lunes, 15 de septiembre de 2014

ESPEJO DEL ESTANQUE por Jean Thiercelin

[Jean Thiercelin fue un un pintor y poeta surrealista francés. Nació en París en 1927 y murió en Cadenet (Vaucluse) en 1999. Estuvo vinculado a la revista surrealista Phases de Edouard Jaguer y trabó amistad con los poetas y también pintores surrealistas Roland Giguère y Claude Tarnaud. Sin embargo nunca fue un militante del surrealismo en sentido estricto, manteniendo una postura independiente.]

Así el memorable vuelve a tomar las de Villadiego y se complace en el espejo.

La Extraña (ese escarabajo de piel roja) precede a la Encíclica de trompas de plata.

Después siguen los Beningnos, los Genuflexos y las Fiebres.

Pero ¿y la puerta?

Las seis retamas están allí para abrirla.

Tal como una imagen sigue con gracia a una imagen, las volutas del humo se dispersan con absoluta seguridad.

Acercan los espejos.

Entonces alguien que sale de su lentitud se acicala, lo lagos, los lagos son absolutamente bellos.

Con la pequeña lupa puedo acompañar el movimiento de ámbar del espejo que se abre, hoja sobre hoja, en el plano de la noche.

De ahora en adelante poseemos un mismo lenguaje en gancho que nos permite seccionar, además de los arabescos, la hiedra el cornesmalte y el azufre. Los detalles en forma de llamado de medio silbido. Acompañados o no nosotros formamos un ojo sobre la pared vitrificada del invierno de las edades.

Sin asentarnos jamás.


Les Amants de leurs Chimères de Claude Tarnaud


lunes, 25 de agosto de 2014

LA EDAD DE LA PALABRA por Roland Giguère

[Nacido en Montreal, Canadá, en 1927 y muerto en la misma ciudad en 2003, Roland Giguère fue uno de los principales poetas surrealistas canadienses en lengua francesa. En los años 50 del siglo pasado vivió en París donde se integró en el grupo surrealista Phases. También fue artista gráfico siendo uno de sus logos utilizado por el Partido Quebequés (PQ) desde 1968 a 2008. En 2012 el cantante canadiense Thomas Hellman musicó algunos de sus poemas en el disco Thomas Hellman canta a Roland Giguère.]

Roland Giguère un surrealista perdido
 en la fría taiga canadiense.


Un viento antiguo arranca nuestros tablados
en una planicie agujereada renacen los uros
la vida sagrada se vuelve a poner sus ornamentos de hierro
sus armas blancas sus espadas de oro
para combates leales

el sílex en la roca espera
y nosotros no tenemos más palabras
para nombrar esos soles sangrientos

mañana comeremos la cabeza de la serpiente
tragados el dardo y el veneno
¿qué nuevo canto vendrá a hechizarnos?


Perspectives (1956) de Jean Paul Riopelle

miércoles, 23 de julio de 2014

WEST INDIES, LTD por Nicolás Guillén

[Nicolás Guillén, Poeta Nacional de Cuba, nació el 10 de julio de 1902, en Camagüey, capital de la provincia cubana del mismo nombre, hijo del periodista Nicolás Guillén y de su esposa Argelia Batista Arrieta, única responsable de la formación de sus hijos desde que el padre, a quien el poeta evocaría mucho después en su intensa "Elegía camagüeyana", muriera, a manos de soldados que reprimían una revuelta política, en 1917.

El joven Guillén termina sus estudios de bachillerato alrededor de 1919 y comienza a publicar sus versos en 1920, colaborando en revistas como Camagüey Gráfico, en su ciudad natal, u Orto, de Manzanillo. En 1922 conforma un volumen de poesía de corte modernista, Cerebro y corazón, que sólo verá la luz cuando, medio siglo más tarde aproximadamente, aparezcan sus Obras completas. También en 1922 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de La Habana, cuyas aulas abandonó  en breve, llevado por el desencanto que plasmaría en el poema, "Al margen de mis libros de estudio", en el que satiriza la mediocridad de la vida universitaria que conoció. El texto, publicado en el número inaugural de la revista Alma Mater, en cuya directiva figuraba Julio Antonio Mella, tuvo ya cierta notoriedad polémica en su momento. De regreso a Camagüey, Guillén organiza y dirige la revista Lys, y desempeña diversos oficios, entre ellos el de corrector de pruebas, y luego redactor en el diario El Camagüeyano. Allí estuvo a cargo de una sección, "Pisto Manchego", en la que el Guillén periodista mezclaba temas de actualidad nacional o mundial con el anuncio de productos comerciales. También fue empleado del Ayuntamiento de Camagüey.

En 1926, regresa a La Habana en busca de un cambio de vida. Obtiene un trabajo en la Secretaría de Gobernación, y decide instalarse en la capital cubana, donde se intensifican sus intereses literarios e intelectuales. Allí y en esa época conocería a Federico García Lorca, que había sido invitado por Fernando Ortiz para impartir unas conferencias, y al gran poeta negro norteamericano Langston Hughes, cuya amistad e influencia serían sumamente importantes para Guillén.

En abril de 1930, escribe sus Motivos de son, que, al publicarse en el Diario de la Marina, lanzan al poeta a la celebridad no exenta de polémica, pero de una amplia resonancia popular que la musicalización de los textos (por Alejandro García Caturla y los Grenet) habría de confirmar. La publicación de Motivos de son, además, estrechó su permanente amistad con otro gran poeta, también camagüeyano: Emilio Ballagas.

En 1931, y gracias a haber ganado un premio de lotería, puede sufragar la publicación de Sóngoro cosongo; poemas mulatos, un libro de mayor estatura artística y de vocación reflexiva sobre la cultura cubana, objeto de una admirativa carta de Miguel de Unamuno a Guillén, fechada el año siguiente.

Entre 1931 y 1934, Guillén va madurando gradualmente su modo de ver y analizar la realidad cubana y caribeña. En 1934 se produce en Cuba el golpe militar de Fulgencio Batista: la situación política y económica del país es convulsa y está sujeta a la política de intervención de los Estados Unidos. En este año, su nuevo poemario, West Indies, Ltd. da cuenta de su crecimiento intelectual, que lo orienta hacia posiciones cada vez más comprometidas y más críticas sobre el desequilibrio social y económico de su país. En 1936 se incorpora a la redacción de la revista Mediodía, que llegará a dirigir en 1937, con Carlos Rafael Rodríguez como subdirector. Vinculado a otra importante figura cultural y política del momento, Juan Marinello, Guillén viaja a México el 19 de enero de 1937, para participar en el congreso organizado por la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios de México. Su estancia mexicana tuvo honda repercusión en su trayectoria, pues le permitió relacionarse con artistas como Silvestre Revueltas, José Mancisidor, Diego Rivera o Alfaro Siqueiros. Es en esta época cuando publica el poemario de fuerte entonación popular Cantos para soldados y sones para turistas, con prólogo de Juan

Marinello. También publica en México su poema España. Poema en cuatro angustias y una esperanza.

En 1937, en plena guerra civil, viaja a España para participar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Barcelona, Valencia y Madrid. Se relaciona con lo más destacado de la vida intelectual del momento (Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo  Con Hemingway y Langston HughesNeruda, Rafael Alberti, César Vallejo, León Felipe, Juan Chabás, Octavio Paz, Tristán Tzara, Anna Seghers, Ilya Ehrenburg y Ernest Hemingway, a quien conociera en Cuba), y Manuel Altolaguirre edita su España. Poema en cuatro angustias y una esperanza. Conmovido por cuanto ve y experimenta en la España en guerra, Guillén ingresa al Partido Comunista, en el que militará hasta su muerte.

De vuelta a su patria, acompañado por León Felipe, su situación no es fácil, entre otras razones porque el Partido Comunista se hallaba en plena ilegalidad y por la enorme inestabilidad económica y política del país. Entre 1939 a 1941 el poeta consagró buena parte de su tiempo a una intensa labor política y cultural (en 1940 se presenta, sin éxito, como candidato a las elecciones para alcalde de la ciudad de Camagüey, por el Partido Unión Revolucionaria Comunista), a través del periódico Hoy y del Frente Nacional Antifascista, del cual era dirigente.

En marzo de 1944, con José Antonio Portuondo, Mirta Aguirre y Ángel Augier, Nicolás Guillén funda la revista Gaceta del Caribe, que, a pesar de su indudable estatura literaria y cultural, apenas alcanza a sobrevivir hasta los dos últimos meses de ese año.

En noviembre de 1945, Guillén inicia una gira por América del Sur, que habrá de resultar fundamental tanto para su proyección continental como para el desarrollo posterior de la perspectiva americanista de su obra, pues durante su visita a Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil sostiene intercambios con lo más destacado de los artistas e intelectuales, y se profundiza su visión de América.

En 1947 publica en Buenos Aires El son entero. Cuatro años después, en 1951, publica su Elegía a Jesús Menéndez, homenaje al líder obrero cubano con quien había mantenido una estrecha amistad. Ese mismo año participa en el Consejo Mundial por la Paz, en Praga y en Viena. Al año siguiente, viaja a la Unión Soviética, a la República Popular China y a Mongolia. En Cuba escribe Las coplas de Juan Descalzo y publica la Elegía cubana; El Semanario La última Hora, en el que colabora, le dedica un número especial para unirse a la celebración de su cincuentenario, en medio de una situación política cada vez más difícil para él, que se agrava después del golpe de estado de Batista en 1952 contra el gobierno de Prío Socarrás: las circunstancias en la Isla lo obligan al autoexilio, pues en su patria estaría condenado a prisión por la dictadura.

 En 1954 viaja a Estocolmo, para participar en el Congreso de la Paz, y recibe el Premio Lenin de la Paz. En 1956 viaja a París, Bucarest, Varsovia, Budapest, Praga y Bruselas. En 1958 está en París y en 1959 el triunfo revolucionario en Cuba lo sorprende en Buenos Aires, donde se había publicado recientemente La paloma de vuelo popular: de inmediato regresa a Cuba y escribe su soneto "Che Guevara" para el semanario Propósitos.

En el año 1960 publica ¿Puedes? En 1961 se realiza en La Habana el Congreso en el que se funda la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), de la que Guillén es elegido Presidente, cargo que detentará hasta su muerte, y a través del que mantendrá una directa participación en la vida  Con Geraldine Chaplin en la UNEAC (1983) cultural del país. En 1962 publica Prosa de prisa, recopilación de sus textos periodísticos, crónicas, y comentarios sobre temas diversos, y la Universidad de La Habana, la Casa de las Américas, el Consejo Nacional de Cultura, la UNEAC y otras instituciones celebran su 60 aniversario. Publica Balada.

En 1964 se publican sus Poemas de amor, Tengo y su Antología mayor; en 1967 aparece El gran zoo, y en 1969 sus Cuatro canciones para el Che, muerto en Bolivia dos años antes. En 1972 publica La rueda dentada y Diario que a diario. Ese mismo año se celebra en Cuba su 70 aniversario con la aparición del primer tomo de sus Obras Completas, y se le concede en Roma el Premio Viareggio.

En 1979 se publica su Nueva antología mayor y dos años después se lleva a cabo la publicación de su Obra poética en dos tomos. En 1983 recibe en Cuba el Premio Nacional de Literatura, y desde entonces se suceden las ediciones de sus obras y nuevas recopilaciones de textos, como Todas las flores de abril (poesía) en 1993, o América. Sueña y fulgura (crónica), Cuba. En ala de nuestro tiempo (crónica) y España. Al alcance del sueño (crónica), en 1995.

Después de una larga enfermedad, la muerte lo había sorprendido el 17 de julio de 1989.

(Extraído de Cervantes Virtual)]

Un joven Nicolás Guillén, 
poeta del son más caliente.

 
1

¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente...
Éste es un oscuro pueblo sonriente,
conservador y liberal,
ganadero y azucarero,
donde a veces corre mucho dinero,
pero donde siempre se vive muy mal.
El sol achicharra aquí todas las cosas,
desde el cerebro hasta las rosas.
Bajo el relampagueante traje de dril
andamos todavía con taparrabos;
gente sencilla y tierna, descendiente de esclavos
y de aquella chusma incivil
de variadísima calaña,
que en el nombre de España
cedió Colón a Indias con ademán gentil.
Aquí hay blancos y negros y chinos y mulatos.
Desde luego, se trata de colores baratos,
pues a través de tratos y contratos
se han corrido los tintes y no hay un tono estable.
(El que piense otra cosa que avance un paso y hable.)
Hay aquí todo eso, y hay partidos políticos,
y oradores que dicen: «En estos momentos críticos...»
Hay bancos y banqueros
legisladores y bolsistas,
abogados y periodistas,
médicos y porteros.
¿Qué nos puede faltar?
Y aun lo que nos faltare lo mandaríamos buscar.
¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente.
Éste es un oscuro pueblo sonriente.
¡Ah, tierra insular!
¡Ah, tierra estrecha!
¿No es cierto que parece hecha
sólo para poner un palmar?
Tierra en la ruta del «Orinoco»,
o de otro barco excursionista,
repleto de gente sin un artista
y sin un loco;
puertos donde el que regresa de Tahití,
de Afganistán o de Seúl,
viene a comerse el cielo azul,
regándolo con Bacardí;
puertos que hablan un inglés
que empieza en yes y acaba en yes.
(Inglés de cicerones en cuatro pies).
¡West Indies! Nueces de coco, tabaco y aguardiente.
Éste es un oscuro pueblo sonriente.
Me río de ti, noble de las Antillas,
mono que andas saltando de mata en mata,
payaso que sudas por no meter la pata,
y siempre la metes hasta las rodillas.
Me río de ti, blanco de verdes venas
-¡bien se te ven aunque ocultarlas procuras!-,
me río de ti porque hablas de aristocracias puras,
de ingenios florecientes y arcas llenas.
¡Me río de ti, negro imitamicos,
que abres los ojos ante el auto de los ricos,
y que te avergüenzas de mirarte el pellejo oscuro,
cuando tienes el puño tan duro!
Me río de todos: del policía y del borracho,
del padre y de su muchacho,
del presidente y del bombero.
Me río de todos, me río del mundo entero.
Del mundo entero, que se emociona frente a cuatro peludos,
erguidos muy orondos detrás de sus chillones escudos,
como cuatro salvajes al pie de un cocotero.
 
2
Cinco minutos de interrupción.
La charanga de Juan el Barbero
toca un son.
-Coroneles de terracota,
políticos de quita y pon;
café con pan y mantequilla...
¡Que siga el son!
La burocracia está de acuerdo
en ofrendarse a la Nación;
doscientos dólares mensuales...
¡Que siga el son!
El yanqui nos dará dinero
para arreglar la situación;
la Patria está por sobre todo...
¡Que siga el son!
Los viejos líderes sonríen
y hablan después desde un balcón.
¡La zafra! ¡La zafra! ¡La zafra!
¡Que siga el son!


La Negra de Tarsila do Amaral



3
Las cañas -largas- tiemblan
de miedo ante la mocha.
Quema el sol y el aire pesa.
Gritos de mayorales
restallan secos y duros como foetes.
De entre la oscura
masa de pordioseros que trabajan,
surge una voz que canta,
brota una voz que canta,
sale una voz llena de rabia,
se alza una voz antigua y de hoy,
moderna y bárbara:
-Cortar cabezas como cañas,
¡chas, chas, chas!
Arder las cañas y cabezas,
subir el humo hasta las nubes,
¡cuando será, cuándo será!
Está mi mocha con su filo,
¡chas, chas, chas!
Está mi mano con su mocha.
¡chas, chas, chas!
Y el mayoral está conmigo,
¡chas, chas, chas!
Cortar cabezas como cañas,
arder las cañas y cabezas,
subir el humo hasta las nubes...
¡Cuándo será!
Y la canción elástica, en la tarde
de zafra y agonía,
tiembla, fulgura y arde,
pegada al techo cóncavo del día.
 
4
El hambre va por los portales
llenos de caras amarillas
y de cuerpos fantasmales:
y estacionándose en las sillas
de los parques municipales,
o pululando a pleno sol
y a plena luna,
busca el problemático alcol
que borra y ciega,
pero que no venden en ninguna
bodega.
¡Hambre de las Antillas,
dolor de las ingenuas Indias Occidentales!
Noches pobladas de prostitutas,
bares poblados de marineros;
encrucijada de cien rutas
para bandidos y bucaneros.
Cuevas de vendedores de morfina,
de cocaína y de heroína.
Cabarets donde el tedio se engaña
con el ilusorio cordial.
de una botella de champaña,
en cuya eficacia la gente confía
como en un neosalvarsán de alegría
para la «sífilis sentimental».
Ansia de penetrar el porvenir
y sacar de su entraña secreta
una fórmula concreta
para vivir.
Furor de los piratas de levita
que como en Sores y «El Olonés»,
frente a la miseria se irrita
y se resuelve en puntapiés.
¡Dramática ceguedad de la tropa,
que siempre tiene presto el rifle
para disparar contra el que proteste o chifle,
porque el pan está duro o está clara la sopa!
 
5
Cinco minutos de interrupción.
La charanga de Juan el Barbero
toca un son.
-Para encontrar la butuba
hay que trabajar caliente;
para encontrar la butuba
hay que trabajar caliente:
mejor que doblar el lomo,
tienes que doblar la frente.
De la caña sale azúcar,
azúcar para el café;
de la caña sale azúcar,
azúcar para el café:
lo que ella endulza, me sabe
como si le echara hiel.
No tengo donde vivir,
ni mujer a quien querer;
no tengo donde vivir,
ni mujer a quien querer:
todos los perros me ladran,
y nadie me dice usted.
Los hombres, cuando son hombres,
tienen que llevar cuchillo;
los hombres, cuando son hombres,
tienen que llevar cuchillo;
¡yo fui hombre, lo llevé,
y se me quedó en presidio!
Si me muriera ahora mismo,
si me muriera ahora mismo,
si me muriera ahora mismo, mi madre,
¡qué alegre me iba a poner?
¡Ay, yo te daré, te daré,
te daré, te diré,
ay, yo te daré
la libertad!
 
6
¡West Indies! ¡West Indies! ¡West Indies!
Éste es el pueblo hirsuto,
de cobre, multicéfalo, donde la vida repta
con el lodo seco cuarteado en la piel.
Éste es el presidio
donde cada hombre tiene atados los pies.
Ésta es la grotesca sede de companies y trusts.
Aquí están el lago de asfalto, las minas de hierro,
las plantaciones de café,
los ports docks, los ferry boats. los ten cents...
Éste es el pueblo del all right,
donde todo se encuentra muy mal;
éste es el pueblo del very well,
donde nadie está bien.
Aquí están los servidores de Mr. Babbit.
Los que educan sus hijos en West Point.
Aquí están los que chillan: hello baby,
y fuman «Chesterfield» y «Lucky Strike».
Aquí están los bailadores de fox trots,
los boys del jazz band
y los veraneantes de Miami y de Palm Beach.
Aquí están los que piden bread and butter
y coffee and milk.
Aquí están los absurdos jóvenes sifilíticos,
fumadores de opio y de mariguana,
exhibiendo en vitrinas sus espiroquetas
y cortándose un traje cada semana,
Aquí está lo mejor de Port-au-Prince,
lo más puro de Kingston, la high life de La Habana...
Pero aquí están también los que reman en lágrimas,
galeotes dramáticos, galeotes dramáticos.
Aquí están ellos,
los que trabajan con un haz de destellos
la piedra dura donde poco a poco se crispa
el puño de un titán. Los que encienden la chispa
roja, sobre el campo reseco.
Los que gritan: «¡Ya vamos!», y les responde el eco
de otras voces: «¡Ya vamos!» Los que en fiero tumulto
sienten latir la sangre con sílabas de insulto.
¿Qué hacer con ellos,
si trabajan con un haz de destellos?
Aquí están los que codo con codo
todo lo arriesgan; todo
lo dan con generosas manos;
aquí están los que se sienten hermanos
del negro, que doblando sobre el zanjón oscuro
la frente, se disuelve en sudor puro,
y del blanco. que sabe que la carne es arcilla
mala cuando la hiere el látigo. y peor si se la humilla
bajo la bota, porque entonces levanta
la voz, que es como un trueno brutal en la garganta.
Esos son los que sueñan despiertos,
los que en el fondo de la mina luchan,
y allí la voz escuchan
con que gritan los vivos y los muertos.
Esos, los iluminados,
los parias desconocidos,
los humillados,
los preteridos,
los olvidados,
los descosidos,
los amarrados,
los ateridos,
los que ante el máuser exclaman: «¡Hermanos soldados!»,
y ruedan heridos
con un hilo rojo en los labios morados.
(¡Que siga su marcha el tumulto!
¡Que floten las bárbaras banderas,
y que se enciendan las banderas
sobre el tumulto!)
 
7
Cinco minutos de interrupción.
La charanga de Juan el Barbero
toca un son.
-Me matan, si no trabajo,
y si trabajo, me matan;
siempre me matan, me matan,
siempre me matan.
Ayer vi a un hombre mirando,
mirando el sol que salía;
ayer vi a un hombre mirando,
mirando el sol que salía:
el hombre estaba muy serio,
porque el hombre no veía.
Ay,
los ciegos viven sin ver
cuando sale el sol,
cuando sale el sol,
¡cuándo sale el sol!
Ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño;
ayer vi a un niño jugando
a que mataba a otro niño:
hay niños que se parecen
a los hombres trabajando.
¡Quién les dirá cuando crezcan
que los hombres no son niños,
que no lo son,
que no lo son,
que no lo son!
Me matan, si no trabajo,
y si trabajo, me matan:
siempre me matan, me matan,
¡siempre me matan!
 
8
Un altísimo fuego raja con sus cuchillas
la noche. Las palmas, inocentes
de todo, charlan con voces amarillas
de collares, de sedas, de pendientes.
Un negro tuesta su café en cuclillas.
Se incendia un barracón.
Resoplan vientos independientes.
Pasa un crucero de la Unión
Americana. Después, otro crucero,
y el agua ingenua ensucian con ambiciosas quillas,
nietas de las del viejo Drake, el filibustero.
Lentamente, de piedra, va una mano
cerrándose en un puño vengativo.
Un claro, un claro y vivo
son de esperanza estalla en tierra y océano.
El sol habla de bosques con las verdes semillas...
West Indies, en inglés. En castellano,
las Antillas.

viernes, 20 de junio de 2014

VI DELICIA SURREALISTA: "JOSÉ MARÍA HINOJOSA, EL SURREALISTA DOBLEMENTE ASESINADO"

Este jueves 26 de junio a las 20.30h en La Delicia de Leer (c/ Juan Agapito y Revilla, 10, 47004 Valladolid ) los interesados en el movimiento surrealista nos veremos de nuevo las caras, y ello a mayor gloria del Piojo Eléctrico. En esta ocasión, nuestro interés se centrará en la vida y obra del poeta José María Hinojosa, autor de uno de los libros seminales del surrealismo hispánico: La flor de Californía (sic, con acento en la "i"). Hinojosa ocupa un puesto muy singular en el surrealismo de estas latitudes por sus posturas políticas opuestas a las sostenidas por el grueso del movimiento iniciado por Breton y porque su obra ha sido, por razones bien distintas, silenciada por las "dos Españas", válganos la expresión machadiana.




José María Hinojosa Lasarte nació en 1904 en Campillos, Málaga, en el seno de una poderosa familia terrateniente. Su holgada situación económica le permitió viajar por Europa entrando en contacto con el surrealismo en París. También se interesó por la Revolución Rusa pero lo que vio Hinojosa en ese país debió decepcionarle mucho, influyendo este hecho en su futura deriva conservadora. De sus primeros versos influenciados por las tempranas vanguardias poéticas del siglo XX como el cubismo o el imagismo, Hinojosa pasó a escribir uno de los primeros libros netamente surrealistas de la literatura española, La Flor de Californía (1928). La Flor de Californía (escrito y pronunciado con acento en la última "i" por un juego de palabras rimado ideado por el autor) es una colección de textos en prosa repletos de electrizante imaginería y exquisito humor negro en los que late un furibundo deseo de libertad apenas reprimido.  En contradicción con su obra estaba su actividad política cada vez más escorada hacia la derecha, en lógica defensa, por otra parte, de sus intereses de clase. Tanto llegó a ser así que a principios de los años 30 Hinojosa decidió renunciar a la escritura surrealista, animado por su conservadora familia. Participó en el conato de golpe de estado contra la II República conocido como la Sanjurjada y fue miembro de Comunión Tradicionalista hasta que el 18 de julio de 1936 fue asesinado por fuerzas antifascistas que asaltaron la cárcel de Málaga en represalia por un bombardeo de la aviación franquista sobre la ciudad.

El "bando nacional" pudo utilizar su asesinato para contrarrestar la propaganda republicana a cuenta del asesinato de Lorca (a quien Hinojosa conoció en la Universidad de Granada y de quien fue amigo) pero el moralismo pusilánime del franquismo se sintió horrorizado ante la hermosa locura de los textos de La flor de Californía y decidió echar tierra sobre el autor y su obra. Fue así como José María Hinojosa fue asesinado por segunda vez, en esta ocasión de manera metafórica, como poeta.


Ilustración de Joaquín Peinado para 
La flor de Californía de Hinojosa



LA FLOR DE CALIFORNÍA por José María Hinojosa
a Manuel Altolaguirre

El camino tenía siempre un desnivel y la rampa subía y bajaba con ritmo de montaña rusa, con ritmo de tralla restallada.

Los zigzag fueron menudeando hasta hacerse de una violencia tal que el camino llegó a echar un nudo a mis pies y los puntos suspensivos de los pasos se unieron para formar la línea recta del resbalón.

Cuando hube llegado a la meta se me ofreció como única salida un túnel recubierto de láminas de sangre. Sobre una placa fotográfica en negativo había escrito a la entrada del túnel la siguiente inscripción:

          CRISTO PUSO LA PRIMERA PIEDRA
          EL VIERNES SANTO DEL AÑO 1925

Como el camino con sus restallidos no cesaba de crujirme las piernas me vi obligado a entrar cuanto antes en el túnel a pesar de mi repugnancia.

El túnel, muy largo, fue de una monotonía insufrible y maloliente, no cruzándome en mi marcha con persona alguna y sólo, ya casi al final, me encontré con un guardia que me dijo imperativamente:

— Lleve usted la derecha.

Pasé momentos de angustia terribles. Hasta entonces no me había apercibido de la falta de mis dos brazos y sin ellos ¿cómo averiguar cuál era mi derecha?

Hice esfuerzos enormes por correr y no pude salir del paso lento; quise ocultarme y no hallé lugar propicio para ello y al fin, extenuado, aguardé pacientemente a la terminación del túnel.

A la salida recuperé los brazos y no bien me hube sentado y encendido un cigarro para fumármelo con tranquilidad, en reposo de mis recientes fatigas, cuando empezaron a agruparse a mi alrededor cuantos transeúntes pasaban por allí. Me lanzaban insultos y me acusaban de llevar una camisa verde con la cual pretendía hacerme pasar por un loro. Era falso lo que me imputaban y cuando llegó el juez le dije con la serenidad que supone la inocencia:

—Señor juez, le juro que no he dejado un momento de llevar mi derecha.

Con esta explicación se dio el juez por satisfecho y yo para librarme de los curiosos me zambullí por la primera puerta que vi abierta.

Esta primera puerta fue la de una iglesia toda blanqueada y con los altares totalmente cubiertos por flores de papel de colores chillones.

El órgano tocaba un schottisch muy castizo que nunca más he vuelto a oír y que me ha sido imposible recordar su melodía.

Entré de puntillas sobre las baldosas gibadas dando saltos de pelota de goma por la nave central y en dirección al altar mayor.

Aún no iba a mediados de la nave cuando comenzaron las columnas a mover sus brazos para indicarme que abandonara aquella dirección y me apartara a una nave lateral.

Sin pedir explicación alguna me fui a la nave izquierda donde me encontré con una capilla de zinc, y en ella una mujer. La mujer morena de pechos de aluminio y vestida con maillot de cera. Me enredó en un lazo de siseos con el cual tiró de mí hasta atraerme junto a la verja y poder cuchillear a mi oído:

—Coge la flor de Californía.

La mujer morena salió de la capilla de zinc y fue saltando con velocidad vertiginosa de una lámpara a otra, de un altar a otro, de una nave a otra.

Y yo no cesaba de oír por todas partes con euritmia de péndulo exhausto de cuerda:

—José María, José María,

Coge la flor de Californía.

—José María, José María,

—Coge la flor de Californía.

—Coge la flor de Californía.

—Coge la flor de Californía.

Fornía, Fornía, Fornía, Fornía, nía, nía, nía, nía, nía, nía, nía, nía, nía. La mujer morena del maillot de cera y de los pechos de aluminio comenzó a arder por los cabellos.

Nía, nía, nía, nía.

La mujer morena ardió por completo y sólo quedaron sus dos pechos que convertidos en globos se los llevó un niño vestido de primera comunión.

Momentáneamente me quedé solo en la iglesia, oliendo a cera quemada, oliendo a flores contrahechas yo solo.

Mis pasos retumbaban y fui el centro de aquel ruido sin límites y solo en aquella cárcel de ruido blando pugnaba por salir de ella, en vano, por forjar radios que me condujeran a la tangente.

Me encaré con las columnas y las columnas no me dijeron nada, me hacían señas equívocas y empecé a creer que eran verdaderas columnas de piedra.

Partió en dos mi éxtasis una frase ya olvidada pero rediviva: "Coge la flor de Californía".

Me encaramé en el púlpito y cuando iba a comenzar mi oración para mí, solo en la iglesia, vi moverse con lentitud sobre las baldosas una cigala roja y fosforescente.

Abrí los brazos y planeé desde el púlpito al suelo. Una vez en mí, sólo en mí, y sin prisión pude ver de cerca la cigala cuyo extremo posterior era una flor color de carne.

Fue un latigazo quien me decidió a abalanzarme brusca y repentinamente sobre la cigala. Le arranqué la flor y en un supremo hálito de satisfacción me la puse en el ojal del smoking.

No hube vuelto aún de mí cuando la flor color de carne empezó a corromperse.

Aún no había pisado el umbral de la puerta para salir de la iglesia y ya se paseaban los gusanos por mi pechera almidonada y blanca, por mi pechera impecable de buceador nocturno.

Salí a la calle y los gusanos me habían sacado ya los ojos.

El sol, que llenaba por completo la atmósfera, sólo pude palparlo y de mis manos brotaron diez ojos.

martes, 17 de junio de 2014

V DELICIA SURREALISTA: "LA FACCIÓN SURREALISTA DE TENERIFE: ERUPCIONES ONÍRICAS EN MITAD DEL ATLÁNTICO"

La V Delicia Surrealista (que tendrá lugar en el lugar y hora habitual, a saber, la librería La Delicia de Leer en c/ Juan Agapito y Revilla 10, 47004 Valadolid, a las 20.30h.) emplaza a interesados y curiosos a participar en un acto que pretende homenajear y rescatar del olvido al que la ha condendo el mediocre establishment literario actual a la Facción Surrealista de Tenerife. Quienes participen, que tengan por seguro que recibirán las bendiciones del santísimo Piojo Eléctrico. Ahí es nada.

La Facción Surrealista de Tenerife fue el único proyecto de grupo surrealista que cuajó en territorio español. Se agruparon en torno a la Gaceta de Arte, revista de crítica de arte mensual dirigida desde Santa Cruz de Tenerife por Eduardo Westerdahl. En sus páginas escribieron el crítico Domingo Pérez Minik y los poetas Agustín Espinosa, Pedro García Cabrea, Domingo López Torres, Emeterio Gutiérrez Albelo y José María de la Rosa. Su defensa del surrealismo fue respaldada por una visita a la isla del mismísimo Breton, junto con su pareja de entonces la pintora surrealista Jacqueline Lamba y el poeta Benjamin Peret. 


Breton, Lamba y Peret con miembros de la Facción Surrealista de Tenerife

Este compromiso con el surrealismo llevó a alguno de los miembros del grupo de Tenerife a ser perseguidos tras la victoria franquista en la Guerra Civil. Así Agustín Espinosa, autor de uno de los libros, Crimen, más bellos a la vez que tenebrosos del surrealismo en lengua hispana, catedrático de lengua y literatura de instituto, fue separado de su cátedra y acosado hasta su muerte por pacatos falangistas, ofendidos en su estrechez mental por los pasajes más escabrosos de su prodigioso libro. Hay quien dice que los fascistas le hicieron tragarse hoja por hoja su Crimen. Por su parte, Cabrera, que ocupaba un cargo político en la Segunda República, vagó durante años por cárceles españolas donde tenía que escribir a escondidas. Más dramático fue el destino del poeta Domingo López Torres, el más joven del grupo y el más apasionado defensor de la Revolución Social, que fue encarcelado, torturado y lanzado al Atlántico en un saco usado para transportar plátanos. Su cadáver se lo tragó su amado Atlántico sin dejar rastro. Gutiérrez Albelo, en cambio, se entregó al catolicismo y así pudo lavar su "mancha" ante la sociedad franquista. Es una pena que a pesar del terrible sacrificio realizado, estos poetas apenas sean reconocidos fuera del archipiélago  canario.


Paisaje Cósmico de Óscar Domínguez


CRIMEN (fragmento) por Agustín Espinosa

Estaba casado con una mujer lo arbitrariamente hermosa para que, a pesar de su juventud insultante, fuera superior a su juventud su hermosura. Ella se masturbaba cotidianamente sobre él, mientras besaba el retrato de un muchacho de suave bigote oscuro.

Se orinaba y se descomía sobre él. Y escupía –y hasta se vomitaba– sobre aquel débil hombre enamorado, satisfaciendo así una necesidad inencauzable y conquistando, de paso, la disciplina de una sexualidad de la que era la sola dueña y oficiante.

Ese hombre no era otro que yo mismo.

Los que no habéis tenido nunca una mujer de la belleza y juventud de la mía, estáis desautorizados para ningún juicio feliz sobre un caso, ni tan insólito ni tan extraordinario como a primera vista parece.

“Ella creía que toda su vida iba a ser ya un ininterrumpido gargajo, un termitente vómito, un cotidiano masturbarse, orinarse y descomerse sobre mí, inacabables.

Pero una noche la arrojé por el balcón de nuestra alcoba al paso de un tren, y me pasé hasta el alba llorando entre el cortejo elemental de los vecinos, aquel suicidio inexplicable e inexplicado.”

No fue posible que la autopsia dijera nada útil ante el informe montón de carne roja. El suicidio pareció lo más cómodo a todo el mundo. Yo, que era el único que hubiera podido denunciar al asesino, no lo hice. Tuve miedo al proceso, largo, impresionante. Pesadillas de varias noches con togas, rejas y cadalsos me aterrorizaron más de lo que yo pensara. Hoy me parece todo como un cuento escuchado en la niñez y, a veces, hasta dudo de que fuese yo mismo quien arrojó una noche por el balcón de su alcoba, bajo las ruedas de un expreso, a una muchacha de dieciséis años, frágil y blanca como una fina hoja de azucena.

Pero ni el recuerdo de ella ni el retrato del muchacho de suave bigote oscuro se han separado jamás de mí.

En mis farsas peores, les hago intervenir a los dos, disfrazándoles a mi gusto, y decepcionándoles premeditadamente con finales demasiados imprevistos.

En una hora de inconciencia y olvido pasajeros, he hecho la elegía a María Ana, que doy en este libro. Una elegía a una María Ana que viviera ahora, en 1930, pero anterior, en mis recuerdos, al crimen, aunque no al vómito y el salivazo. Una María Ana de mis ajenos años de estudiante de Filosofía y Letras. La María Ana, en fin, del joven de suave bigote oscuro. O mejor aún: la elegía que a María Ana hubiera podido hacer tan odioso y feliz mancebo.

Para salvarla de mi crimen –de la presión del tren sobre ella y del pánico de la caída- he escrito el relato titulado “Revenant o el traje de novio”.

Aquí muere María Ana en su cama blanca de prometida, arropando el adiós con una sonrisa prestada. Si la he disfrazado de Miss Equis, ha sido para desnudarla de algún modo de su andalucismo moreno, que me hubiera obligado a volverla a tender de nuevo bajo otros trenes de la madrugada.

Luego sólo he tenido –y he realizado- el capricho explicable de reunir en mi casa, una noche, a mis buenos amigos en el anonimato. A mis desconocidos camaradas en un crimen impune: un cable eléctrico, un jazminero, una hoja Gillette, una cuna, un pene de 63 años, etc.




Frente a todos los crímenes anónimos de mis criminales huéspedes de una noche, ha permanecido mi crimen en su sitio propio de sensacional, único y gran asesinato pasional. De crimen tipo. De crimen de novela más que de crimen ocurrido.

Sobre él y sobre mis lectores caigan desde hoy mis futuras maldiciones y persecuciones, la miseria actual y las pústulas pretéritas de mi cuerpo senectuoso de narrador emocionado del asesinato propio y de los crímenes ajenos.

Yo ya sólo vivo para un estuche de terciopelo blanco, donde guardo los ojos azules, encontrados por el guardagujas la menstrua alba de mi crimen, entre los últimos escombros sanguinolentos de la vía.