[Seudónimo de Alexis Saint-Léger Léger, poeta francés nacido en Guadalupe en 1887. A la edad de once años continuó estudios en Francia donde su familia se había trasladado desde 1899. Estudió Ciencias Políticas en Bordeaux, y posteriormente terminó un postgrado en Ciencias Políticas ingresando al servicio diplomático en 1914. Trabajó primero en la Embajada de Pekín, y más tarde en el Ministerio de Asuntos Exteriores donde ejerció como director administrativo. A raíz del régimen de Vichy, se exilió en Estados Unidos desde 1940. Su primer libro de poesía, "Elogios" fue publicado en 1911, seguido de "Anábasis" en 1924, "Exilio" en 1942, "Amargos" en 1957 y "Pájaros" en 1962. Retornó a Francia en 1957 y obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1960. Falleció en Giens el 20 de septiembre de 1975.
(Extraído de A media voz)]
A Katherine y Francis Biddle
I
El baniano de la lluvia echa sus raíces sobre la Ciudad.
Un polipero apresurado sube a sus bodas de coral en toda esa leche de agua viva,
Y la idea desnuda como un reciario peina en los jardines del pueblo su crin de niña.
Canta, poema, en la vocinglería de las aguas la inminencia del tema:
Canta, poema, en el tropel de las aguas la evasión del tema:
Una alta licencia en el flanco de las Vírgenes proféticas,
Una eclosión de óvulos de oro en la leonada noche de los légamos
Y mi lecho hecho, ¡oh fraude!, a la linde de semejante sueño,
Allí donde se aviva y crece y comienza a girar la rosa obscena del poema.
Señor terrible de mi risa, he aquí la tierra humeante con el husmo de la venación,
La arcilla viuda bajo el agua virgen, la tierra lavada del paso de los hombres insomnes,
Y, olida de más cerca como un vino, ¿no es verdad que provoca la pérdida de la memoria?
Señor, ¡Señor terrible de mi risa!, he aquí el reverso del sueño sobre la tierra,
Como la respuesta de las altas dunas al escalonamiento de los mares, he aquí, he aquí
La tierra a cabo de uso, la hora nueva en sus mantillas y mi corazón visitado por una extraña vocal.
II
Nodrizas sospechosísimas. Cortejantes de ojos velados de madurez, ¡oh Lluvias! por quienes
El hombre insólito mantiene su casta, ¿qué diremos esta noche a quien haga altanera nuestra vela?
¿Sobre qué lecho nuevo, a qué reacia cabeza raptaremos aún la chispa valedera?
Mudo el Ande sobre mi techo, tengo una aclamación fortísima en mí, y es para vosotras, ¡oh Lluvias!
Llevaré mi causa ante vosotras: ¡en la punta de vuestras lanzas lo más claro de mi bien!
¡La espuma en los labios del poema como una leche de corales!
Y aquella que danza como un encantador de serpientes a la entrada de mis frases,
La Idea, más desnuda que una cuchilla en el juego de las facciones,
Me enseñará el rito y la medida contra la impaciencia del poema.
Señor terrible de mi risa, líbrame de la confesión, de la acogida y del canto.
Señor terrible de mi risa, ¡cuánta ofensa en los labios del chubasco!
¡Cuántos fraudes consumados bajo nuestras más altas migraciones!
En la noche clara de mediodía, anticipamos más de una proposición.
Nueva sobre la esencia del ser. . . ¡oh humos presentes sobre la piedra del lar!
Y la lluvia tibia sobre nuestros techos hizo igualmente bien en apagar las lámparas en nuestras manos.
III
Hermanas de los guerreros de Assur fueron las altas lluvias en marcha sobre la tierra;
Con cascos emplumados y bien arremangadas, con espuelas, con espuelas de plata y de cristal,
Como Dido hollando el marfil en las puertas de Cartago,
Como la esposa de Cortés, ebria de arcilla y pintada, entre sus altas plantas apócrifas. . .
Avivaban de noche el azur en las culatas de nuestras armas.
¡Poblarán el Abril en el fondo de los espejos de nuestras estancias!
Y no me cuido de olvidar su pataleo en el umbral de las cámaras de ablución:
Guerreras, ¡oh guerreras por la lanza y la flecha hasta nosotros aguzadas!
Danzarinas, ¡oh danzarinas por la danza y la atracción al suelo multiplicadas!
Son armas a brazadas, son mozas por carretadas, una distribución de águilas a las legiones,
Un levantamiento de picas en los suburbios por los más jóvenes pueblos de la tierra —haces rotos de vírgenes disolutas,
¡Oh grandes gavillas desatadas! ¡la amplia y viva cosecha en los brazos viriles invertida!
... Y la Ciudad es de vidrio sobre su zócalo de ébano, la ciencia en las bocas de las fuentes,
Y el extranjero lee sobre nuestros muros los grandes carteles anonarios,
Y el frescor está en nuestros muros, en donde la Indiana esta noche se hospedará en casa del nativo.
IV
Relaciones hechas al Edil; confesiones hechas a nuestras puertas. . . ¡Mátame, dicha!
¡Una lengua nueva de todas partes ofrecida! un frescor de aliento por el mundo
Como el soplo mismo del espíritu, como la cosa misma proferida, a flor del ser, su esencia a la fuente misma, su nacencia:
¡Ah! ¡toda la afusión del dios salubre sobre nuestros rostros, y tal brisa en flor
Al hilo de la hierba azuleante, que se anticipa al paso de las más remotas disidencias!
Nodrizas sospechosísimas, oh Sembradoras de esporos, de semillas y de especies ligeras,
¿De qué decaídas alturas reveláis para nosotros las
vías, Como al término de las tempestades los más bellos seres
lapidados sobre la cruz de sus alas?
¿Qué obsedéis de tan lejos, que aun es preciso que uno piense en perder el vivir?
¿Y de qué otra condición nos habláis tan quedo que uno pierde la memoria?
Para traficar con cosas santas entre nosotros, ¿desertáis vuestros lechos, oh Simoníacas?
En el fresco comercio de la neblina, allá donde el cielo madura su gusto de yaro y de nevero,
Frecuentabais el relámpago salaz, y en la albura de las grandes albas laceradas,
En la pura vitela rayada con un cebo divino, nos diríais, ¡oh Lluvias! qué lengua nueva solicitaba para vosotras la grande uncial de fuego verde.
Campo de trigo bajo la lluvia por Van Gogh
V
Que vuestra venida estuviese llena de grandeza, lo sabíamos nosotros, hombres de las ciudades, sobre nuestras flacas escorias,
Pero habíamos soñado más altas confidencias al primer soplo del chubasco,
Y nos restituís, ¡oh Lluvias!, a nuestra instancia humana, con este sabor de arcilla bajo nuestras máscaras.
¿En más altos parajes buscaremos memoria? ... ¿o si nos es preciso cantar el olvido en las biblias de oro de las bajas hojarascas? ...
Nuestras fiebres teñidas con los tulipaneros del sueño, la catarata sobre el ojo de los estanques y la piedra rodada hacia la boca de los pozos, ¿no hay ahí bellos temas por reanudar,
Como rosas antiguas en las manos del inválido de guerra? ... La colmena todavía está en el vergel, la infancia en las horquetas del árbol viejo, y la escala prohibida en las bellas viudeces del relámpago...
Dulzura de ágave, de áloe.... ¡insípida estación del hombre sin engaño! Es la tierra cansada de las quemaduras del espíritu.
Las lluvias verdes se peinan ante los espejos de los banqueros. En los paños tibios de las plañidoras se borrará la faz de los dioses-niñas.
E ideas nuevas se abonan a los constructores de imperios sobre su mesa. Todo un pueblo mudo se yergue en mis frases, en las grandes márgenes del poema.
Levantad, levantad, faltos de jefes, los catafalcos del Habsburgo, las altas piras del hombre de guerra, las altas colmenas de la impostura...
Aechad, aechad, faltos de jefes, los grandes osarios de la otra guerra, los grandes osarios del hombre blanco sobre quien se fundó la infancia.
Y que oreen sobre su silla, sobre su silla de hierro, al hombre presa de las visiones que irritan a los pueblos.
No concluiremos de ver arrastrarse sobre la extensión de los mares la humareda de las hazañas con que se tizna la historia,
En tanto que en las Cartujas y las Leproserías, un perfume de termitas y de blancas frambuesas haga erguirse sobre sus cañizos a los Príncipes valetudinarios:
“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir entre los hombres, y he aquí que la tierra exhala su alma de extranjera. . .”
VI
Un hombre aquejado de semejante soledad, ¡que vaya y guinde en los santuarios la máscara y el bastón de mando!
Yo llevaba la esponja y la hiel a las heridas de un viejo árbol cargado con las cadenas de la tierra.
“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir lejos de los hombres, y he aquí que las Lluvias. . .”
¡Tránsfugas sin mensaje, oh Mimos sin visaje, conducíais a los confines tantas bellas simientes!
¿Hacia qué bellas hogueras de hierbas entre los hombres apartáis una noche vuestros pasos, por qué historias desenlazadas
Al fuego de las rosas en las alcobas, en las alcobas donde vive la oscura flor del sexo?
¿Codiciáis nuestras esposas y nuestras hijas tras la verja de sus sueños?
(Hay mimos de mayorazgas
en lo más secreto de las estancias, hay puros servicios y tales que uno pensaría en el palpo de los insectos…)
¿No tenéis nada mejor que hacer entre nuestros hijos, que espiar el amargo perfume viril en los correajes de la guerra? (como un pueblo de Esfinges, grávidas de la cifra y del enigma, disputan acerca del poder a las puertas de los elegidos…)
¡Oh Lluvias, por quienes los trigos salvajes invaden la Ciudad, y las calzadas de piedra se erizan de irascibles cactus,
Bajo mil pasos nuevos hay mil piedras nuevas recientemente visitadas. En los azafates refrescados por una invisible pluma ¡haced vuestras cuentas, diamantistas!
Y el hombre duro entre los hombres, en medio del gentío, se sorprende soñando en el elimo de las arenas. ...“Yo tenía, yo tenía ese gusto de vivir sin dulzura, y he aquí que las Lluvias...” (La vida sube a las tempestades sobre el ala de la repulsa.)
Pasad, Mestizas, y dejadnos en nuestro acecho... Tal se abreva en lo divino cuya máscara es de arcilla.
Toda piedra lavada de los signos de vialidad, toda hoja lavada de los signos de latría es la tierra ablucionada de las tintas del copista. . .
Pasad, y dejadnos con nuestros más viejos hábitos. ¡Que mi palabra todavía vaya delante de mí! y cantaremos todavía un canto de los hombres para quien pasa, un canto de alta mar para quien vela:
VII
“Innumerables son nuestras vías y nuestras mansiones inciertas. Tal se abreva en lo divino cuyo labio es de arcilla. Vosotras, lavadoras de los muertos en las aguas-madres de la mañana —y está la tierra todavía en las zarzas de la guerra— lavad también la faz de los vivos; lavad, ¡oh Lluvias, la faz triste de los violentos . . . pues sus vías son estrechas y sus mansiones inciertas.
“Lavad, ¡oh Lluvias!, un lugar de piedra para los fuertes. A las grandes mesas se sentarán, al socaire de su fuerza, aquellos que no embriagó el vino de los hombres, aquellos que no mancilló el gusto de las lágrimas ni el sueño, aquellos que no se curan de su nombre en las trompetas de hueso... a las grandes mesas se sentarán, al socaire de su fuerza, en lugar de piedra para los fuertes.
“Lavad la duda y la prudencia al paso de la acción, lavad la duda y la decencia en el campo de la visión. Lavad, ¡oh Lluvias!, la catarata del ojo del hombre de bien, del ojo del hombre de ideas sanas, lavad la catarata del ojo del hombre de buen gusto, del ojo del hombre de buen tono; la catarata del hombre de mérito, la catarata del hombre de talento; lavad la escama del ojo del Maestro y del Mecenas, del ojo del Justo y del Notable ... del ojo de los hombres calificados por la prudencia y la decencia.
“Lavad, lavad la benevolencia del corazón de los grandes Intercesores, el decoro de la frente de los grandes Educadores, y la mancilla del lenguaje de los labios públicos. Lavad, ¡oh Lluvias!, la mano del Juez y del Preboste; la mano de la partera y de la amortajadora, las manos lamidas de inválidos y ciegos, y la mano baja, en la frente de los hombres, que sueña todavía con riendas y con foete. . . con el asentimiento de los grandes Intercesores, de los grandes Educadores.
“Lavad, lavad la historia de los pueblos en las altas tablas conmemorativas: los grandes anales oficiales, las grandes crónicas del Clero y los boletines académicos. Lavad las bulas y las cartas, y los Cuadernos del Tercer Estado; los Convenants, los Pactos de alianza y las grandes actas federales; lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, todas las vitelas y todos los pergaminos, color de muros de asilos y leproserías, color de marfil fósil y de viejos dientes de mulas. . . Lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, las altas tablas conmemorativas.
“¡Oh Lluvias! lavad del corazón del hombre los más bellos dichos del hombre: las más bellas sentencias, las más bellas secuencias, las frases mejor hechas, las páginas mejor nacidas. Lavad, lavad del corazón de los hombres su gusto de cantilenas, de elegías; su gusto de villanescas y rondós; sus grandes aciertos de expre-sión; lavad la sal del aticismo y la miel del eufuismo; lavad, lavad las sábanas del sueño y las sábanas del saber: del corazón del hombre sin repulsa, del corazón del hombre sin asco, lavad, lavad, ¡oh Lluvias!, los más bellos dones del hombre ... del corazón de los hombres mejor dotados para las grandes obras de razón.”
VIII
...El baniano de la lluvia pierde sus raíces en la Ciudad. ¡Al viento del cielo la cosa errante y tal
Como vino a vivir entre nosotros! ... Y no negaréis, de repente, que todo nos viene a nada.
Quien quiera saber lo que acontece a las lluvias en marcha sobre la tierra, véngase a vivir sobre mi techo, entre los signos y presagios.
¡Promesas incumplidas! ¡Inasibles simientes! ¡Y humaredas que veis sobre la calzada de los hombres!
¡Venga el relámpago, ¡ah! que nos abandona! ... Y conduciremos de nuevo a las puertas de la Ciudad
Las altas Lluvias en marcha bajo el Abril, las altas Lluvias en marcha bajo el foete como una Orden de Flagelantes.
Pero henos aquí librados más desnudos a ese perfu-me de humus y de benjuí en que la tierra se despierta con sabor de virgen negra.
... Es la tierra más fresca en el corazón de los helechales, la afloración de los grandes fósiles en los carbones chorreantes,
Y en la carne lacerada de las rosas tras el huracán, la tierra, la tierra con gusto todavía de mujer hecha mujer.
... Es la Ciudad más viva a las luces de mil cuchi-llos, el vuelo de las consagraciones sobre los mármoles, el cielo todavía en los pilones de las fuentes.
Y la cerda de oro en ápice de estela sobre las plazas desiertas. Es todavía el esplendor en los pórticos de cinabrio; la bestia negra herrada de plata a la puerta más excusada de los jardines;
Es todavía el deseo en el flanco de las jóvenes viudas, de las jóvenes viudas de guerreros, como grandes urnas reselladas.
...Es el frescor corriente en las crestas del lenguaje, la espuma todavía en los labios del poema,
Y el hombre todavía de todas partes urgido por ideas nuevas, cede al levantamiento de las grandes olas del espíritu:
“¡El bello canto, el bello canto que he aquí sobre la disipación de las aguas!. . .” y mi poema, oh Lluvias, ¡que no será escrito!
IX
Llegada la noche, cerradas las verjas, ¿qué pesa el agua del cielo en el bajo-imperio de la hojarasca?
¡En la punta de las lanzas lo más claro de mi bien!... Y cosa igual al azote del espíritu,
Señor terrible de mi risa, llevarás esta noche el escándalo a más noble casa.
...Pues tales son vuestras delicias, Señor, en el árido umbral del poema, en donde mi risa espanta a los verdes pavorreales de la gloria.