En la asamblea de avutardas el veterano plumífero, vuelve a tomar la palabra:
“Queridos camaradas:
No gastaré tiempo en rebatir las críticas vertidas hacia mí en lo tocante a mi edad y mi falta de prudencia: es verdad, los que tenemos la muerte próxima no tenemos nada que perder. Pero yo hablo desde mi perspectiva individual igual que quien es más joven que yo y tiene polluelos que criar habla desde la suya. Mis largos años de vida me han enseñado a no juzgar por las apariencias. Y por ello digo que no nos fiemos de la especie humana. Esos humanos que se hacen llamar ecologistas no tengo claro que quieran el bien de nuestra especie. La mayoría de ellos son gente joven de ciudad que no conoce bien la naturaleza y que manejan una versión idealizada y edulcorada de ésta, recogida de documentales televisivos y de películas de dibujos animados. Son sectarios en busca de su arcadia mítica. Son producto de una moda diseñada en un rascacielos de una gran ciudad, en algún despacho de altos ejecutivos de una compañía multinacional que ante todo pretende usar el mundo natural para ampliar su margen de beneficio. En realidad, los ecologistas y las leyes humanas inspiradas por ellos no buscan el bien de las avutardas. No nos hagamos ilusiones. ¿Qué pasaría si las avutardas dejaran de estar de moda y la prioridad fuera proteger a una especie depredadora de avutardas, pongamos, por ejemplo, el lobo mesetario? Pues os lo diré: entonces los ecologistas serían los primeros en defender que se usaran a las avutardas para alimentar a los lobos. No, camaradas, no. No podemos someternos a los caprichos de esos niños mimados de la especie humana. De hecho, los ecologistas nos han dado a las avutardas una peligrosa visibilidad. Ahora, a pesar de todas las leyes que nos protegen, somos el blanco predilecto de las depredadoras clases altas humanas por lo que el número de avutardas muertas a manos de cazadores, paradójicamente, se ha disparado en los años que llevamos sobreviviendo como especie protegida. Y como ejemplo, baste citar reciente el asesinato de una familia entera de nuestros congéneres a manos de un rey borracho y su séquito de tarugos degenerados.”
Entonces, el cubil donde se celebraba la reunión retumbó con aplausos y vítores, sobre todo provenientes de los sectores juveniles, que en el calor de los luctuosos acontecimientos apenas unos días antes acontecidos, rebosaba de ardor guerrero. Por su parte la anciana avutarda prosiguió así:
“En segundo lugar, os quiero hablar de la otra cosa que mis largos años de experiencia me han enseñado, a saber, que la vida es un constante elegir entre una cosa mala y otra peor. Y, claro está, cuando eliges una de las opciones siempre hay alguien que te echa en cara lo malo de la opción elegida. Pero así es la vida. Ante todo estamos condenados a elegir. Y ahora mismo nuestra especie está condenada a elegir entre no mover una pluma y aceptar nuestro lento exterminio o rebelarnos y exponernos a morir de golpe si perdemos la guerra. Y yo ya tengo mi decisión tomada. Yo prefiero luchar y arriesgarme a morir en el intento. Entre la pasividad y la actividad elijo la actividad. Es cierto que todo ser vivo está condenado morir, pero yo elijo no ponérselo fácil a la muerte”.
Y con esto concluyó su alocución el veterano plumífero y al instante el clamor popular fue indescriptible. Seguidamente, se votó y la opción de armarse y luchar venció por un puñado de votos. El sector pacifista tuvo que aceptar su derrota.
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License.
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