martes, 23 de septiembre de 2008

LA BLANCA NIEVE por Guillaume Apollinaire


[Poeta, novelista y ensayista francés, que nació en Roma y estudió en el liceo Saint-Charles, de Mónaco. Editó unas cuantas pequeñas revistas de poesía, en las que empezó a publicar sus primeras obras. Entre ellas destaca Les Soirées de Paris (1913-1918). Debido a sus intentos por sintetizar la poesía y las artes visuales, Apollinaire ejerció una importante influencia tanto en la poesía como en el desarrollo del arte modernos. Los pintores cubistas (1913) es un documento decisivo al respecto; otras obras suyas en prosa incluyen la novela simbólica El poeta asesinado (1916), basada parcialmente en sus experiencias como soldado en la I Guerra Mundial, y el drama Los pechos de Tiresias (escrito en 1903; pub. en 1918). Se considera que con esta última obra Apollinaire introdujo el surrealismo, y de hecho pasa por ser el primero que utilizó ese término. Su reputación se basa sobre todo en sus dos volúmenes de poesía, Alcoholes (1913), considerada su obra maestra, y Caligramas (1918). Sus versos se caracterizan por la ausencia de puntuación y las experimentaciones formales con una tipografía de carácter pictórico muy característica suya.


(Extraído de El poder de la palabra)]


Los ángeles los ángeles en el cielo
Uno vestido de oficial
Uno vestido de cocinero
Y los otros cantan

Hermoso oficial de celeste color
Mucho después de Navidad la suave primavera
Con un hermoso sol te ha de condecorar
Con un hermoso sol

Despluma los gansos el cocinero
¡Ah! Cae nieve
Cae y por qué no tengo
Entre mis brazos a mi bienamada


El sueño por Picasso

viernes, 19 de septiembre de 2008

ANTARES por Maurice Blanchard


[Maurice Blanchard(1890-1960), poeta y aviador francés, escribía desde los 8 años pero cuando descubrió el surrealismo su poesía cambió radicalmente. A partir de ahí produjo algunos de los poemas en prosa más bellos de las letras francesas. Sólo fue surrealista en su lenguaje poético pues nunca militó en el movimiento iniciado por Breton. De carácter solitario, no tuvo ningún afán de notoriedad literaria, de hecho jamás mandó escritos suyos a editoriales o revistas. Tampoco se daba mucha prisa en publicar: cuando su primer libro (Malebolge) vio la luz, Blanchard tenía 44 años. Todo un ejemplo a seguir, antítesis de las actitudes exhibicionistas que pueblan el yerto parnasillo actual.]



Inmenso es el corazón del Escorpión. Allí está en su prisión, encadenado al dardo y al veneno. Allí está en esta arena inflamada, junto a la sed del desierto, en su mano de sílex para las caídas del abismo.

Allí está con sus troneras y buhardas, para la vida y para la muerte, para la lluvia y el buen tiempo. ¡Qué inmenso era entonces el deseo!

Pero veamos, ¿dónde me encuentro exactamente? ¿En el deseo o en el desierto? ¿Estoy en la humareda de la noche de junio? ¿Estoy en una selva en marcha? ¿Estoy en la caldera del cielo que hierve sus serpientes entrelazadas en el abismo del horizonte?

El Escorpión zozobró en el furor y creo que nadie, aquí, podría ordenar sus cordajes después de semejante tempestad, y además habría que saber si estaba el deseo en mi sangre o era mi sangre la que estaba en el deseo.


El brillo de Antares, el corazón del escorpión.

jueves, 18 de septiembre de 2008

MARINA por Jean Arthur Rimbaud


[Rimbaud, el poeta niño, el poeta maldito, el precursor de las vanguardias poéticas del siglo XX no necesita mucha presentación. He seleccionado uno de pocos textos de las Iluminaciones escritos en verso; en él convergen dos realidades alejadas (el bosque y el mar) produciendo en el lector ese típico "extrañamiento" de la poesía cubista o surrealista. Sencillamente sublime.]

Los carros de plata y de cobre -
Las proas de acero y de plata -
Baten la espuma, -
Levantan las raíces de las zarzas.
Las corrientes de la landa,
Y los surcos inmensos del reflujo,
Se pierden circularmente hacia el este,
Hacia los pilares del bosque, -
Hacia los troncos del embarcadero,
Cuya esquina golpean torbellinos de luz.



Rimbaud en Harar (Etiopía)

lunes, 15 de septiembre de 2008

LA MÁQUINA DE TEJER NOCHES


La ciudad prófuga
la ciudad tallada por navajas automáticas
la ciudad en la víspera del crimen del siglo
es un grito momificado
un relámpago negro
un disparo en la niebla
un cadáver
al que han robado los zapatos
una botella rota
Las voces caminan por el alambre
de las veladas consumidas entre cigarrillo y cigarrillo
noches de desafinados ángeles
y violetas anémicas
Los pasos caen al foso
donde dormita el tigre de las pesadillas giratorias
las ratas roen una luna con vestido de novia
Crece una marea de espuma
de cerveza
y sobre los muros de contención
las sombras de las estatuas mendigan sonámbulas
Alguien abre una puerta a lo infinito
y nuestro rostro iluminado por la tormenta se refleja
de charco en charco
hasta donde nunca llegarán los tranvías nocturnos
cae una lluvia vagabunda
una lluvia que bendice los mármoles
una lluvia de acordes mutilados
y tras la lluvia
unas manos de mujer ponen a secar las estrellas
en la rama más alta del insomnio
Buenas noches
viento coloreado
por el sudor de las tabernas
La proa de la astronomía irrumpe en los áticos
donde la rosa de los gasóleos se contonea
como una stripper
El río circula sin faros
por las arterias de los bebedores de keroseno
Tres peldaños para la medianoche
tres balas
y un ojo de cristal
en el escritorio del cronista del absurdo
Tres promesas rotas y un anillo de falso rubí
Una hoja arrancada del calendario
con la que se ha limpiado un revólver
rueda por los andenes de un suburbio al que todos llaman
demencia
En este laberinto
es importante no perder el hilo
de cometa de la máquina de tejer noches


Escena de una calle de Berlín por Ernst Ludwig Kirchner


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domingo, 14 de septiembre de 2008

CARTA DE AMOR por César Moro

[Seudónimo de Alfredo Quíspez Asín, poeta y pintor peruano nacido en Lima en 1903. En 1925 viajó a París donde se adhirió al movimiento de André Breton, participando activamente en la publicación Surréalisme au Service de la Révolution. Su actitud vanguardista, tanto en el arte como en la literatura, lo convirtió en uno de los voceros más relevantes del surrealismo hispanoamericano. Regresó a Lima en 1933 y cuatro años más tarde se radicó en México donde vivió la etapa más productiva de su carrera. Con Emilio A. Westphalen editó la revista literaria El uso de la palabra. En 1944, se apartó públicamente del surrealismo ortodoxo y volvió a Lima en 1948, haciendo amistad con el francés André Coyné, quien se convirtió en su albacea, publicando sus obras después de la muerte del poeta ocurrida en 1956. Entre sus libros se destacan «Le château de grisou» 1943, «Lettre d'amour» 1944, «Trafalgar Square» 1954, «Amour á mort» 1957, «La tortuga ecuestre» y «Los anteojos de azufre» en 1958.

(Extraído de A media voz)]


Pienso en las holoturias angustiosas que a menudo nos circundaban al acercarse el alba
cuando tus pies más cálidos que nidos
ardían en la noche
con una luz azul y centelleante

Pienso en tu cuerpo que hacía del lecho el cielo y las montañas supremas
de la única realidad
con sus valles y sus sombras
con la humedad y los mármoles y el agua negra reflejando todas las estrellas
en cada ojo

¿No era tu sonrisa el bosque retumbante de mi infancia no eras tú el manantial
la piedra desde hace siglos escogida para recostar mi cabeza?
Pienso tu rostro
inmóvil brasa de donde parten la vía láctea
y ese pesar inmenso que me vuelve más loco que una lámpara bellísima balanceada sobre el mar

Intratable cuando te recuerdo la voz humana me es odiosa
siempre el rumor vegetal de tus palabras me aísla en la noche total
donde brillas con negrura más negra que la noche
Toda idea de lo negro es débil para expresar la vasta ululación de lo negro sobre negro resplandeciendo ardientemente

No olvidaré nunca
Pero quién habla de olvido
en la prisión en que tu ausencia me deja
en la soledad en que este poema me abandona
en el destierro en que cada hora me encuentra

No despertaré más
No resistiré ya el asalto de las inmensas olas
que vienen del paisaje dichoso que tú habitas
Afuera bajo el frío nocturno me paseo
sobre aquella tabla tan alto colocada y de donde se cae de golpe

Yerto bajo el terror de sueños sucesivos agitado en el viento
de años de ensueño
advertido de lo que termina por encontrarse muerto
en el umbral de castillos abandonados
en el lugar y a la hora convenidos pero inhallables
en las llanuras fértiles del paroxismo
y del objetivo único
pongo toda mi destreza en deletrear
aquel nombre adorado
siguiendo sus transformaciones alucinantes
Así una espada atraviesa de parte a parte una bestia
o bien una paloma cae ensangrentada a mis pies
convertidos en roca de coral soporte de despojos
de aves carnívoras

Un grito repetido en cada teatro vacío a la hora del inefable espectáculo
indescriptible
Un hilo de agua que danza ante el telón de terciopelo rojo
frente a las llamas de las candilejas
Desaparecidos los bancos de la platea
acumulo tesoros de madera muerta y de hojas vivaces de plata corrosiva
No se contenta ya con aplaudir se aúlla
mil familias momificadas vuelven innoble el paso de una ardilla

Decoración amada donde veía equilibrarse una lluvia fina
En rápida carrera hacia el armiño
de una pelliza abandonada en el calor de un fuego de alba
que intentaba hacer llegar al rey sus quejas
así de par en par abro la ventana sobre las nubes vacías
reclamando a las tinieblas que inunden mi rostro
que borren la tinta indeleble
el horror del sueño
a través de patios abandonados a las pálidas vegetaciones maniáticas

En vano pido la sed al fuego
en vano hiero las murallas
a lo lejos caen los telones precarios del olvido
exhaustos
ante el paisaje que retuerce la tempestad


México, diciembre de 1942.
Traducción del francés de Emilio Adolfo Westphalen.



"Oiseau" por César Moro

sábado, 13 de septiembre de 2008

CARTA-OCÉANO por Alberto Rojas Jiménez


[Alberto Rojas Jiménez (*Valparaíso 21 de julio de 1900 – †Santiago de Chile 25 de mayo de 1934) poeta, periodista y cronista chileno. Hijo de Alberto Rojas Guajardo y Elena Jiménez Labarca. Sus estudios básicos los realizó en el Internado Nacional Barros Arana y posteriormente continuó en la Escuela de Arquitectura y Bellas Artes de la Universidad de Chile. Colaboró como cronista con la revista Zig-Zag con el seudónimo de Pierre Lhéry, y con el diario La Nación de Santiago Chile y El Correo de Valdivia. Fue integrante de la Generación Literaria de 1920 junto a Pablo Neruda y Rubén Azócar. En 1921 junto al poeta Martín Bunster publicó el “Primer Manifiesto Agú” en la revista Claridad, considerado unos de los primeros hitos de la vanguardia poética chilena. En 1922, en Valparaíso, salió a la circulación el volante Antena, conocido también como "Hoja vanguardista Nº 1" , o Rosa Náutica, firmado entre otros por los poetas: Alberto Rojas Jiménez, Martín Bunster, Neftalí Agrella, Julio Walton y Rafael Yépez. Fue un dibujante destacado influido por Marc Chagall, Asimismo se desempeñó como director del periódico Claridad y fue articulista de la Revista Atenea donde plasmó sus percepciones sobre la vanguardia de comienzos del siglo XX. Viajó a París en 1923 acompañado del pintor Abelardo Bustamante Paschin. Ahí, en esa estancia y en conjunto con el poeta Manuel Magallanes Moure hicieron: de caricaturistas en Montparnasse. En su libro Chilenos en París publicado en abril de 1930, su única obra editada en vida, relata, en una serie de crónicas, la vida personajes chilenos célebres, tales como: Vicente Huidobro, Julio Ortiz de Zárate, Óscar Fabres, Abelardo Bustamante Paschín, Rafael Silva. Neruda lo inmortalizó en el poema "Alberto Rojas Jiménez viene volando".

(Extraído de Wikipedia)]


Hombre del mundo,
ancló en mis ojos la tristeza,
tarde de las tardes, en la tarde de América.

Soledad de la infancia
ardida al fondo amarillo de los pueblos.
En aquel tiempo morían mis parientes.
Eran negras las persianas que atraían el día
y opaca la voz de mi madre recordando las cosas.

Yo era el poeta vestido de niño,
en el año triste en que los niños rompen las flores.
Ningún hombre me dijo nunca que debía cantar.
Corría la luna por detrás de las nubes.
El sol quemaba los frutos y el lomo de los cerros.
Mis manos buscaban luciérnagas
en la sombría humedad del invierno.

Primera canción de las palabras torpes,
simple como el agua, yo no sabía jugar.
Miedoso de la lluvia, orador silencioso,
hallé mi primer amigo al fondo de un espejo.

Una mano invisible apagaba los veranos.
Ellos, los hombres tímidos, elegancia del pueblo,
esperaban la novia a la puerta de la iglesia.
Todo cayó de golpe.
Varió el nombre de los periódicos.
Alguien decía que había nuevos edificios.
Aprendió mi memoria el curso de los trenes
y supe que las viejas mujeres de mi país
guardaban sus monedas en la esquina de un pañuelo.
Todo cayó de golpe, comenzaba la edad doliente.
En el viento múltiple,
en el viento que pierde la voz de los náufragos,
esparcí la hoguera rosada de los sueños.
Ahora, junto al Elba y es en Hamburgo,
animo en las palabras el collar de mis años.
Otoño del norte. Anclados en la bruma
son los edificios negros barcos sonámbulos.

Distante tierra mía, país de bosques en incendio!
En la noche extranjera que retiene mis pasos,
hombre de jersey, tiendo hacia ti las manos.

En aquel tiempo morían mis parientes.
Infancia de luto a la sombra de las lilas.
Jugaba mi hermana a la luz de las lámparas.
Siempre estaba a mi espalda
el retrato del padre asesinado.
Había un cerro, me acuerdo, sosteniendo una cruz.
Era el mes de mayo y hombres de rostro pintado
bailaban en torno castigando la tierra.
Un río corta el pueblo. Cada mañana traía
el cadáver de una doncella.
Infancia triste rayada de oraciones.
En la noche el galope de los caballos
amedrentaba mi sueño y el sol tardaba en llegar.
Hubo una vez un circo.
Una mujer verde se balanceaba en mi memoria
colgada de un trapecio.
Admiré los peches dorados en el agua de plata.
Lloraban los campanarios al caer de las tardes.
Hay un volantín dormido en el cielo de mi infancia.
Adolescencia acodada al marco de las ventanas,
comenzó por entonces la canción que hoy continúo.
Era la vieja historia del arcoiris y la palabra amor.

Vi cruzar sin asombro el primer aeroplano
y subí sobre mi casa para tomarlo en las manos.
Era la edad doliente del deseo y la espera.
Vestido de negro acompañé el primer funeral.
Entonces vieron mis ojos el retrato de los héroes
adornando las vidrieras de todas las farmacias.
La casa se llenó de convidados.
Escribí la primera carta.
Me llevaron hasta un puerto para mostrarme el mar.

Alumno sin talento, desgracia de las madres,
caían a mis pies pájaros de papel marchito.
Era la fuga del tiempo y yo tenía quince años.
Fui el adolescente de los cinematógrafos;
Lector incansable de las novelas tristes,
Decía a menudo: "Cansado…quiero irme…".
Guardaba en mi cartera el retrato de una niña.
Digo todo esto como si estuviera
sentado a mi mesa con un naipe en las manos.
Soy el mismo y entre tu sonrisa
y la sonrisa de aquélla levanto mis años.
Perdido, sediento, insatisfecho.
Extranjero enamorado de las cosas y su canto.

Te sumerges en el día, mi recuerdo te alcanza.
Un cisne de nieve se ahoga
en el remanso de tu alma.

Aquí estamos. Donde el sol no levanta.
Desvanece la sombra tu clara presencia.
Alta ciudad, vasta ciudad de la vida multánime.
Largas barcas de plata duermen sobre el Sena.
La mala estación acongoja los parques.
Sobre este muro en ruinas, alguien escribe la palabra desamparo.
Asoma la lluvia en la noche profunda
y un pájaro de hielo desciende hasta mis manos.

La multitud enreda tu nombre.
Es nuestra la calle más triste.
Hotel pobre, Vida tan pobre.
Delante de nosotros caen hojas amarillas.

Ah, mujer de pena, dulce mujer mía.
Aviones taciturnos nacen con el día,
y cada día nos trae una flor ya marchita.
Yo hice los viajes más alegres y los más tristes viajes.
Detrás de mis sueños está la América en flor.
Los marineros danzaban sobre el Mar Caribe.
Tocador solitario
era tu pena y no el viento inflando tu acordeón.

Hangar nocturno. Es entre tus paredes sombrías que mi corazón despierta.
Rayo, quemo las horas en la lumbre de mi cigarro.
Un vaso de vino ahoga toda explicación.

Tú mismo, el de entonces, ahora cruzas los bulevares
y el antiguo desaliento te amarra toda acción.

De allá abajo llegan las voces. Las cartas. El periódico de las noticias.
Pablo y Tomás robando a los nativos.
Una casa en abandono. También la revolución.

Aquí los hombres tienen un semblante de tiza.
El alma del invierno oculta los infantes.
Automóviles en delirio empujan el crepúsculo.
Y una luna cautiva blanquea las terrazas.

Es a la claridad de las lámparas que yo te amo, compañera de esta hora.

De nosotros huye la tarde.
Una palabra de pena baja de tus labios
al recordar las guitarras del país de Tarzán.

Ésta es nuestra calle. Hotel Nantes. Aquí te amo.
Eres alta. Hueles a manzanas.
Hay un cigarro muerto junto a la chimenea.
Encierras dentro de ti campanas de Stuttgart.

Todo lo he visto y los cementerios.
Voz desconsolada de las fotografías.
Cuántas veces solo frente a los andenes.
Cartas amarillas, abanico de tedio.
Desplegaba en la noche una mala noticia.
Era el insomnio y exprimía en mis versos
la vieja tristeza del poeta romántico.
Siempre estás conmigo y yo todo lo he visto.
Viejos árboles marcaban el limite.
Camino de palabras, hilo del telégrafo,
hilvanando los nombres de las capitales.
Viaje que el olvido conserva.
Trasmundo del espejo a su orilla me inclino.
Más abajo la calle y aquí en el aposento,
pálido, despeinado, escribo y me acompañas.
Es la hora del abandono y vigilas el beso.
Te he llamado en los bosques y a mi lado sonríes.
No recuerdes. Eran rojos los techos.
Árboles de humo. País que me ofrecías
tan sola y tan pobre entre tus hermanas.
Guardo del olvido, aparece en el sueño,
mi mujer pensativa sobre un puente de hierro.

Las revistas, el periódico, en el café lo he visto.
Todo estaba, aniversario y los negros caracteres.
Tu nombre mismo al pie de tu retrato,
mariposa dormida al borde de mi vaso.
Se iban las mandolinas y las estrellas estaban.
El bosque se apartaba en la fecha dichosa.
La mano doméstica extinguía la lámpara.
Noche de Walpurgis, Alemania del alma!.

Entre tus senos el lagarto verde.
No puedo explicar tus pies crepusculares,
amor inconcluso, alcancía de esperanzas,
mujer, vaso conteniendo el día,
vamos en el viaje sin objeto, inmóviles sin embargo.
Corren las diligencias y el humo de los trenes
envejece tu perfil, cae la frente entre mis manos.

Aprendiendo a contar, no es esto lo que quiero.
Aprendiendo a escribir, tampoco, es lo mismo.
Lengua extranjera, lago, poesía.
La montaña rosada que mi voz acaricia.
Siempre vuelvo hacia ti, razón de mi silencio.
En la larga velada el relato sin tregua.
Un nombre, una fecha y el cabello blanco,
al fin de los días deletreando mi canto.
Dame ese cuaderno, es la ebriedad sin límite.
Caminando encontrarás la geografía cerrada.
Después, el sombrero en el suelo, los vestidos marchitos,
entre el vino y el tabaco los amigos te esperan.
Olvido las historias, canción de las islas.
Todo estaba a tu lado, hechicera nocturna.
Levantabas la mano para detener el curso
de los astros fragantes como frutos maduros.
Aquella noche tu padre cantaba en la taberna.
Si hubiera que decir cómo te quise entonces!
Ibas por el bosque y en tu cabellera,
regalo del bosque, aprisionabas luciérnagas.
Guardaban tus ojos el secreto dichoso
y una palabra tuya libertaba los barcos.
Destruías el maleficio, cambiabas el rumbo del viento,
todo lo podías y te perdí por entonces.
Apoyado en mi fusil, centinela del alba,
atraía el silencio mientras tú te alejabas.
He visto después en los trenes que parten,
agitar el adiós que agitaban tus manos.

Si sólo tú volvieras de aquel tiempo disperso
trayéndome el nuevo rostro que has sacado del tiempo!.
Se cruzan sobre este lado del mundo las altas oscuras palmeras nocturnas.
Lago sombrío, allí se sumerge un barco cargado de rumores.
Lejos de ayer, lejos aún del día nuevo y repetido
todavía la esperanza, el deseo persistente.

En medio de la noche en que toda forma se ahoga,
lluvia impalpable y negra comprable sólo al olvido,
en mitad de la noche, lejos, tierra que sostiene tus pasos,
imágenes del cien, todo me viene, libro de estampas vivientes.
El río, sus árboles negros, tu palabra, su pasajero asilo.
La multitud que invade el crepúsculo, los trenes,
donde tú vas, presencia mía inapartable,
donde tú vas, silenciosa, ensimismada,
encima del tiempo que la distancia altera.

Mi recuerdo te alcanza frente a los días festivos
y en el alba que yergue sus puñales de ceniza.
Apareces en la hora de pobres esperanzas
o levanto tu imagen en la voz de los niños.
Lejos de ti, aún resido en tus ojos.
Agrupo allí la sombra que tu fatiga reclama.
Vigilo el silencio que ahuyentas con mi nombre
y es cierto que mis manos distantes e invisibles
crean, cada noche, un sol bajo tu lámpara.


Óleo de Edward Wadsworth

jueves, 11 de septiembre de 2008

EL CEREBRO DEL AGENTE DE POLICÍA por Alfred Jarry


[Dramaturgo y poeta francés, nacido en Laval. Destaca en la literatura por sus hilarantes obras de teatro y su estilo de vida disoluto y excéntrico. Su primera obra, Ubu rey (1896), la escribió cuando tenía 15 años y se interpretó por primera vez en el teatro de marionetas de Pierre Bonnard (1898), siendo una de sus voces la de la actriz Jovita Nadal. La obra la llevó a escena Firmin Gémier en 1896 y desde la noche del estreno se convirtió en una referencia clave para el surrealismo francés. En ella Jarry arremete contra la visión tradicional de la autoridad a través de la llegada al poder de un grotesco y pomposo rey, Ubu, y su esposa, Madre Ubu, que simbolizan la codicia, la ignorancia y las actitudes burguesas. Esta farsa, cuya presentación provocó un auténtico escándalo, está considerada como la primera obra del teatro del absurdo; realizó después dos secuelas sobre el mismo tema. Jarry escribió también poesía simbolista y una novela surrealista, El supermacho (1902).

[(Extraído de El poder de la palabra)]


Sin duda se recordará este reciente y lamentable asunto: al ser practicada la autopsia, se halló la caja craneana de un agente de policía vacía de todo rastro de cerebro y rellena, en cambio, de diarios viejos. La opinión pública se conmovió y asombró por lo que fue calificado de macabra mistificación. Estamos también dolorosamente conmovidos, pero de ninguna manera asombrados.

No vemos por qué se esperaba descubrir otra cosa que la que se ha descubierto efectivamente en el cráneo del agente de policía. La difusión de las noticias impresas es una de las glorias de este siglo de progreso; en todo caso, no queda duda de que esta mercadería es menos rara que la sustancia cerebral. ¿A quién de nosotros no le ha ocurrido infinitamente más a menudo tener en las manos un diario, viejo o del día, antes que una parcela, aunque fuera pequeña, de cerebro de agente de policía? Con mayor razón, sería ocioso exigir de esas oscuras y mal remuneradas víctimas del deber que, ante el primer requerimiento, puedan presentar un cerebro entero. Y, por otra parte, el hecho está allí: eran diarios.

El resultado de esta autopsia no dejará de provocar un saludable terror en el ánimo de los malhechores. De aquí en más, ¿cuál será el atracador o el bandido que vaya a arriesgarse a hacerse saltar la tapa de su propio cerebro por un adversario que, por su parte, se expone a un daño tan anodino como el que puede producir una aguja de ropavejero en un tacho de basuras? Quizás, a algunos demasiado escrupulosos pueda parecerles en cierta manera desleal recurrir a semejantes subterfugios para defender a la sociedad. Pero deberán reflexionar que tan noble función no conoce subterfugios.

Sería un deplorable abuso acusar a la Prefectura de Policía. No negamos a esta administración el derecho de munir de papel a sus agentes. Sabemos que nuestros padres marcharon contra el enemigo calzados con borceguíes también de papel y no ha de ser eso lo que nos impida clamar indomable y eternamente, si es necesario, por la Revancha. Pretendemos solamente examinar cuáles eran los diarios de que estaba confeccionado el cerebro del agente de policía.

Aquí se entristecen el moralista y hombre culto. ¡Ah!, eran La Gaudriole, el último número de Fin de Siécle y una cantidad de publicaciones algo más que frívolas algunas de ellas traídas dé Bélgica de contrabando.

He ahí algo que aclara ciertos actos de la policía, hasta hoy inexplicables, especialmente los que causaron la muerte de héroe de este asunto. Nuestro hombre quiso, si recordamos bien, detener por exceso de velocidad al conductor de un coche que se hallaba estacionado, y el cochero, queriendo corregir su infracción, sólo atinó, lógicamente, a hacer retroceder su coche. De allí la peligrosa caída del agente, que se hallaba detrás. No obstante, recobró sus fuerzas, luego de unos días de reposo, pero, al ser intimado a recobrar al mismo tiempo su puesto de servicio, murió repentinamente.

La responsabilidad de tales hechos atañe indudablemente a la incuria de la administración policial, que en adelante controle mejor la composición de los lóbulos cerebrales de sus agentes, que la verifique, si es menester, por trepanación, previa a todo nombramiento definitivo; que la pericia médico-legal sólo encuentre en sus cráneos... No digamos una colección de La Revue Blanche y de Le Cri de Paris, lo cual sería prematuro en una primera reforma; tampoco nuestras obras completas: a ello se opone nuestra natural modestia, tanto más que esos agentes, encargados de velar por el reposo de los ciudadanos, constituirían más bien un peligro público con la cabeza así rellenada. He aquí algunas de las obras recomendables en nuestra opinión para el uso; 1) El Código Penal, 2) Un plano de las calles de París, con la nomenclatura de los distritos, el cual coronaría el conjunto y representaría agradablemente, con su división geográfica, un simulacro de circunvoluciones cerebrales: se lo consultaría sin peligro para su portador por medio de una lupa, fijada luego de la trepanación; 3) un reducido número de tomos del gran diccionario de Policía, si nos arriesgamos a prejuzgar por su nombre: La Rousse, 4) y sobre todo, una rigurosa selección de opúsculos de los miembros más notorios de la Liga contra el abuso de tabaco.


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