La Voz de Galicia, 03/07/2013
Todo en el escritor judío, nacido hace hoy 130 años, es un dolor que se procrea y recrea constantemente, un dolor que algunos quisieron llamar absurdo, pero que le elevó como el autor más inquietante y revelador del siglo pasado
Franz Kafka, escritor judío nacido en Praga, fue el autor más inquietante y revelador del siglo pasado. Y eso pese a que en sus 40 años y once meses de vida sólo dio por terminadas 350 páginas y dejó inacabadas 3.500, entre ellas tres novelas. Esto da muestra de la característica principal de Franz Kafka, su perfeccionismo neurótico que le convertía en un ser obsesivo que decía estar «hecho de literatura», para él, más que un interés y una inclinación, más que una profesión y un entretenimiento, su propia vida.
Franz Kafka se colocaba una «dulce máscara» de cara al exterior, pero poseía un «lado oscuro», un mundo interior enrevesado donde habitaba lo kafkiano. Insatisfecho crónico, autoexigente hasta la flagelación, neurótico compulsivo, Franz Kafka no era sin embargo ese personaje débil que se ha estereotipado, como demuestra que tuviera fuerzas para escribir pese al pefeccionismo inhumano que se autoimponía. Su forma de redactar también era particular: tenía una visión Franz Kafka -surgida de sus temores más profundos, de lo más recóndito de su ser- de lo que quería contar y pretendía exponerla en su totalidad sin ninguna interrupción. Mantener esa intensidad era casi imposible. De ello dan fe la gran cantidad de obras que no terminó.
Con todo, existe un divorcio entre el Franz Kafka que conocieron sus semejantes y el Franz Kafka fabricado por la posteridad, tras su canonización literaria. El primero era bastante más jovial, vitalista, alegre y divertido de lo que el lector supone tras enfrentarse a su obra. La personalidad del Franz Kafka de carne y hueso no se deja atrapar con facilidad en el cliché de lo kafkiano acuñado bajo la influencia del universo narrativo que creó. Ciertamente era ingenuo, poco práctico y reservado. Tenía enormes dificultades para organizar su vida, especialmente las relaciones con las mujeres. Sin embargo, no era un amargado, ni un aguafiestas ni un misérrimo místico. Tenía un ingenio rápido y era aficionado a hacer juegos de palabras chispeantes que esparcía a menudo en sus encuentros con la gente. También era un buen compañero de juegos y, al parecer, poseía una habilidad extraordinaria para proyectar en la pared sombras con las manos que causaban el asombro de quienes las contemplaban.
Franz Kafka nació en Praga (1883) en el seno de una familia de comerciantes judíos y murió en Kierling, Austria, en 1924. Llegó a doctorarse en Derecho y profundizó también en el estudio y la mística de las religiones judías. En 1917, cuando pensaba irse a Palestina, enfermó de tuberculosis y comenzó a dedicarse en cuerpo y alma a la literatura, a pesar de la oposición familiar, de cinco proyectos matrimoniales frustrados, de su trabajo como agente de seguros y de su grave dolencia que acabaría con su vida. Algo que se repite en varios testimonios de aquellos que concidieron con él en vida es que Franz Kafka daba mucha importancia al hecho de ir bien vestido y que empleaba tiempo en aparentar una elegancia que no llamase la atención. Ni la enfermedad que lo carcomía ni la muerte pudieron arrebatarle a Franz Kafka su cautivadora sonrisa, un gesto que, según la enfermera que le cerró los ojos, permaneció en sus labios cuando ya se había ido.
Los insectos de Kafka
La Metamorfoisis es la novela corta más famosa de Franz Kafka. Publicada en 1916, sorprendió al mundo literario del momento porque la anécdota que soporta el relato es tan simple como absurda: un hombre despierta una mañana convertido en un enorme insecto -aparentemente un escarabajo, aunque no se cita explícitamente en el texto-. Continúa viviendo en su cuarto, tolerado por su familia, y contemplando el transcurrir de la vida desde la óptica de un animal. Después de leer la novela más famosa de Franz Kafka, el gran escritor Gabriel García Márquez decidió atreverse a escribir su primera obra, al darse cuenta de que lo más importante de una narración no está en la trama o en el argumento, de que cualquiera vale, hasta un absurdo, sino que la clave radica en la manera de contarlo y en el fondo reflexivo que aporte.
Franz Kafka es la voz de la conciencia de una época, la suya, el primer cuarto del siglo XX, el crepúsculo de todas las grandes ilusiones e idolatrías del alma moderna. Por eso, a Franz Kafka se interesa más la reflexión que se desprende de sus obras que su esencia narrativa. De hecho, no es un narrador propiamente dicho, porque los acontecimientos que relata no se suceden y evolucionan en una dinámica literaria adecuada, sino que se instala delante de un poderoso símbolo y allí deja solo al lector para que de vueltas alrededor de ese punto hasta llegar a sus propias conclusiones, que nunca suelen distar mucho de las del autor.
Cuanto más absurdo sea el símbolo presentado por Franz Kafka, más carga significativa acerca a la reflexión lectora. Los personajes de Franz Kafka son zarandeados y amenazados por instancias ocultas. No tienen importancia en sí mismos, sino que son prototipos del hombre desvalido y desorientado. Se trata de poner en evidencia el sentido absurdo de la vida y, para ello, introducir en la realidad más cotidiana una distorsión sorprendente utilizando elementos absurdos y fantásticos, como la transformación del viajante comercial Gregor Samsa en escarabajo.