poesía chilena, y sobre todo por la vinculación que estableció entre estas y las corrientes de vanguardia, la obra de Enrique Gómez-Correa ha sido objeto de múltiples análisis y estudios, entre los que destacan los realizados por Stefan Baciu, uno de los principales estudiosos del surrealismo latinoamericano, que es autor del prefacio de Poesía explosiva (1973), antología de Enrique Gómez-Correa que contiene buena parte de su obra poética. De la misma manera, su poesía despertó el interés de la crítica nacional, de lo que dan cuenta infinidad de entrevistas, notas de prensa y críticas sobre su obra. Sin embargo, la poesía de Gómez-Correa aún permanece en los márgenes de la literatura nacional, siendo para las nuevas generaciones un autor prácticamente desconocido, a pesar de su aporte en el ensachamiento de las temáticas y tonos de la poesía nacional, tanto en su calidad de autor como de difusor de las nuevas corrientes artísticas.
Unico sobreviviente del núcleo fundacional de la Mandrágora, Enrique Gómez-Correa murió de cáncer el año 1995, siendo sus últimas publicaciones el poemario Los pordioseros (1992) y la edición póstuma de Las cosas al parecer perdidas (1996).
(Extraído de Memoria chilena)]
Que la vertiente tenga aún su provisión de visiones
Que la nube sea todavía el autógrafo
Que yo lo diga todo sin miramientos
Sin que disminuya la temperatura de sus cámaras
El vapor que se enreda en las uñas
La flecha rechazada por sus ojos el granito
La luz petrificada las pesadillas horrendas
Todo esto más lento que ángel
Que el brillo de las cárceles
Tal vez por carbones o pústulas entre piedras
El descenso de los cráneos
La llave y los enigmas de la mano
El beso que cae a causa de la gravedad
El cadáver y su espuma
El corazón y sus calambres
Las costumbres y sus calambures
Mejillas duras como fantasmas
Invisible el llanto en reposo
Sobre las espigas de sangre
De papel sediento.
Pensar de nuevo en la caña de azúcar
La aureola que forman sus sienes
Los arrecifes alrededor de la garganta
Los finos dedos que pasan
Los cabellos convertidos en gusanos
Los heliotropos y las raíces de sus cuerpos
Los grandes crímenes los alambiques
La historia de sus ojos.
Las horas transcurren en las aguas
Los rostros arrugados las escamas y sus cenizas pálidas
Así como sale por los poros un cuerpo de bailarinas
Ser el eterno condenado a muerte
Sentir el peso de una mujer huida del cementerio
Con las mismas arrugas de la muerte
Con los mismos fuegos fatuos
Y el cielo con sus excrementos amortajados.