[José María de la Rosa (1908-1989) fue un poeta nacido en Madrid pero canario de adopción. Hacia 1916 su familia se mudó a Tenerife. Desde muy joven mostró tendencias políticas republicanas siendo parte de las juventudes de "Acción Republicana", fundando el semanario Izquierdas e ingresando posteriormente en Izquierda Republicana. En Tenerife entra en contacto con lo más granado de las letras canarias, en especial con lo que luego se denominaría la Facción Surrealista de Tenerife, a saber, Pérez Minik, López Torres, Westerdhal, García Cabrera, etc. En 1930 gana una oposición a funcionario de Hacienda y se traslada a Madrid. Pero al regresar a la isla ocurre algo que marcará para siempre su vida y teñirá de sombra su poesía: la muerte de su hermano en un accidente de navegación en el puerto de Santa Cruz. También muere en el accidente una joven promesa de la vanguardia canaria, Antonio Rojas. También iba en la embarcación López Torres quien, sin embargo, logró salvarse. Una vez en la isla, de la Rosa es nombrado secretario del Ateneo de Tenerife, siendo presidente del mismo Agustín Espinosa. También fue secretario de redacción de Gaceta de Arte y participó en la exposición surrealista que tuvo lugar en Tenerife y a la que asistió André Bretón, Benjamin Péret y Jacqueline Lamba. Tras la guerra, de la Rosa se marcha de nuevo a la península y no volverá hasta la década de los 50 donde retoma su colaboración con Gaceta de Arte. En 1966 publicó toda su lírica reunida bajo el título de Desierta espera. Murió en 1989.]
I.
Nº 35 de Gaceta de Arte
I.
Me estremece tu aliento que percibo
en esa sangre, vínculo invariable,
que recorre la cinta de mis ojos inquietos;
horizonte absoluto de plomo y de cenizas
que robas panoramas entre tus manos húmedas
de rocíos indecisos.
Contigo, sueño y muerte, arrasan sombras
en la agonía de una nebulosa desmayada.
Los colores difuntos, arrastran un llanto de carbón
que lleva a tus dominios la personalidad
de un beso, una cuidad o acaso una avispa,
cercados por el tono de tu voz.
La confusión avanza en espionaje lento,
su lucha sin candelabro fijo,
es un vals, a una lágrima de limón oscilante,
en el arpegio agudo de un delator de albas.
Suspiro o turno cruzan por tu recinto
todas las melodías de amarillo pavor.
Silencio ausente de otros meridianos,
cuando te yergues firme,
cristalizas crepúsculos, enmudeces latidos
en una feliz cópula de calmas y de vientos.
En tus huellas palpita
un temblor tan redondo de girasol ahogado,
que me esclaviza torpe en el vacío,
como una sola gota fatigada.
II.
Imagen repetida en el mercurio azul
de una mirada hermética.
-Lodo y silencio soy,
los nervios y la médula, de un vacío de aire,
sin gavias, tonelajes, ni meditado rumbo,
la medida absoluta de tu capacidad,
dentro de coaguladas tinieblas de mí misma;
agito tus entrañas y enluto crisantemos,
tic-tac profundo de las masas vírgenes...
Mar trepidante, inquieto,
guárdame como buque apagado,
como luna seca y estéril,
que evoca el recuerdo perdido de coral y de musgo,
en su sueño perpetuo de cráteres y frío,
que un rayo de cal se estremece en el agua
como gesto de llanto o de olvido absoluto.
-Soledad. -Sombra. -Nube.
En las playas acechan los ecos de tu paso
vagabundas espumas,
manchan una honradez de sobornada arena.
Eres mar, una inerte báscula, cuyo fiel,
descifra el peso exacto, de un destino de noches.
III.
Oh ciudad luminosa
cierra tus venas encendidas,
ven a mi espacio inerte, para escuchar tu risa trasnochada
ven, que aquí en mi distancia, se apagan los suspiros
-ritmo de motores-
y las falsas siluetas de esas bujías lívidas
que solicitan guerra, con la espiral perdida
en tus brazos de luna.
Ven ciudad amorosa,
te sellaré los labios, la conciencia o el odio,
devoraré tu vértigo
con el ansia de los sueños que no terminan,
como una sinfonía desgarra los pentagramas
deshaciendo las notas en un control de tiempos.
Ven para despojarte de la absurda censura.
Oh ciudad febril, ven;
quiero sofocarme en tus senos,
navegar en los muslos que palpitan más tarde.
Quién pudiera volar,
romper los surcos de oro del espacio tristísimo
cuando la altiva torre cambia su piel de arena
IX.
Encadenado de unas estrías verdes
con fondo de sollozos,
brilla el espejo redondo de mi ausencia,
-siniestro desvelado-
en acecho de nubes, de besos o puñales;
-vientre de concha abierto que tirita en la playa
o en la pasividad de un perezoso mar,
cuyo eclipse de círculo no se arroja a las piedras...
Ojos, que con la luz, se aturden en un vértice,
cuyos rincones hundidos, como arrugados dedos vacíos
entonan unos salmos de pasiones en serie,
palpitando su sangre apretada de chorros,
de tendones, de imágenes en aumento,
que a la llegada del fijo destino
se disuelven en un secreto azul de melodías,
reflejo de una gema absolutamente anónima.
En las navegaciones del sonido, cuando de abrir las sombras,
se fatigan los pulsos por escrutar secretos de emoción,
derrito en su curioso
gotas de olvido, que de pesadísimas,
encierran los recuerdos en sus choques.
XII.
Pabellón de equilibrios -el espacio-
las momias desquiciadas de los limbos
corren al fiel compás del anemómetro.
La yerba se ha dormido en la piel oscurísima
de la velocidad irremediable.
Geranios o blasfemias, con los brazos torcidos
son unos nudos húmedos en las venas sinuosas,
que se ofrecen ojos al relente nublado,
en su vidrio de soles, brota la sangre inerte
de latidos que azotan las cascada del aire.
No es trueno o cascabel,
solamente es impulso
en el que voy rendida arrastrada la angustia
que me sigue implacable los pasos y las alas
sin poder redimirla o rasgarle la pena,
como a un viejo brocal del que la luna
hace inmóvil anteojo confundiéndolo.
En un largo silbido que expira en un reflejo
como desorientado en un nacer de violencia,
se esconde una armonía de ruta terminada
como pulso en silencio
o viajero que hunde la frente en una estrella.
XV.
La tarde se ha empapado de color hojas secas,
comienzan las gaviotas a encerrarse
en el fondo de plomo de sus brazos,
los sueños de la selva, encienden en su espejo,
espadas de perfil, horizontes de páramo,
acero como mares inmóviles.
Campanadas, tartamudas, balbucean sin cálculo,
faldas de verde bronce, o miradas que ocultas
acechan tercamente...
Se adormecen las cumbres,
la razón o equilibrio
no resiste la lucha de oscilación constante,
que como unas caderas sin engaño,
excitan la distancia a deseos de noche.
Se disuelve la imagen en un haz de tiniebla
y cuando los perímetros se despiden del beso,
los dos senos audaces, distintos y redondos
rompen la aurora nueva sin sangrienta armonía,
como ojo desprendido de una máscara en sombras
que remedó en la ausencia el humo de los límites...
XVI.
Como un alambre frío,
ese vértice tuyo de elefante sagrado
señala indiferente, un exacto color entre las brumas.
Ha escapado mi luz, como difunto,
a emborronar las cúspides de yeso,
que despiden arrugas tan profundas
como la sima de un pensamiento absurdo,
que ávidamente, a tientas, trata de sondear la razón.
Como interrogaciones siniestras que investigan
por qué esta noche los árboles son blancos
se citan los planetas sorprendidos; ellos,
que eternamente como red o panal,
vagan muy azorados
por la rota estrategia de las horas.
La yerba, los callaos, las espesas arenas,
se hayan tan hábilmente disfrazadas,
que parecen espumas del agua en la marisma,
tantas, como mil erizados senos de adolescente,
que hacen escasas todas las pestañas.
El búho que discurre entre las ramas de suspiro opaco,
asegura el presagio o agüero de la paz...
Tal es la soledad y el aislamiento,
que al flotar una hoja, arruinando los copos
las blasfemias de toda la quietud
deslizan en sus huesos,
amapolas o estaño.
XXI.
En una trenza de olas, se desliza temblando
la marcha serenísima de los colores fríos,
cabalgan en los grises las caricias peinadas
son el diario -éxodo que aún adormecido
discurre a la vanguardia de campanadas y pájaros.
Ya despiertan las aguas de cascadas distintas
que en el atento oído de las rocas
son beso familiar o nuevo sino;
la diligente cresta, que dejó su vestido olvidado en la tarde
lo divisa carmín en la distancia, arrojando su vuelo
a la gracia redonda de visera
media luna de playa, abierta al cielo
donde se arropan olas y rumbos en montones
que guiaron las nubes
a cumplir su misión de muebles de cuchillos o de fieras,
ante el guiño -rutina de cristales-
que defendió las proas indecisas.
La nieve trasnochada con su rostro de uva
precipita la huida al beso de los montes,
rompe la tiranía de lo incierto, el oro alborotado sus cimas.
Una inercia de voces y latidos resbala
entre amapolas y algas que despiertan,
hay una secreto anónimo de noche que se funde
en la tierra feliz de uñas y alas.
Manchas de claridad se afirman en los ojos perdidos de las sombras.
Extraído de Eclipse de Círculo, Ediciones Idea, 2009
Dibujo de Óscar Domínguez para Gaceta de arte